No hace falta que suene el
despertador, tengo una vejiga floja que no me deja dormir más de seis horas
seguidas, me pide ir a orinar, hace poco que me ha comenzado a ocurrir. Los
años.
Consulté en internet por si
podía tener algo que ver con la próstata y parece que no es éste el único
motivo. Mejor.
Esto y la cantidad de agua
que tuve que beber para combatir el ardor del “Bratwurst mit Kartoffelpüree”, hace que para las tres esté
revolviéndome en la litera, maldiciendo por no poder descansar cuando más lo
necesito. Típico de cuando toca levantarse.
Se me enciende una bombilla;
puedo aprovechar mis ganas de orinar para camuflarme y de paso, mejor si
salimos ya en lugar de esperar a las cuatro. ¡A veces eres bueno Héctor! A esto
le aplicaría yo el dicho que más de una vez le he solido escuchar a mi tía
“alábate burro, que nadie te alaba”. Dicho
y hecho. Me incorporo, toco el brazo de Carla que responde como un robot, pero un
robot silencioso.
Yo, pensando en las ganas de orinar, por si me copian,
le indico que nos vamos.
El piloto de la habitación ilumina de sobra para
salir, hemos dormido vestidos, a falta de las botas.
Bajamos a la entrada, todo está tal como lo dejamos,
el material listo donde lo dejamos, las botas secas y el baño libre, ¡Faltaba
más! ¡A esta hora!
Con un cuidado exquisito para no hacer ruido vamos
poniéndonos las capas externas para el frío, las botas, y sacamos mochilas y
tablas a la calle. Unos diez bajo cero pero sin viento, la luna donde
esperábamos, y yo sigo pensando en que me meo, no sea que estén despiertos y me
oigan. Las tres y cuarto cuando nos vamos alejando del refugio cuesta arriba,
con las tablas en la mano, no sea que el ruido de las ataduras llame la
atención.
A los cien metros, ya enfilando el camino de subida al
collado del Corno, nos ponemos las tablas y yo por mi parte suspiro de alivio
al ver que la primera parte ya está terminada. No la más difícil pero sí la más
importante. De momento un buen comienzo.
Si alguien nos estuviera grabando el título del film
debiera ser “dos ninjas en la nieve”; los dos vamos de negro, bueno, las botas
no, las mías son amarillo oro viejo y las de Carla verde fosforito, pero lo
demás es negro. Las mochilas no son negras pero están tan usadas y sucias que
no tienen un color determinado. Hemos dejado todo lo necesario a mano, para
tardar poco.
Voy chupando una pastilla de glucosa, más por nervios
que por otra cosa.
Después de diez minutos de subida toca tomar la
primera de las grandes decisiones, el giro hacia el norte para pegarnos a la
pared y volver sobre nuestros pasos bajando por un canal poco esquiable. Bueno,
en definición de Néstor sería NO esquiable, solo apto para derrapar. Pues
tampoco me importa que sea así, pues no sé yo de derrapes ni nada.
El giro lo hacemos cuando llegamos a una nieve algo más
dura, está venteada, y las huellas no van a ser tan evidentes. Néstor me dijo
al irse a dormir que procuraría que Mark y Paola salieran pronto, para hacer
huella y que el engaño se conozca lo más tarde posible.
Estamos en todo Néstor.
Tenemos suerte y la nieve dura llega casi hasta la
pared, unos doscientos metros en horizontal, allí comenzamos el descenso,
rascando las cuchillas en la nieve dura que está pegada a la pared.
Más abajo iríamos más cómodos pero el rastro sería
fatal.
Es una mierda girar con las pieles puestas, frena
demasiado y sobre todo es un modo de conducir las tablas extremadamente
irregular, el rozamiento es incontrolado, pero no queremos perder el tiempo en
transiciones de cambios en el material.
Llegamos a la primera dificultad técnica, tenemos que
salvar una veintena de metros bastante pendiente, con nieve más dura aún. Por la
zona inferior no hay peligro de choque contra objetos, el cono de nieve se
difumina por una zona de nieve blanda. No excesivamente peligroso pero podemos
perder demasiado tiempo por una caída. O machacarnos un brazo.
Busco un buen lugar para un anclaje, pero no lo hay.
Localizo una placa de hielo bastante grande y que parece consistente.
-Voy a montar
un seguro, bajamos encordados, dejo perdido el clavo y recojo la cuerda.-Explico
a Carla, que asiente.
Ella, mientras tanto, se comienza a poner el boudrier, con las prisas se le había
olvidado, a mí no, he dormido con él, flojo pero puesto.
Meto uno de los clavos de hielo que me pasó Néstor y
paso la cuerda por la anilla, paso de dejar mosquetones. La cuerda, en doble
para poderla recoger, queda a falta de unos metros para que termine el marrón.
Justito para mi gusto. “Nicht gut”
como diría mi Néstor en una interpretación de su idioma.
En base a la prisa, los nervios y la falta de imaginación,
le hago un dinámico a Carla y baja derrapando, suave, controlado pero continuo,
así que en un pis-pas llega al fin de la cuerda, dejando que ésta salga del
mosquetón y sigue esquiando a una zona más estable. Mejor no le cuento a Néstor
el nudo que he utilizado, y es que tiene una ventaja, se suelta solo, el más
rápido en soltarse, aunque puede suceder cuando no te interese. Seguro que en
este caso la frase sería “hale, nudos a la española”.
Por el mismo procedimiento hago lo mismo, solo que al
final no suelto la cuerda, tomo un extremo y esperando tener suerte tiro de él
para recogerla; y se suelta. La recojo, enrollo como puedo y se la paso a Carla
que la ata en mi mochila. Vamos a comenzar la travesía en horizontal hacia el
Nufenen y son las cuatro y media. Cota 2.050m en mi GPS. ¡Bien!.
Trazamos una diagonal con el punto de mira en la
carretera, cuyo perfil se vislumbra un kilómetro escaso por delante de nosotros,
con poca inclinación en subida, para meternos lo más rápidamente posible en la
otra ladera del valle ascendente, de modo que quedemos al cobijo de las miradas
de la ladera. Desde la parte inferior del valle, la anchura de la carretera,
difuminada por la nieve, nos protegerá de una posible vigilancia. La luna ha
sido una ayuda pero ahora está casi de sobra pero esto no lo podemos evitar.
Ya que estamos aquí y a esta hora temprana, me entran
ganas enormes de ponerme a correr, para salvarnos cuanto antes, por si se han
adelantado; pero es lo que no debemos hacer, caer en el error de desgastar la
energía del modo menos productivo. Seleccionamos un ritmo de avance tranquilo
pero sin paradas o cambios de ritmo. Al comienzo no tengo casi paciencia para
seguir así pero una vez transcurrido un cuarto de hora me doy cuenta de que es
el ritmo perfecto, estamos bajo la línea de la carretera, la respiración es
acompasada y sin forzar mucho. Carola está portándose como una campeona, pesa
casi veinte quilos menos que yo y sin embargo su mochila tan solo pesará dos
kilos menos.
Cada vez, la mirada se me va más a menudo hacia el
valle, pero ahora puedo mirar sin miedo a dar un traspiés, ya no progresamos
haciendo ladera, vamos sobre lo que es la carretera y la nieve sobre la que
vamos es casi horizontal, con una pendiente inferior al 10%. Casi no hace falta
usar los calzos. No hay señales de que nadie venga desde Bedretto, no se
observan luces que los delaten, las luces de las frontales, como las que
llevamos puestas, en el casco, pero que no hemos llegado a encender, están para
un caso de apuro. Bueno, yo la he encendido un par de veces, protegida por mi
chamarra para poder contrastar lo que me dice el GPS.
A las cinco y media estamos en los metros finales del
paso, el altímetro indica 2.475m, una variación de 5 metros debida a las
variaciones de la presión en las últimas horas. Despreciable.
Buscamos un lugar a cubierto de un montículo de nieve,
desde donde ya todo parece bajada y hacemos una parada técnica. Si todo de aquí
en adelante ser bajar conviene hacer un cambio en la ropa, quitar una capa
interior y poner una externa que corte mejor el viento, la capa de Gore-tex. La
mía es negra, es que está de moda. También se usa porque es bastante visible
cuando es de día, resalta muy bien en la nieve. La de Carla es de color pistacho,
ahora no importará pero luego puede ser excesivamente llamativo.
Comemos algo mientras descansamos y recogemos las
pieles de foca. Reviso los puntos del GPS. El siguiente está a un par de kilómetros,
lugar hasta el que podremos bajar por donde nos parezca. Con esta claridad no
se aprecia lo suficiente como para distinguir los diferentes tipos de nieve.
Sigo prefiriendo la dura, para no dejar huellas; las dejaremos, sin duda, los
giros hacen saltar algo la nieve dura pero no son huellas apreciables a distancia.
Quiero evitar llegar a una zona de nieve donde lo que hagamos sean surcos. Lo
tenemos algo difícil y seguiremos necesitando suerte pero como dice el dicho,
la suerte hay que buscarla y me dedico un rato a tantear la nieve que tenemos
hacia abajo; miro, piso, me muevo y vuelvo a repetir la operación hasta que ya
tengo decidido el camino de bajada, el límite norte del valle que desciende,
por la parte superior de la cresta, allá podremos elegir la ladera norte o la
sur de la cresta, según convenga. Va a ser una suerte el poder elegir.
Cuando vuelvo a donde espera Carla, me indica que
tenga cuidado; está agazapada tras la nieve mirando hacia el sudeste, hacia la
parte inferior del valle. Miro y observo la luz que producen las frontales de
un grupo que sube; cuento cinco personas, por las luces, y a buena velocidad.
Miro el camino que viene hacia nosotros, nada, por aquí no sube nadie. ¡Bien!
Las seis en punto, hora de salir, tenemos media hora
hasta que la claridad se convierta en día y hasta las siete hasta que el día
sea realidad y aparezcan por los altos, en las cimas más altas, los rayos del
sol.
Para esta hora los colegas del refugio espero que estén
terminando el desayuno; tienen previsto comenzar a andar para las seis y media.
Aún no habrán llegado los buscadores, y si como me dijo Néstor, Mark y Paola salen
antes pues mejor que mejor, su huella los despistará y querrán adelantarlos
para venir en nuestra búsqueda. Perfecto.
-Hora de
marcharnos Carla. ¿Qué tal te encuentras?
-De momento
muy bien. Este descansito me ha venido al pelo; pensaba que no estaba cansada
pero no era verdad, la tensión de las últimas horas ha sido fuerte, pero ahora
estoy OK.
Me alegro, pensaba que podía encontrarse peor, algo
más cansada. Dedico la mirada del gitano hacia el lugar que abandonamos, ni
rastro apreciable de lejos. Repaso al material de las mochilas y el que
llevamos a mano. Parece correcto. ¡Despacio y buena letra Héctor, no la vayamos
a joder ahora!
Los primeros giros del descenso de la jornada dicen mucho
de cómo van ser las hora siguientes así que los damos con mucho cuidado,
acostumbrando el cuerpo al nuevo tipo de ejercicio. Subiendo precisas esfuerzo
para ascender, mucho aire y movimientos lentos, apoyándote mucho en los
bastones para mantener el equilibrio, los esquís no resbalan. Bajando es lo
contrario, los esquís se deslizan sin freno, no te apoyas mas que unas décimas
de segundo en los bastones y los reflejos tienen que estar listos para actuar a
la velocidad del rayo. Los cuádriceps aguantan el peso y las flexiones constantes
pueden acabar con ellos.
A los cinco minutos estamos disfrutando de la bajada, la
nieve está para gozarla pero no es el momento oportuno, por mi parte el
disfrute es relativo, sigo con la cabeza en mil conjeturas. Y una de ellas es:
¿aparecerá algún helicóptero? ¡No por favor! Miro a Carla y veo que está
disfrutando. Vamos con peso pero la nieve es muy regular, sin sorpresas.
La elección ha debido de ser la buena. A las seis y
media estamos seiscientos metros por debajo del collado, en el punto del GPS
que me ha grabado Néstor. Quiero pensar que se comienza a ver algo más. Si nos
damos prisa, en un cuarto de hora llegaremos a una zona irregular del terreno,
con rocas, algunos árboles y lugares donde podremos ponernos a cubierto y
relajarnos algo de una vez.
Vuelvo a analizar la nieve y ahora que he pensado en
el helicóptero es cuando más me preocupan las huellas que podamos dejar. El
tiempo apremia y seguimos bajando. La pendiente es notablemente menor y ahora
solo nos preocupamos de leer el posible camino. Con ésta nieve no debiéramos
dejar mucha huella pero si te pasas en velocidad, el giro de frenada, al que se
debe sumar el peso de la mochila, puede dejar un surco visible desde lejos, y
más para gente que está acostumbrada a leer en la nieve.
Seguimos teniendo suerte; a las siete estamos en una
zona donde en poco tiempo podemos ponernos a cubierto de las miradas del
posible pájaro. Más que por la bajada en sí, los nervios me están dando una
buena paliza y tengo los cuádriceps machacaditos. Esto y el peso de la mochila
que andará por los doce quilos. Un buen trago al agua y bajará de peso, o al
menos lo cambiaré de lugar aunque a mis piernas esto no le arregla nada.
A las siete y media estamos dentro del valle, en un
lugar donde a veces hace falta remontar. En adelante todo no va a ser bajada,
hasta la salida al fondo del valle el desnivel será de unos cincuenta metros
así que tocará volver a sudar, subidas y bajadas, pequeñas pero continuas.
La “Cabalgata de las Valquirias”. Oigo la música y me
doy cuenta de que siempre me sucede lo mismo, lo que he oído es el sonido
típico que hace un helicóptero, solo que después de ver la película Apocalipsis
Now, hago siempre, inconscientemente, la misma relación, la escena de los helicópteros
y las playas de Vietnam.
Venimos por la parte alta de la ladera, entre árboles
bastante separados, para que no se vean a simple vista las huellas. Hemos
dejado atrás una cabaña y una gran roca con un hueco enorme bajo ella pero
quizá no hubiera sido un escondite seguro, demasiado obvio, será donde primero
vayan a mirar, yo al menos así lo haría.
Elegimos unas rocas pequeñas pero con espacio para
meternos entre ellas y la nieve que las ha estado cubriendo hasta hace pocos
días. Si me asomo puedo ver la carretera en la mayor parte de su recorrido.
Para cuando llega el aparato estamos escondidos, descansando de lo que ahora sí
podemos denominar como “paliza”. Necesitamos un descanso reglamentario y el
lugar y el momento son los adecuados. Además, tengo la primera capa de ropa
empapada; será térmica pero el sudor no perdona; seguro que hay más de un litro
repartido por mi cuerpo. Necesito liberarme de él para pesar menos y no
enfriarme.
El Helicóptero asciende despacio, como inspeccionando
el valle detenidamente. Seguro que no son cazadores, los cazadores no suelen
disponer de estos medios. Conforme asciende hacia el collado lo hace mediante
recorridos en zigzag. Rezo para que no puedan ver nuestras huellas y parece que
surte efecto porque no vuelven sobre sus pasos a revisar algo que les haya
podido llamar la atención, lo hacen todo lento dentro de una única pasada. Para
mí que no han podido sacar nada en claro. ¡Marcharos ya! ¡Joder!
Por lo visto mis plegarias son atendidas porque en
cuanto llegan al collado continúan por el otro lado y los dejamos de oír. Son
las ocho. Nos tomamos un relax hasta las nueve, entonces continuaremos. Por si
acaso pongo el despertador del móvil, no sea que nos durmamos de verdad, a mi
cuerpo no le importaría en absoluto.
He sacado la conclusión de que esto para Carla supone algo
así como un juego, no sé si se lo ha tomado en serio; pues que así sea, mejor
que si estuviera preocupada. A mí me está ayudando a que sea más llevadero; lo
estoy decidiendo yo pero parece como si fuera una decisión compartida. Al
comienzo me ha parecido que podía ser una carga, tampoco la conozco, pero ahora
es un apoyo moral importante.
No es una cama ni un sillón por lo que no hace falta
timbres para despertarse. Hemos descansado, eso sí, y mientras tanto el
helicóptero no ha vuelto. Nos ponemos de nuevo las pieles de foca bajo las
tablas y el material a la espalda. Mi mochila creo que ahora pesa otros diez
kilos más, me había olvidado de su peso anterior.
Buscamos una ruta más cercana a la carretera, para
tenerla cerca si es el caso.
Justo llevamos cinco minutos de marcha cuando sube una
Pic-Up con un solo conductor, un señor mayor, yo diría un viejo, con perdón. No
sé a qué puede subir así que de vez en cuando lo vigilo, cuando el camino nos deja
visibilidad.
Parece que se ha detenido en la cabaña que hemos visto
antes y trajina con objetos que no llego a distinguir.
Tomo una decisión. Si baja intentaremos abordarlo, por
si nos puede llevar, sería un puntazo.
Para ello, nos acercamos aún más a la carretera y
seguimos el camino de descenso, con demasiadas rampitas para remontar. Comienzo
a tomarlas con calma, no sea que me vuelva a poner como antes por el sudor. Nos
hemos quitado ropa porque la temperatura ha cambiado ostensiblemente.
El móvil pita, tengo un SMS. Néstor.
-Han picado
el anzuelo. Están bajando hacia Griessee siguiendo a Mark que debe ir a medio
glaciar. Nora y yo comenzamos esa ascensión. El Helicóptero acaba de parar en
el collado. Llama cuando puedas.
No entiendo lo que pasa en Suiza, hay cobertura en
casi todas partes, y es inmenso. Por si acaso no contesto, no me fío ni de mi
sombra. El mensaje nos anima.
La furgoneta vuelve y nosotros nos acercamos al linde
de la carretera para que nos vea.
Cuando me voy a volver para hacerle alguna seña
observo que decelera, como para hablar con nosotros. Dice algo en Suizo que no
entiendo pero Carla sonríe y le da las gracias por algo, me mira y me dice:
-Nos lleva a
Urichen.
No me lo puedo creer, ¡vaya día de suerte! seguro que
si hubiera comprado lotería para hoy me tocaba.
Por el camino Carla me cuenta que lo primero que le ha
dicho ha sido que no siguiéramos por ese camino por donde estábamos bajando, la
nieve termina en un alud y desde ahí la salida a la carretera es muy difícil.
Así que nos ha ayudado por dos veces, Primero al salvarnos del falso camino y luego
con el desplazamiento.
Por el camino saco la conclusión de que Carla le ha
contado al viejillo algo como que somos novios, que soy italiano y apenas
entiendo su idioma. Por mi parte colaboro diciendo que hemos dormido entre las
rocas. Ayer nos dejaron en este valle unos amigos con la intención de llegar a
Bedretto pero se nos olvidaron los crampones y al estar la nieve dura en la
parte superior decidimos volver. Como nadie iba a venir a buscarnos hemos
dormido entre rocas y hojas de pino; sin problemas. Bueno, esto lo entiende
Carla que le traduce, pero no sé si su versión es la misma que la mía.
Él se ríe y hace algún comentario de esos como ¡La
juventud!, ¡Yo antes hacía cosas así!
Total, las nueve y media, los trastos en la cajera,
bajo una lona y nosotros sentados y al calorcillo que sube del motor y de
charla amigable con un señor la mar de simpático.
Carla se anima y le da conversación. Me asombra la
soltura con la que se desenvuelve.
-Soy amiga de
Rita Munchen, estudiamos juntas en Thun, hace algunos años que no la veo, tengo
entendido que ahora no vive en Urichen-. Estas conversaciones las puedo
trascribir ahora que conozco lo que hablaron; en aquel momento entendí el 10%, algo
más que nada.
-La pequeña
Rita, “Mein Gott”- para mí que he
oído pronunciar algo así como “Maine Gutte”.
No sé porqué me da que Carla se ha apuntado sabiendo
que la ayuda podía ser de verdad, pero ya no le entiendo nada, ni el 10% si quiera,
no sé a qué dialecto se habrán pasado, no pillo ni “mú” de lo que puedan estar
hablando.De todos modos tiene al viejillo en el bote; al lado de una chavala,
de casi cuarenta pero ni la mitad de sus años, de entorno conocido o al menos
controlado, y en su dialecto; para ellos yo en este momento puedo desaparecer,
no existo; me jode pero me alivia. Se lo susurro al oído de Carla, sin
pronunciar claro.
-Hola Suiza,
estoy aquí. A tu lado. No se te olvide lo que hemos venido a hacer.
Carla le dice algo al chofer con clara referencia hacia
mí y al viejo le da un ataque de risa, sin parar de mirarme de reojo. Demasiado
reojo, ¡Mira hacia la carretera, viejo!, casi nos salimos a la cuneta, que no
es cuneta sino una zanja de medio metro, para la lluvia y la nieve. Solo
faltaba una hostia en coche ahora que todo va sobre ruedas, y nunca mejor
dicho.
Una vez bajada la pendiente que va a dar paso al ancho
valle principal el viejo toma un sendero a la derecha. Supongo que se tratará
de un atajo.
Pues no, es una maniobra para saltarse un control de
la policía en la carretera por la que íbamos a llegar. Este viejo sabe
demasiado. –Es el típico control para cazadores furtivos- traduce Carla.
Parece que nos vamos a librar pero veo por el
retrovisor que uno de los coches de la policía ataja por otro sendero y se nos
acerca.
-Buenos días
Arthur, ¿tienes algo que esconder y no quieres charlar con nosotros?
-Hola Bene, Os
he visto con los trastos por la mañana y he pensado no daros trabajo, ya sabes
lo que opino de la caza, y más de la furtiva.
-Sí, lo sé.
¿Nueva Compañía?
-Nueva no, son
amigos de la pequeña de Tony, les he enseñado el “Alp” que tengo para alquilar en primavera, los dejé ayer tarde,
esta noche han dormido allí y ahora los traigo de vuelta.
-¿Pretendes alquilar ese chamizo? ¡Pero si es
una ruina!
-En peores
lugares habremos dormido. ¿O no es así?
-Por cierto,
hay un helicóptero buscando gente que se ha perdido en el Corno Gríes.
-No hemos
visto nada- apunta Carla. –Bueno el helicóptero sí pero por allá, donde hemos
estado nosotros, nos ha pasado nadie, ni cazadores, puede que estéis perdiendo
el tiempo.
-El asunto es
que nos lo han solicitado desde alguna alta instancia, -y esto lo dice con
retintín- que controlemos la salida del valle. Algo tienen con los “perdidos”, aunque
no se busca así a uno que está perdido, de este modo se busca a los escapados,
pero no voy a discutir órdenes de arriba. Si hay que poner un control lo pongo,
y si hay que bailar bailo, mientras paguen, claro.
-Bueno Bene,
buena caza y hasta la tarde.
-Hasta la
tarde Arthur. Hasta otra ocasión, pareja.
Saludamos con la mano por fuera de la ventanilla.
Tengo una sonrisa interior de oreja a oreja. Los gusanos bailarines del estomago
creo que se han ido a dormir, ya era hora. Me apoyo en el marco de la puerta,
con riesgo a perder la oreja derecha en alguna de las sacudidas de este
cacharro y cuando parece que lo domino, paramos de un frenazo.
-Estamos en
casa, café para todos, o alguna infusión, lo que gustéis.
-Maquiato per piechere signore Arthur
-le digo de cachondeo al viejo.
No sé dónde me he metido, va y se pone a hablar en
italiano sin parar; no le entiendo mas que palabras sueltas de las que no
consigo extraer nada. Mi gracia me va a costar cara. Lo único que puedo hacer
es sonreír y mirar hacia otro lado, como si hubiera alguna otra cosa que me
llamara la atención. Esto de hacerse pasar por italiano es jodido.
Lo que pronuncia es algo así como una canción. Aunque
ésta zona es de influencia italiana y por aquí todos lo hablen, parece que
Arthur ha venido de otro lugar, de más al norte y no lo estudió en la escuela. Puede
que hable algo pero no lo entienda del
todo bien. Recuperamos terreno. Arreglado, de momento.
-El tren pasa
por aquí, si es que lo queréis coger, pero tengo pendiente un viaje a Visp a
llevar a arreglar varias herramientas, entre ellas la moto-sierra que he ido a
recoger a la cabaña, si esperáis a que me cambie y prepare el coche os llevo,
vais a llegar antes que el tren, son las diez y el siguiente creo que no pasa
hasta las doce.
Me parece cojonudo. Mientras tanto aprovecho para
comprar una funda para las tablas y bastones, llevar todo suelto es un
incordio, peligroso y llama demasiado la atención. Se lo comento a Carla y me
deja con la taza de café en la mano para ir a la tienda, está a cien metros.
-A ti te van
a timar, no conoces a estos paisanos. Te van a vender un saco podrido a
doscientos francos. Mejor lo hago yo.
Cuando vuelve, antes de diez minutos, trae dos tipos
de bolsas, diferentes; me mira y dice: -para las botas-. Ya, son dos bolsas
para las tablas, de loneta, y otras dos de papel duro, grandes para las botas,
pero no las ha comprado, se las habrán regalado, no tiene horas ni nada la
tía..
Para las diez y media estamos listos. Los bastones y
piolos van en la funda, los pares de botas en sus bolsas de compra baratas y
grandes y las mochilas sin objetos colgando ahora quedan más discretas y menos peligrosas.
Arthur ha telefoneado a la ferretería, tienen todo listo.
Otro café, con pastas dulces y a las once salimos de nuevo a la carretera
dirección suroeste, bajando, dirección Sion.
Antes de las doce estamos en Visp. Recuerdo la
estación de cuando estuve hace unos años.
Bene quiere ayudar pero no le dejamos y nos despedimos
de él.
-Hasta pronto
Arthur. Gracias por todo, y por el cable con el poli. Sabemos dónde vives.
-Nada que no
se pueda volver a repetir. Lo que han mandado hacer a Bene está mal. “Auf Wiedersehen”. Arribederci.
Suena el móvil con un SMS, de Néstor “Los cuatro en la
cima, llama cuando puedas” Joder con los suizos, han llegado a la cima, y queda
lejos de ganas.
Me arriesgo a contestar un SMS. “Nosotros también.
Besos. La boda ha salido perfecta”.
Mientras tanto Carla ha ido a comprar billetes, hemos
planeado la ruta y los camuflajes.
De momento compra dos billetes a Thun, aunque nos
bajaremos en Frutigen en una parada anterior. De este modo si investigan los
desplazamientos pensarán que vamos en dirección oeste, hacia Berna. Por si
acaso Carla paga con dinero, nada de tarjetas.
Una vez en Frutigen, nos vamos directamente a Zurich,
pasando por Interlaken.
EnZurich hacemos lo mismo que la primera vez, el
billete es hasta Turgi pero bajamos en Baden. Vamos con tiento hacia la casa de
Néstor y Nora donde debe estar la furgo, que está. No tengo llaves de su casa
pero sí que llevo encima las de la furgo; pensé dejarlas en casa pero se me
olvidó; luego, al dejar la ropa de calle en el coche para subir al refugio no
las quise dejar allá; resulta que al final el olvido me ha venido bien.
Pasamos de localizar las llaves que puedan tener
escondidas en algún lugar del exterior de la casa, el jardín o donde sea; metemos
los trastos en la furgo y salimos hacia Otelfingen a 6 Km de GPS para los que
entre giros vueltas y revueltas hacemos casi diez. Son las cinco de la tarde y
estamos en casa de Carla. Corrijo, no debe ser la casa de Carla, anda buscando
las llaves por algún lugar y no las encuentra.
-¿No tienes
las llaves de casa? Pregunto intrigado.
-No es mi casa. Ya que estamos tomando tantas
medidas de seguridad he venido a la de mi hermano menor, se acaba de mudar hace
tres semanas, le estuve ayudando en la mudanza. Me indicó dónde las guardaba
pero no recuerdo bien; tranquilo ya las encontraré, y si no voy a buscar a los
dueños, son una pareja de jubilados que vive a dos manzanas de aquí.
Mientras Carla busca las llaves aparco la furgo al
resguardo de las posibles miradas indiscretas, no quiero que la matrícula quede
visible. Carla ha encontrado las llaves.
-Le voy a
llamar por si va a venir, tengo entendido que el fin de semana lo pasa fuera,
volverá el domingo por la noche y para entonces tú estarás en Baden y yo me voy
a la mía que también está aquí, pero al otro lado del pueblo. De todos modos
ésta está mejor; la mía es un apartamento de soltera y en esta podemos
enfadarnos y pasar sin vernos unos días, 120m2.
-Vaya alquiler
deberá pagar tu hermanito con esta “casita”.
-No mucho, es
un manitas. Se ha comprometido a realizar bastantes reformas en lo que queda de
año. Ellos ponen el material y Peter la mano de obra. Reparación de temas de
madera, pintura y electricidad. Ya te digo es un artista y en lugar de leer o
ver la tele lo que hace es trabajar, manualidades.
Debo llamar a los montañeros así que me arriesgo y
esta vez llamo al móvil de Nora.
A la de mil contesta.
-¡Joder
Héctor!, ¿En qué líos estas medido?- ¡SI SEÑOR!, Nombre y explicaciones por el
móvil, hay que joderse con Nora. Lo debiera haber tenido en cuenta. La culpa es
mía por llamar.
-Tranquila,
todo está resuelto, hemos llegado a la ceremonia. La novia estaba mundial- y me
paso al euskara, no sea que nos oigan. Si lo hacen les costará un rato
traducirlo, si saben elegir el idioma.
Le he comentado que hemos llegado sin percances.
Suerte con el momento en que ha pasado el “Pájaro”, en nuestra conversación
aparecerá un “Txoria”, y le indico que
me dé un toque cuando se acerque por casa, yo estaré en otro lado.
También le pido que explique al guarda del Corno que
los dos maromos del refugio eran matones, contratados por un grupo mafioso que
quería forzar a mi empresa a vender una patente industrial, temas referidos a
tratamiento de residuos y cuestiones medioambientales, de la empresa para la
que trabajo. También han debido contratar a un grupo de guías para cazarme
porque pensaban que me podía escapar.
Me informa de que no tengo por qué preocuparme, nada
mas llegar, a esa hora de la mañana, se ha mosqueado con ellos, les ha pedido
referencias, con ello ha llamado a la federación de refugios suizos y tras
media hora de espera les ha montado un pollo de campeonato; como consecuencia
de ello, han tenido que salir todos a tomar por el culo a la calle, la pareja y
a los que acababan de llegar. Cuando ha visto el helicóptero ha telefoneado a
la policía para informarse de su procedencia y ha vuelto a hacer lo mismo.
Según ella hay que mandar a las mafias fuera de los
lugares donde vive la gente decente.
Por mi parte le recuerdo el clavo de hielo que he
dejado sin rescatar, para asegurar la bajada, y le deseo suerte, no me olvido
de felicitarle por la ascensión al pico y me despido:
-¿Qué tal la
subida de regreso para remontar desde el embalse al collado del Corno?- le
pregunto.
-Mejor no te
lo cuento, casi me quedo allá. Ese descenso a la ida, que no es de disfrutar, para
la vuelta se convierte en una trampa.
-Es lo que me
pasó hace un par de años. Un beso.
Tan solo nos queda una cosa para terminar un día
perfecto.
-¿Habrá
alguna tienda de comestibles abierta a estas horas de la noche Carla?- son las
seis.
-Sí, hay una
cerca, vamos a ver qué nos podemos vestir y vamos antes de que cierren luego ya
nos quitaremos los sudores y los nervios.
-Eso sí, que
se los lleve el agua, ya vale por hoy.
Salimos a la calle con ropa como de ir pidiendo
dinero. Yo tengo algo de Peter, que me queda grande, como en plan payaso. Carla
tiene un chándal del 64, si no es de antes, quizá de los dueños de la casa, de
la dueña vaya.
Cuando estamos en el Súper, que de “Super” no tiene nada,
bueno sí, los precios, recibo un SMS.
“Llámale a I Firmado T”. Ya estamos con las intrigas, ahora Tanya con sus
jeroglíficos.
Le pido el móvil a Carla y pongo un SMS a Irina.
“Solicito envíen instrucciones a éste número” “Salu2
H”.
En cinco minutos recibo un SMS en el móvil de Carla,
es un nº de teléfono móvil español. Espero que se trate de un número seguro.
Le pido consejo a Carla y me da una solución muy
fácil. Voy a la estación de Baden, porque la conozco, no por otro motivo, y
desde una cabina llamo al teléfono indicado. Mientras tanto ella prepara la
cena. Nos está mal, voy a ficharla de socia, es buena.
Programo la dirección de la estación de badén en el
Navegador y luego la de regreso a casa de Peter. Me pongo algo de abrigo y
salgo a llamar por teléfono mientras Carla se pelea con las verduras con que va
a acompañar la pasta que va a preparar. Tenemos cena italiana.
Por fin hablo con Tanya, avisándole que cuando se me
acaben las monedas, tengo bastantes francos suizos, se corta y se acaba, de modo
que hay que resumir. Y comienzo.
-Resulta que
me cazan don mafiosos, creo que algo chapuceros. Leen mis datos del libro de
registros del refugio y dan el aviso. Oigo que van a venir a por mí y me
escapo.
-Te llamo
porque hemos detectado una intromisión informática en la Base de Datos de la
Logia Hispana, nombre que le dan a nivel oficial, supongo. Es una lista de
pega, para que quien entre crea que nos está pirateando, lo que aparece es
inevitable pero lo verdaderamente serio no está ahí. Evidentemente no apareces,
quizá por eso su intriga y su interés en atraparte. Felicidades por tu éxito en
la fuga. Recordarás que hice hincapié en tener cuidado cuando vas por ahí; ha
sido mala pata lo de coincidir con una pareja de esa calaña.
-No sé cómo
pasó; cuando me di cuenta estaban pidiendo informes y órdenes de actuación.
-Ya me
contarás los detalles. Si vas a llamar hazlo a este móvil pero no desde el
tuyo. ¿De dónde estás llamando ahora desde una cabina pública?
-Sí, voy
aprendiendo a interpretar tus jeroglíficos. Tengo ganas de verte.
-Y yo. Un
beso. Hasta pronto.
-Se me hace
raro escuchar tu voz. Otro beso.
Se han disipados mis nubes y la sonrisa y el color me
vuelven al rostro. Ahora solo queda una ducha calentita, y un afeitado, “Of course” o mejor “Natürlich”.
Para las ocho llego a casa y me encuentro a Carla
perdida dentro de una bata de baño tamaño XXL, con una mesa montada en plan
cena íntima. Vino blanco en la cubitera, centro de mesa con velas y flores.
Platitos con cosas variadas, de colores, y una olla de donde sale un vapor muy
sugerente.
-Tienes el
baño para ti, sin prisa, esto necesita reposar veinte minutos y aún me queda
por montar la salsa. Me pongo algo y te paso la bata.
Esto tiene muy buena pinta, y además sin agobios, por
fin un remanso de paz en el revuelto río de hoy
-Seguro que
se me nota que he hablado con Tanya.
-Pues sí que se te nota.
¡Joder!, ¿Ya estaba otra vez publicando mis
pensamientos por el éter?, o ¿será que lo he hablado? Bueno, esta vez no importa.
La cena está de muerte, el vino ideal y del sueño no
vamos a hablar. Nos pasamos al sofá para ver qué de aprovechable puede haber en
la tele y nos vamos dejando invadir por la modorra. Ya fregaré por la mañana.
No sé a qué hora me despierto. Estoy solo en el sofá,
cubierto con un edredón con la tele y las luces apagadas, a excepción de una
pequeña luz de testigo de algún equipo electrónico.
Media vuelta y sigo durmiendo, el sillón me llama, no
vayamos a hacerlo enfadar.
Poe la mañana me despierto cuando amanece, con la luz
que pasa por los ventanales del mirador, que da al directamente al este; se ve
salir el sol sin interferencias urbanas. Me despierto sí, pero no me levanto,
me quedo un rato a planificar el día de hoy, y el de mañana, no debo improvisar.
Si hasta aquí no hemos tenido fallos, que no sea ahora, por bajar la guardia.
A las ocho me levanto, recojo lo que hemos dejado de
la cena, que parece un campo de batalla.
Veo que tiene lava vajillas pero tampoco sé cómo se
pone en marcha así que lo friego a mano y para las ocho y media, con la cocina
recogida, me pongo a ensuciarla de nuevo. Toca preparar el desayuno.
No encuentro el café, seguro que lo tengo delante de
la nariz, pero no lo veo. Ya va siendo hora de que alguien más se levante de la
cama así que, como si fuera sin querer se me van escapando unos golpecitos aquí
y otros allá, puertas que abro y cierro con poco cuidado, un tenedor que se cae
y no da en la alfombra sino en la tarima de madera.
No hay manera, no se va a levantar. Estoy a punto de
abrir la puerta de su habitación cuando oigo que alguien está abriendo la
puerta de la calle. Es Carla que vuelve de correr. ¡Lo que faltaba!
-¡Vaya sorpresa,
el desayuno a la mesa!
-¿Tostadas
con mantequilla y mermelada?
-Traigo croissants.
Vamos a recuperar las calorías perdidas y las no
perdidas. Y recuerdo lo que estaba intentando localizar hace unos momentos..
-Me falta por
localizar el café.
-No hay,
Peter lo tiene prohibido, deberemos arreglarnos con una infusión.
-Pues vale,
infusión.
Desayunamos, holgazaneo un poco y después planificamos
la mañana. Es que no hay ordenador, se lo ha llevado Peter y Carla no ha pasado
por su casa. Tampoco importa.
-Tú ya has
hecho el ejercicio del día y yo lo tengo pendiente, ¿me puedes recomendar un
paseo por la zona?
-Tranquilo,
vamos juntos, una ducha, el desayuno, media hora y como nueva, te voy a enseñar
algunos lugares cercanos, muy pero que muy chulos. Salimos andando desde casa.
Por suerte tenía unas zapatillas de deporte viejas en
la furgo, la única ropa técnica importante para pasear.
Una mañana soleada, fría pero sin llegar a ser la
temperatura que hemos tenido en las alturas, estamos a cinco sobre cero y
subiendo, en una hora llegará al doble si el sol sigue en el plan en que está
cascando. Es Marzo y se nota. Gorro y gafas, que de paso sirven para esquivar
el rostro.
Hemos pensado en esperar señales de Nora y Néstor
antes de planificar la comida, así que ya llamarán. Por si acaso vamos pensando
en soluciones varias.
Y no se hacen derogar, antes de la una suena el móvil.
Es Nora.
-Hola Héctor,
estamos a media hora de casa, ¿qué plan tenéis para comer?
-Ya nos lo
esperábamos, no tenemos plan, lo que queráis. Podemos quedar donde Carla,
nosotros nos encargamos de la intendencia.
-Pues una
cosa, pasamos por casa nos cambiamos y vamos, una hora más aún.
-Vale
estamos.
Ya lo teníamos planeado así que vamos directamente al
grano. Pasamos por el super, a por más de lo mismo. De menú hemos elegido
“barbacoa”; ensaladas varias y carne a la brasa, aunque esta vez será plancha,
no tenemos asador ni jardín.
Mientras yo regreso a casa de Peter, Carla se va a su
casa a por ropa de la suya, pensamos que el peligro habrá descendido, no hemos
notado nada raro en el paseo de la mañana.
Tarda en llegar, me ha dicho diez minutos y va para
media hora. Le llamo al móvil. Contesta.
-Han forzado
la puerta y revuelto la casa buscando algo, no falta nada pero he llamado a la
poli, terminan pronto, estaré lista en poco más de media hora.
Volvemos a las andadas. Vaya lío en que la he metido.
No sé qué hacer para remediarlo, no sé qué puedo hacer.
Aparecen N&N junto con Carla, habían ido a su
casa, no les hemos dicho lo de la casa de Peter.
Estamos con la guardia bajada Héctor, me recuerdo a mí
mismo. A ponernos las pilas de nuevo.
Tengo la comida casi lista así que en pocos minutos
estamos dando cuenta de la misma, yo, que soy el responsable de la plancha,
participo en la conversación desde el fondo de la sala comedor. Cenamos, y después
de un amplio repaso de todo lo de estos días, y de saber que Néstor ha
recuperado el tornillo de hielo sano y salvo, nos despedimos de Carla que, de
momento, se queda en casa de Peter.
-Un beso
Carla, yo me voy mañana, a primera hora. Estaremos en contacto.
- Lo mismo
digo, y saludos a Tanya, es una chica con suerte.
Paso la noche en Baden, durmiendo esta vez mejor, y a
primera hora del domingo salgo hacia casa.
El Navegador me habla pero poco a menudo. Y no atiende
a lo que le digo; es un mal educado.
Llevo el termo lleno de café con leche, que se queda vacío
para la mitad del camino.
Conduzco tranquilo y dándole vueltas a lo que ha
pasado estos tres días. Han pasado demasiadas cosas y la conclusión es que
vivir así puede llegar a ser una mierda.
De momento lo dejo como está. Me concentro en la
música, el gasoil, las paradas a más café o a una meada y, por fin, para las
nueve de la noche estoy en casa. CASA.
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