sábado, 30 de noviembre de 2013

12 Cortando por lo sano




No hace falta que suene el despertador, tengo una vejiga floja que no me deja dormir más de seis horas seguidas, me pide ir a orinar, hace poco que me ha comenzado a ocurrir. Los años.
Consulté en internet por si podía tener algo que ver con la próstata y parece que no es éste el único motivo. Mejor.
Esto y la cantidad de agua que tuve que beber para combatir el ardor del “Bratwurst mit Kartoffelpüree”, hace que para las tres esté revolviéndome en la litera, maldiciendo por no poder descansar cuando más lo necesito. Típico de cuando toca levantarse.

Se me enciende una bombilla; puedo aprovechar mis ganas de orinar para camuflarme y de paso, mejor si salimos ya en lugar de esperar a las cuatro. ¡A veces eres bueno Héctor! A esto le aplicaría yo el dicho que más de una vez le he solido escuchar a mi tía “alábate burro, que nadie te alaba”. Dicho y hecho. Me incorporo, toco el brazo de Carla que responde como un robot, pero un robot silencioso.
Yo, pensando en las ganas de orinar, por si me copian, le indico que nos vamos.
El piloto de la habitación ilumina de sobra para salir, hemos dormido vestidos, a falta de las botas.
Bajamos a la entrada, todo está tal como lo dejamos, el material listo donde lo dejamos, las botas secas y el baño libre, ¡Faltaba más! ¡A esta hora!

Con un cuidado exquisito para no hacer ruido vamos poniéndonos las capas externas para el frío, las botas, y sacamos mochilas y tablas a la calle. Unos diez bajo cero pero sin viento, la luna donde esperábamos, y yo sigo pensando en que me meo, no sea que estén despiertos y me oigan. Las tres y cuarto cuando nos vamos alejando del refugio cuesta arriba, con las tablas en la mano, no sea que el ruido de las ataduras llame la atención.
A los cien metros, ya enfilando el camino de subida al collado del Corno, nos ponemos las tablas y yo por mi parte suspiro de alivio al ver que la primera parte ya está terminada. No la más difícil pero sí la más importante. De momento un buen comienzo.

Si alguien nos estuviera grabando el título del film debiera ser “dos ninjas en la nieve”; los dos vamos de negro, bueno, las botas no, las mías son amarillo oro viejo y las de Carla verde fosforito, pero lo demás es negro. Las mochilas no son negras pero están tan usadas y sucias que no tienen un color determinado. Hemos dejado todo lo necesario a mano, para tardar poco.
Voy chupando una pastilla de glucosa, más por nervios que por otra cosa.

Después de diez minutos de subida toca tomar la primera de las grandes decisiones, el giro hacia el norte para pegarnos a la pared y volver sobre nuestros pasos bajando por un canal poco esquiable. Bueno, en definición de Néstor sería NO esquiable, solo apto para derrapar. Pues tampoco me importa que sea así, pues no sé yo de derrapes ni nada.

El giro lo hacemos cuando llegamos a una nieve algo más dura, está venteada, y las huellas no van a ser tan evidentes. Néstor me dijo al irse a dormir que procuraría que Mark y Paola salieran pronto, para hacer huella y que el engaño se conozca lo más tarde posible.
Estamos en todo Néstor.

Tenemos suerte y la nieve dura llega casi hasta la pared, unos doscientos metros en horizontal, allí comenzamos el descenso, rascando las cuchillas en la nieve dura que está pegada a la pared.
Más abajo iríamos más cómodos pero el rastro sería fatal.
Es una mierda girar con las pieles puestas, frena demasiado y sobre todo es un modo de conducir las tablas extremadamente irregular, el rozamiento es incontrolado, pero no queremos perder el tiempo en transiciones de cambios en el material.

Llegamos a la primera dificultad técnica, tenemos que salvar una veintena de metros bastante pendiente, con nieve más dura aún. Por la zona inferior no hay peligro de choque contra objetos, el cono de nieve se difumina por una zona de nieve blanda. No excesivamente peligroso pero podemos perder demasiado tiempo por una caída. O machacarnos un brazo.

Busco un buen lugar para un anclaje, pero no lo hay. Localizo una placa de hielo bastante grande y que parece consistente.
   -Voy a montar un seguro, bajamos encordados, dejo perdido el clavo y recojo la cuerda.-Explico a Carla, que asiente.

Ella, mientras tanto, se comienza a poner el boudrier, con las prisas se le había olvidado, a mí no, he dormido con él, flojo pero puesto.
Meto uno de los clavos de hielo que me pasó Néstor y paso la cuerda por la anilla, paso de dejar mosquetones. La cuerda, en doble para poderla recoger, queda a falta de unos metros para que termine el marrón. Justito para mi gusto. “Nicht gut” como diría mi Néstor en una interpretación de su idioma.

En base a la prisa, los nervios y la falta de imaginación, le hago un dinámico a Carla y baja derrapando, suave, controlado pero continuo, así que en un pis-pas llega al fin de la cuerda, dejando que ésta salga del mosquetón y sigue esquiando a una zona más estable. Mejor no le cuento a Néstor el nudo que he utilizado, y es que tiene una ventaja, se suelta solo, el más rápido en soltarse, aunque puede suceder cuando no te interese. Seguro que en este caso la frase sería “hale, nudos a la española”.

Por el mismo procedimiento hago lo mismo, solo que al final no suelto la cuerda, tomo un extremo y esperando tener suerte tiro de él para recogerla; y se suelta. La recojo, enrollo como puedo y se la paso a Carla que la ata en mi mochila. Vamos a comenzar la travesía en horizontal hacia el Nufenen y son las cuatro y media. Cota 2.050m en mi GPS. ¡Bien!.

Trazamos una diagonal con el punto de mira en la carretera, cuyo perfil se vislumbra un kilómetro escaso por delante de nosotros, con poca inclinación en subida, para meternos lo más rápidamente posible en la otra ladera del valle ascendente, de modo que quedemos al cobijo de las miradas de la ladera. Desde la parte inferior del valle, la anchura de la carretera, difuminada por la nieve, nos protegerá de una posible vigilancia. La luna ha sido una ayuda pero ahora está casi de sobra pero esto no lo podemos evitar.

Ya que estamos aquí y a esta hora temprana, me entran ganas enormes de ponerme a correr, para salvarnos cuanto antes, por si se han adelantado; pero es lo que no debemos hacer, caer en el error de desgastar la energía del modo menos productivo. Seleccionamos un ritmo de avance tranquilo pero sin paradas o cambios de ritmo. Al comienzo no tengo casi paciencia para seguir así pero una vez transcurrido un cuarto de hora me doy cuenta de que es el ritmo perfecto, estamos bajo la línea de la carretera, la respiración es acompasada y sin forzar mucho. Carola está portándose como una campeona, pesa casi veinte quilos menos que yo y sin embargo su mochila tan solo pesará dos kilos menos.

Cada vez, la mirada se me va más a menudo hacia el valle, pero ahora puedo mirar sin miedo a dar un traspiés, ya no progresamos haciendo ladera, vamos sobre lo que es la carretera y la nieve sobre la que vamos es casi horizontal, con una pendiente inferior al 10%. Casi no hace falta usar los calzos. No hay señales de que nadie venga desde Bedretto, no se observan luces que los delaten, las luces de las frontales, como las que llevamos puestas, en el casco, pero que no hemos llegado a encender, están para un caso de apuro. Bueno, yo la he encendido un par de veces, protegida por mi chamarra para poder contrastar lo que me dice el GPS.

A las cinco y media estamos en los metros finales del paso, el altímetro indica 2.475m, una variación de 5 metros debida a las variaciones de la presión en las últimas horas. Despreciable.
Buscamos un lugar a cubierto de un montículo de nieve, desde donde ya todo parece bajada y hacemos una parada técnica. Si todo de aquí en adelante ser bajar conviene hacer un cambio en la ropa, quitar una capa interior y poner una externa que corte mejor el viento, la capa de Gore-tex. La mía es negra, es que está de moda. También se usa porque es bastante visible cuando es de día, resalta muy bien en la nieve. La de Carla es de color pistacho, ahora no importará pero luego puede ser excesivamente llamativo.

Comemos algo mientras descansamos y recogemos las pieles de foca. Reviso los puntos del GPS. El siguiente está a un par de kilómetros, lugar hasta el que podremos bajar por donde nos parezca. Con esta claridad no se aprecia lo suficiente como para distinguir los diferentes tipos de nieve. Sigo prefiriendo la dura, para no dejar huellas; las dejaremos, sin duda, los giros hacen saltar algo la nieve dura pero no son huellas apreciables a distancia. Quiero evitar llegar a una zona de nieve donde lo que hagamos sean surcos. Lo tenemos algo difícil y seguiremos necesitando suerte pero como dice el dicho, la suerte hay que buscarla y me dedico un rato a tantear la nieve que tenemos hacia abajo; miro, piso, me muevo y vuelvo a repetir la operación hasta que ya tengo decidido el camino de bajada, el límite norte del valle que desciende, por la parte superior de la cresta, allá podremos elegir la ladera norte o la sur de la cresta, según convenga. Va a ser una suerte el poder elegir.

Cuando vuelvo a donde espera Carla, me indica que tenga cuidado; está agazapada tras la nieve mirando hacia el sudeste, hacia la parte inferior del valle. Miro y observo la luz que producen las frontales de un grupo que sube; cuento cinco personas, por las luces, y a buena velocidad. Miro el camino que viene hacia nosotros, nada, por aquí no sube nadie. ¡Bien!
Las seis en punto, hora de salir, tenemos media hora hasta que la claridad se convierta en día y hasta las siete hasta que el día sea realidad y aparezcan por los altos, en las cimas más altas, los rayos del sol.

Para esta hora los colegas del refugio espero que estén terminando el desayuno; tienen previsto comenzar a andar para las seis y media. Aún no habrán llegado los buscadores, y si como me dijo Néstor, Mark y Paola salen antes pues mejor que mejor, su huella los despistará y querrán adelantarlos para venir en nuestra búsqueda. Perfecto.
   -Hora de marcharnos Carla. ¿Qué tal te encuentras?
   -De momento muy bien. Este descansito me ha venido al pelo; pensaba que no estaba cansada pero no era verdad, la tensión de las últimas horas ha sido fuerte, pero ahora estoy OK.

Me alegro, pensaba que podía encontrarse peor, algo más cansada. Dedico la mirada del gitano hacia el lugar que abandonamos, ni rastro apreciable de lejos. Repaso al material de las mochilas y el que llevamos a mano. Parece correcto. ¡Despacio y buena letra Héctor, no la vayamos a joder ahora!

Los primeros giros del descenso de la jornada dicen mucho de cómo van ser las hora siguientes así que los damos con mucho cuidado, acostumbrando el cuerpo al nuevo tipo de ejercicio. Subiendo precisas esfuerzo para ascender, mucho aire y movimientos lentos, apoyándote mucho en los bastones para mantener el equilibrio, los esquís no resbalan. Bajando es lo contrario, los esquís se deslizan sin freno, no te apoyas mas que unas décimas de segundo en los bastones y los reflejos tienen que estar listos para actuar a la velocidad del rayo. Los cuádriceps aguantan el peso y las flexiones constantes pueden acabar con ellos.

A los cinco minutos estamos disfrutando de la bajada, la nieve está para gozarla pero no es el momento oportuno, por mi parte el disfrute es relativo, sigo con la cabeza en mil conjeturas. Y una de ellas es: ¿aparecerá algún helicóptero? ¡No por favor! Miro a Carla y veo que está disfrutando. Vamos con peso pero la nieve es muy regular, sin sorpresas.

La elección ha debido de ser la buena. A las seis y media estamos seiscientos metros por debajo del collado, en el punto del GPS que me ha grabado Néstor. Quiero pensar que se comienza a ver algo más. Si nos damos prisa, en un cuarto de hora llegaremos a una zona irregular del terreno, con rocas, algunos árboles y lugares donde podremos ponernos a cubierto y relajarnos algo de una vez.
Vuelvo a analizar la nieve y ahora que he pensado en el helicóptero es cuando más me preocupan las huellas que podamos dejar. El tiempo apremia y seguimos bajando. La pendiente es notablemente menor y ahora solo nos preocupamos de leer el posible camino. Con ésta nieve no debiéramos dejar mucha huella pero si te pasas en velocidad, el giro de frenada, al que se debe sumar el peso de la mochila, puede dejar un surco visible desde lejos, y más para gente que está acostumbrada a leer en la nieve.

Seguimos teniendo suerte; a las siete estamos en una zona donde en poco tiempo podemos ponernos a cubierto de las miradas del posible pájaro. Más que por la bajada en sí, los nervios me están dando una buena paliza y tengo los cuádriceps machacaditos. Esto y el peso de la mochila que andará por los doce quilos. Un buen trago al agua y bajará de peso, o al menos lo cambiaré de lugar aunque a mis piernas esto no le arregla nada.

A las siete y media estamos dentro del valle, en un lugar donde a veces hace falta remontar. En adelante todo no va a ser bajada, hasta la salida al fondo del valle el desnivel será de unos cincuenta metros así que tocará volver a sudar, subidas y bajadas, pequeñas pero continuas.

La “Cabalgata de las Valquirias”. Oigo la música y me doy cuenta de que siempre me sucede lo mismo, lo que he oído es el sonido típico que hace un helicóptero, solo que después de ver la película Apocalipsis Now, hago siempre, inconscientemente, la misma relación, la escena de los helicópteros y las playas de Vietnam.
Venimos por la parte alta de la ladera, entre árboles bastante separados, para que no se vean a simple vista las huellas. Hemos dejado atrás una cabaña y una gran roca con un hueco enorme bajo ella pero quizá no hubiera sido un escondite seguro, demasiado obvio, será donde primero vayan a mirar, yo al menos así lo haría.

Elegimos unas rocas pequeñas pero con espacio para meternos entre ellas y la nieve que las ha estado cubriendo hasta hace pocos días. Si me asomo puedo ver la carretera en la mayor parte de su recorrido. Para cuando llega el aparato estamos escondidos, descansando de lo que ahora sí podemos denominar como “paliza”. Necesitamos un descanso reglamentario y el lugar y el momento son los adecuados. Además, tengo la primera capa de ropa empapada; será térmica pero el sudor no perdona; seguro que hay más de un litro repartido por mi cuerpo. Necesito liberarme de él para pesar menos y no enfriarme.

El Helicóptero asciende despacio, como inspeccionando el valle detenidamente. Seguro que no son cazadores, los cazadores no suelen disponer de estos medios. Conforme asciende hacia el collado lo hace mediante recorridos en zigzag. Rezo para que no puedan ver nuestras huellas y parece que surte efecto porque no vuelven sobre sus pasos a revisar algo que les haya podido llamar la atención, lo hacen todo lento dentro de una única pasada. Para mí que no han podido sacar nada en claro. ¡Marcharos ya!  ¡Joder!

Por lo visto mis plegarias son atendidas porque en cuanto llegan al collado continúan por el otro lado y los dejamos de oír. Son las ocho. Nos tomamos un relax hasta las nueve, entonces continuaremos. Por si acaso pongo el despertador del móvil, no sea que nos durmamos de verdad, a mi cuerpo no le importaría en absoluto.
He sacado la conclusión de que esto para Carla supone algo así como un juego, no sé si se lo ha tomado en serio; pues que así sea, mejor que si estuviera preocupada. A mí me está ayudando a que sea más llevadero; lo estoy decidiendo yo pero parece como si fuera una decisión compartida. Al comienzo me ha parecido que podía ser una carga, tampoco la conozco, pero ahora es un apoyo moral importante.

No es una cama ni un sillón por lo que no hace falta timbres para despertarse. Hemos descansado, eso sí, y mientras tanto el helicóptero no ha vuelto. Nos ponemos de nuevo las pieles de foca bajo las tablas y el material a la espalda. Mi mochila creo que ahora pesa otros diez kilos más, me había olvidado de su peso anterior.

Buscamos una ruta más cercana a la carretera, para tenerla cerca si es el caso.
Justo llevamos cinco minutos de marcha cuando sube una Pic-Up con un solo conductor, un señor mayor, yo diría un viejo, con perdón. No sé a qué puede subir así que de vez en cuando lo vigilo, cuando el camino nos deja visibilidad.
Parece que se ha detenido en la cabaña que hemos visto antes y trajina con objetos que no llego a distinguir.

Tomo una decisión. Si baja intentaremos abordarlo, por si nos puede llevar, sería un puntazo.
Para ello, nos acercamos aún más a la carretera y seguimos el camino de descenso, con demasiadas rampitas para remontar. Comienzo a tomarlas con calma, no sea que me vuelva a poner como antes por el sudor. Nos hemos quitado ropa porque la temperatura ha cambiado ostensiblemente.

El móvil pita, tengo un SMS. Néstor.
   -Han picado el anzuelo. Están bajando hacia Griessee siguiendo a Mark que debe ir a medio glaciar. Nora y yo comenzamos esa ascensión. El Helicóptero acaba de parar en el collado. Llama cuando puedas.

No entiendo lo que pasa en Suiza, hay cobertura en casi todas partes, y es inmenso. Por si acaso no contesto, no me fío ni de mi sombra. El mensaje nos anima.

La furgoneta vuelve y nosotros nos acercamos al linde de la carretera para que nos vea.
Cuando me voy a volver para hacerle alguna seña observo que decelera, como para hablar con nosotros. Dice algo en Suizo que no entiendo pero Carla sonríe y le da las gracias por algo, me mira y me dice:
   -Nos lleva a Urichen.

No me lo puedo creer, ¡vaya día de suerte! seguro que si hubiera comprado lotería para hoy me tocaba.

Por el camino Carla me cuenta que lo primero que le ha dicho ha sido que no siguiéramos por ese camino por donde estábamos bajando, la nieve termina en un alud y desde ahí la salida a la carretera es muy difícil. Así que nos ha ayudado por dos veces, Primero al salvarnos del falso camino y luego con el desplazamiento.

Por el camino saco la conclusión de que Carla le ha contado al viejillo algo como que somos novios, que soy italiano y apenas entiendo su idioma. Por mi parte colaboro diciendo que hemos dormido entre las rocas. Ayer nos dejaron en este valle unos amigos con la intención de llegar a Bedretto pero se nos olvidaron los crampones y al estar la nieve dura en la parte superior decidimos volver. Como nadie iba a venir a buscarnos hemos dormido entre rocas y hojas de pino; sin problemas. Bueno, esto lo entiende Carla que le traduce, pero no sé si su versión es la misma que la mía.

Él se ríe y hace algún comentario de esos como ¡La juventud!, ¡Yo antes hacía cosas así!
Total, las nueve y media, los trastos en la cajera, bajo una lona y nosotros sentados y al calorcillo que sube del motor y de charla amigable con un señor la mar de simpático.

Carla se anima y le da conversación. Me asombra la soltura con la que se desenvuelve.
   -Soy amiga de Rita Munchen, estudiamos juntas en Thun, hace algunos años que no la veo, tengo entendido que ahora no vive en Urichen-. Estas conversaciones las puedo trascribir ahora que conozco lo que hablaron; en aquel momento entendí el 10%, algo más que nada.
   -La pequeña Rita, “Mein Gott”- para mí que he oído pronunciar algo así como “Maine Gutte”.

No sé porqué me da que Carla se ha apuntado sabiendo que la ayuda podía ser de verdad, pero ya no le entiendo nada, ni el 10% si quiera, no sé a qué dialecto se habrán pasado, no pillo ni “mú” de lo que puedan estar hablando.De todos modos tiene al viejillo en el bote; al lado de una chavala, de casi cuarenta pero ni la mitad de sus años, de entorno conocido o al menos controlado, y en su dialecto; para ellos yo en este momento puedo desaparecer, no existo; me jode pero me alivia. Se lo susurro al oído de Carla, sin pronunciar claro.
   -Hola Suiza, estoy aquí. A tu lado. No se te olvide lo que hemos venido a hacer.

Carla le dice algo al chofer con clara referencia hacia mí y al viejo le da un ataque de risa, sin parar de mirarme de reojo. Demasiado reojo, ¡Mira hacia la carretera, viejo!, casi nos salimos a la cuneta, que no es cuneta sino una zanja de medio metro, para la lluvia y la nieve. Solo faltaba una hostia en coche ahora que todo va sobre ruedas, y nunca mejor dicho.

Una vez bajada la pendiente que va a dar paso al ancho valle principal el viejo toma un sendero a la derecha. Supongo que se tratará de un atajo.
Pues no, es una maniobra para saltarse un control de la policía en la carretera por la que íbamos a llegar. Este viejo sabe demasiado. –Es el típico control para cazadores furtivos- traduce Carla.

Parece que nos vamos a librar pero veo por el retrovisor que uno de los coches de la policía ataja por otro sendero y se nos acerca.
   -Buenos días Arthur, ¿tienes algo que esconder y no quieres charlar con nosotros?
   -Hola Bene, Os he visto con los trastos por la mañana y he pensado no daros trabajo, ya sabes lo que opino de la caza, y más de la furtiva.
   -Sí, lo sé. ¿Nueva Compañía?
   -Nueva no, son amigos de la pequeña de Tony, les he enseñado el “Alp” que tengo para alquilar en primavera, los dejé ayer tarde, esta noche han dormido allí y ahora los traigo de vuelta.
   -¿Pretendes alquilar ese chamizo? ¡Pero si es una ruina!
   -En peores lugares habremos dormido. ¿O no es así?
   -Por cierto, hay un helicóptero buscando gente que se ha perdido en el Corno Gríes.
   -No hemos visto nada- apunta Carla. –Bueno el helicóptero sí pero por allá, donde hemos estado nosotros, nos ha pasado nadie, ni cazadores, puede que estéis perdiendo el tiempo.
   -El asunto es que nos lo han solicitado desde alguna alta instancia, -y esto lo dice con retintín- que controlemos la salida del valle. Algo tienen con los “perdidos”, aunque no se busca así a uno que está perdido, de este modo se busca a los escapados, pero no voy a discutir órdenes de arriba. Si hay que poner un control lo pongo, y si hay que bailar bailo, mientras paguen, claro.
   -Bueno Bene, buena caza y hasta la tarde.
   -Hasta la tarde Arthur. Hasta otra ocasión, pareja.

Saludamos con la mano por fuera de la ventanilla. Tengo una sonrisa interior de oreja a oreja. Los gusanos bailarines del estomago creo que se han ido a dormir, ya era hora. Me apoyo en el marco de la puerta, con riesgo a perder la oreja derecha en alguna de las sacudidas de este cacharro y cuando parece que lo domino, paramos de un frenazo.
   -Estamos en casa, café para todos, o alguna infusión, lo que gustéis.
   -Maquiato per piechere signore Arthur -le digo de cachondeo al viejo.

No sé dónde me he metido, va y se pone a hablar en italiano sin parar; no le entiendo mas que palabras sueltas de las que no consigo extraer nada. Mi gracia me va a costar cara. Lo único que puedo hacer es sonreír y mirar hacia otro lado, como si hubiera alguna otra cosa que me llamara la atención. Esto de hacerse pasar por italiano es jodido.
Lo que pronuncia es algo así como una canción. Aunque ésta zona es de influencia italiana y por aquí todos lo hablen, parece que Arthur ha venido de otro lugar, de más al norte y no lo estudió en la escuela. Puede que hable algo pero no  lo entienda del todo bien. Recuperamos terreno. Arreglado, de momento.
   -El tren pasa por aquí, si es que lo queréis coger, pero tengo pendiente un viaje a Visp a llevar a arreglar varias herramientas, entre ellas la moto-sierra que he ido a recoger a la cabaña, si esperáis a que me cambie y prepare el coche os llevo, vais a llegar antes que el tren, son las diez y el siguiente creo que no pasa hasta las doce.

Me parece cojonudo. Mientras tanto aprovecho para comprar una funda para las tablas y bastones, llevar todo suelto es un incordio, peligroso y llama demasiado la atención. Se lo comento a Carla y me deja con la taza de café en la mano para ir a la tienda, está a cien metros.
   -A ti te van a timar, no conoces a estos paisanos. Te van a vender un saco podrido a doscientos francos. Mejor lo hago yo.

Cuando vuelve, antes de diez minutos, trae dos tipos de bolsas, diferentes; me mira y dice: -para las botas-. Ya, son dos bolsas para las tablas, de loneta, y otras dos de papel duro, grandes para las botas, pero no las ha comprado, se las habrán regalado, no tiene horas ni nada la tía..

Para las diez y media estamos listos. Los bastones y piolos van en la funda, los pares de botas en sus bolsas de compra baratas y grandes y las mochilas sin objetos colgando ahora quedan  más discretas y menos peligrosas.
Arthur ha telefoneado a la ferretería, tienen todo listo. Otro café, con pastas dulces y a las once salimos de nuevo a la carretera dirección suroeste, bajando, dirección Sion.
Antes de las doce estamos en Visp. Recuerdo la estación de cuando estuve hace unos años.

Bene quiere ayudar pero no le dejamos y nos despedimos de él.
   -Hasta pronto Arthur. Gracias por todo, y por el cable con el poli. Sabemos dónde vives.
   -Nada que no se pueda volver a repetir. Lo que han mandado hacer a Bene está mal. “Auf Wiedersehen”. Arribederci.

Suena el móvil con un SMS, de Néstor “Los cuatro en la cima, llama cuando puedas” Joder con los suizos, han llegado a la cima, y queda lejos de ganas.
Me arriesgo a contestar un SMS. “Nosotros también. Besos. La boda ha salido perfecta”.
Mientras tanto Carla ha ido a comprar billetes, hemos planeado la ruta y los camuflajes.
De momento compra dos billetes a Thun, aunque nos bajaremos en Frutigen en una parada anterior. De este modo si investigan los desplazamientos pensarán que vamos en dirección oeste, hacia Berna. Por si acaso Carla paga con dinero, nada de tarjetas.

Una vez en Frutigen, nos vamos directamente a Zurich, pasando por Interlaken.
EnZurich hacemos lo mismo que la primera vez, el billete es hasta Turgi pero bajamos en Baden. Vamos con tiento hacia la casa de Néstor y Nora donde debe estar la furgo, que está. No tengo llaves de su casa pero sí que llevo encima las de la furgo; pensé dejarlas en casa pero se me olvidó; luego, al dejar la ropa de calle en el coche para subir al refugio no las quise dejar allá; resulta que al final el olvido me ha venido bien.

Pasamos de localizar las llaves que puedan tener escondidas en algún lugar del exterior de la casa, el jardín o donde sea; metemos los trastos en la furgo y salimos hacia Otelfingen a 6 Km de GPS para los que entre giros vueltas y revueltas hacemos casi diez. Son las cinco de la tarde y estamos en casa de Carla. Corrijo, no debe ser la casa de Carla, anda buscando las llaves por algún lugar y no las encuentra.
   -¿No tienes las llaves de casa? Pregunto intrigado.
   -No es mi casa. Ya que estamos tomando tantas medidas de seguridad he venido a la de mi hermano menor, se acaba de mudar hace tres semanas, le estuve ayudando en la mudanza. Me indicó dónde las guardaba pero no recuerdo bien; tranquilo ya las encontraré, y si no voy a buscar a los dueños, son una pareja de jubilados que vive a dos manzanas de aquí.

Mientras Carla busca las llaves aparco la furgo al resguardo de las posibles miradas indiscretas, no quiero que la matrícula quede visible. Carla ha encontrado las llaves.
   -Le voy a llamar por si va a venir, tengo entendido que el fin de semana lo pasa fuera, volverá el domingo por la noche y para entonces tú estarás en Baden y yo me voy a la mía que también está aquí, pero al otro lado del pueblo. De todos modos ésta está mejor; la mía es un apartamento de soltera y en esta podemos enfadarnos y pasar sin vernos unos días, 120m2.
   -Vaya alquiler deberá pagar tu hermanito con esta “casita”.
   -No mucho, es un manitas. Se ha comprometido a realizar bastantes reformas en lo que queda de año. Ellos ponen el material y Peter la mano de obra. Reparación de temas de madera, pintura y electricidad. Ya te digo es un artista y en lugar de leer o ver la tele lo que hace es trabajar, manualidades.

Debo llamar a los montañeros así que me arriesgo y esta vez llamo al móvil de Nora.
A la de mil contesta.
   -¡Joder Héctor!, ¿En qué líos estas medido?- ¡SI SEÑOR!, Nombre y explicaciones por el móvil, hay que joderse con Nora. Lo debiera haber tenido en cuenta. La culpa es mía por llamar.
   -Tranquila, todo está resuelto, hemos llegado a la ceremonia. La novia estaba mundial- y me paso al euskara, no sea que nos oigan. Si lo hacen les costará un rato traducirlo, si saben elegir el idioma.

Le he comentado que hemos llegado sin percances. Suerte con el momento en que ha pasado el “Pájaro”, en nuestra conversación aparecerá un “Txoria”, y le indico que me dé un toque cuando se acerque por casa, yo estaré en otro lado.
También le pido que explique al guarda del Corno que los dos maromos del refugio eran matones, contratados por un grupo mafioso que quería forzar a mi empresa a vender una patente industrial, temas referidos a tratamiento de residuos y cuestiones medioambientales, de la empresa para la que trabajo. También han debido contratar a un grupo de guías para cazarme porque pensaban que me podía escapar.

Me informa de que no tengo por qué preocuparme, nada mas llegar, a esa hora de la mañana, se ha mosqueado con ellos, les ha pedido referencias, con ello ha llamado a la federación de refugios suizos y tras media hora de espera les ha montado un pollo de campeonato; como consecuencia de ello, han tenido que salir todos a tomar por el culo a la calle, la pareja y a los que acababan de llegar. Cuando ha visto el helicóptero ha telefoneado a la policía para informarse de su procedencia y ha vuelto a hacer lo mismo.
Según ella hay que mandar a las mafias fuera de los lugares donde vive la gente decente.

Por mi parte le recuerdo el clavo de hielo que he dejado sin rescatar, para asegurar la bajada, y le deseo suerte, no me olvido de felicitarle por la ascensión al pico y me despido:
   -¿Qué tal la subida de regreso para remontar desde el embalse al collado del Corno?- le pregunto.
   -Mejor no te lo cuento, casi me quedo allá. Ese descenso a la ida, que no es de disfrutar, para la vuelta se convierte en una trampa.
   -Es lo que me pasó hace un par de años. Un beso.

Tan solo nos queda una cosa para terminar un día perfecto.
   -¿Habrá alguna tienda de comestibles abierta a estas horas de la noche Carla?- son las seis.
   -Sí, hay una cerca, vamos a ver qué nos podemos vestir y vamos antes de que cierren luego ya nos quitaremos los sudores y los nervios.
   -Eso sí, que se los lleve el agua, ya vale por hoy.


Salimos a la calle con ropa como de ir pidiendo dinero. Yo tengo algo de Peter, que me queda grande, como en plan payaso. Carla tiene un chándal del 64, si no es de antes, quizá de los dueños de la casa, de la dueña vaya.

Cuando estamos en el Súper, que de “Super” no tiene nada, bueno sí, los precios, recibo un SMS.
“Llámale a I Firmado T”. Ya estamos con las intrigas, ahora Tanya con sus jeroglíficos.
Le pido el móvil a Carla y pongo un SMS a Irina.
“Solicito envíen instrucciones a éste número” “Salu2 H”.
En cinco minutos recibo un SMS en el móvil de Carla, es un nº de teléfono móvil español. Espero que se trate de un número seguro.

Le pido consejo a Carla y me da una solución muy fácil. Voy a la estación de Baden, porque la conozco, no por otro motivo, y desde una cabina llamo al teléfono indicado. Mientras tanto ella prepara la cena. Nos está mal, voy a ficharla de socia, es buena.

Programo la dirección de la estación de badén en el Navegador y luego la de regreso a casa de Peter. Me pongo algo de abrigo y salgo a llamar por teléfono mientras Carla se pelea con las verduras con que va a acompañar la pasta que va a preparar. Tenemos cena italiana.

Por fin hablo con Tanya, avisándole que cuando se me acaben las monedas, tengo bastantes francos suizos, se corta y se acaba, de modo que hay que resumir. Y comienzo.
   -Resulta que me cazan don mafiosos, creo que algo chapuceros. Leen mis datos del libro de registros del refugio y dan el aviso. Oigo que van a venir a por mí y me escapo.
   -Te llamo porque hemos detectado una intromisión informática en la Base de Datos de la Logia Hispana, nombre que le dan a nivel oficial, supongo. Es una lista de pega, para que quien entre crea que nos está pirateando, lo que aparece es inevitable pero lo verdaderamente serio no está ahí. Evidentemente no apareces, quizá por eso su intriga y su interés en atraparte. Felicidades por tu éxito en la fuga. Recordarás que hice hincapié en tener cuidado cuando vas por ahí; ha sido mala pata lo de coincidir con una pareja de esa calaña.
   -No sé cómo pasó; cuando me di cuenta estaban pidiendo informes y órdenes de actuación.
   -Ya me contarás los detalles. Si vas a llamar hazlo a este móvil pero no desde el tuyo. ¿De dónde estás llamando ahora desde una cabina pública?
   -Sí, voy aprendiendo a interpretar tus jeroglíficos. Tengo ganas de verte.
   -Y yo. Un beso. Hasta pronto.
   -Se me hace raro escuchar tu voz. Otro beso.

Se han disipados mis nubes y la sonrisa y el color me vuelven al rostro. Ahora solo queda una ducha calentita, y un afeitado, “Of course” o mejor “Natürlich”.

Para las ocho llego a casa y me encuentro a Carla perdida dentro de una bata de baño tamaño XXL, con una mesa montada en plan cena íntima. Vino blanco en la cubitera, centro de mesa con velas y flores. Platitos con cosas variadas, de colores, y una olla de donde sale un vapor muy sugerente.
   -Tienes el baño para ti, sin prisa, esto necesita reposar veinte minutos y aún me queda por montar la salsa. Me pongo algo y te paso la bata.

Esto tiene muy buena pinta, y además sin agobios, por fin un remanso de paz en el revuelto río de hoy
   -Seguro que se me nota que he hablado con Tanya.
   -Pues sí que se te nota.

¡Joder!, ¿Ya estaba otra vez publicando mis pensamientos por el éter?, o ¿será que lo he hablado? Bueno, esta vez no importa.

La cena está de muerte, el vino ideal y del sueño no vamos a hablar. Nos pasamos al sofá para ver qué de aprovechable puede haber en la tele y nos vamos dejando invadir por la modorra. Ya fregaré por la mañana.
No sé a qué hora me despierto. Estoy solo en el sofá, cubierto con un edredón con la tele y las luces apagadas, a excepción de una pequeña luz de testigo de algún equipo electrónico.
Media vuelta y sigo durmiendo, el sillón me llama, no vayamos a hacerlo enfadar.

Poe la mañana me despierto cuando amanece, con la luz que pasa por los ventanales del mirador, que da al directamente al este; se ve salir el sol sin interferencias urbanas. Me despierto sí, pero no me levanto, me quedo un rato a planificar el día de hoy, y el de mañana, no debo improvisar. Si hasta aquí no hemos tenido fallos, que no sea ahora, por bajar la guardia.

A las ocho me levanto, recojo lo que hemos dejado de la cena, que parece un campo de batalla.
Veo que tiene lava vajillas pero tampoco sé cómo se pone en marcha así que lo friego a mano y para las ocho y media, con la cocina recogida, me pongo a ensuciarla de nuevo. Toca preparar el desayuno.
No encuentro el café, seguro que lo tengo delante de la nariz, pero no lo veo. Ya va siendo hora de que alguien más se levante de la cama así que, como si fuera sin querer se me van escapando unos golpecitos aquí y otros allá, puertas que abro y cierro con poco cuidado, un tenedor que se cae y no da en la alfombra sino en la tarima de madera.

No hay manera, no se va a levantar. Estoy a punto de abrir la puerta de su habitación cuando oigo que alguien está abriendo la puerta de la calle. Es Carla que vuelve de correr. ¡Lo que faltaba!
   -¡Vaya sorpresa, el desayuno a la mesa!
   -¿Tostadas con mantequilla y mermelada?
   -Traigo croissants.

Vamos a recuperar las calorías perdidas y las no perdidas. Y recuerdo lo que estaba intentando localizar hace unos momentos..
   -Me falta por localizar el café.
   -No hay, Peter lo tiene prohibido, deberemos arreglarnos con una infusión.
   -Pues vale, infusión.

Desayunamos, holgazaneo un poco y después planificamos la mañana. Es que no hay ordenador, se lo ha llevado Peter y Carla no ha pasado por su casa. Tampoco importa.
   -Tú ya has hecho el ejercicio del día y yo lo tengo pendiente, ¿me puedes recomendar un paseo por la zona?
   -Tranquilo, vamos juntos, una ducha, el desayuno, media hora y como nueva, te voy a enseñar algunos lugares cercanos, muy pero que muy chulos. Salimos andando desde casa.
Por suerte tenía unas zapatillas de deporte viejas en la furgo, la única ropa técnica importante para pasear.

Una mañana soleada, fría pero sin llegar a ser la temperatura que hemos tenido en las alturas, estamos a cinco sobre cero y subiendo, en una hora llegará al doble si el sol sigue en el plan en que está cascando. Es Marzo y se nota. Gorro y gafas, que de paso sirven para esquivar el rostro.

Hemos pensado en esperar señales de Nora y Néstor antes de planificar la comida, así que ya llamarán. Por si acaso vamos pensando en soluciones varias.
Y no se hacen derogar, antes de la una suena el móvil. Es Nora.
   -Hola Héctor, estamos a media hora de casa, ¿qué plan tenéis para comer?
   -Ya nos lo esperábamos, no tenemos plan, lo que queráis. Podemos quedar donde Carla, nosotros nos encargamos de la intendencia.
   -Pues una cosa, pasamos por casa nos cambiamos y vamos, una hora más aún.
   -Vale estamos.

Ya lo teníamos planeado así que vamos directamente al grano. Pasamos por el super, a por más de lo mismo. De menú hemos elegido “barbacoa”; ensaladas varias y carne a la brasa, aunque esta vez será plancha, no tenemos asador ni jardín.
Mientras yo regreso a casa de Peter, Carla se va a su casa a por ropa de la suya, pensamos que el peligro habrá descendido, no hemos notado nada raro en el paseo de la mañana.

Tarda en llegar, me ha dicho diez minutos y va para media hora. Le llamo al móvil. Contesta.
   -Han forzado la puerta y revuelto la casa buscando algo, no falta nada pero he llamado a la poli, terminan pronto, estaré lista en poco más de media hora.

Volvemos a las andadas. Vaya lío en que la he metido. No sé qué hacer para remediarlo, no sé qué puedo hacer.

Aparecen N&N junto con Carla, habían ido a su casa, no les hemos dicho lo de la casa de Peter.
Estamos con la guardia bajada Héctor, me recuerdo a mí mismo. A ponernos las pilas de nuevo.

Tengo la comida casi lista así que en pocos minutos estamos dando cuenta de la misma, yo, que soy el responsable de la plancha, participo en la conversación desde el fondo de la sala comedor. Cenamos, y después de un amplio repaso de todo lo de estos días, y de saber que Néstor ha recuperado el tornillo de hielo sano y salvo, nos despedimos de Carla que, de momento, se queda en casa de Peter.
   -Un beso Carla, yo me voy mañana, a primera hora. Estaremos en contacto.
   - Lo mismo digo, y saludos a Tanya, es una chica con suerte.

Paso la noche en Baden, durmiendo esta vez mejor, y a primera hora del domingo salgo hacia casa.
El Navegador me habla pero poco a menudo. Y no atiende a lo que le digo; es un mal educado.

Llevo el termo lleno de café con leche, que se queda vacío para la mitad del camino.
Conduzco tranquilo y dándole vueltas a lo que ha pasado estos tres días. Han pasado demasiadas cosas y la conclusión es que vivir así puede llegar a ser una mierda.

De momento lo dejo como está. Me concentro en la música, el gasoil, las paradas a más café o a una meada y, por fin, para las nueve de la noche estoy en casa. CASA.

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