sábado, 30 de noviembre de 2013

09 De vuelta a la vida normal.




Hablando de rutina, este año incluyo una nueva; el plan de trabajo referente a descifrar el mensaje de Tatiana. Voy a intentar dar un par de paseos a la semana por la Avenida de Madrid en Donostia.
El hecho en sí es fácil, lo difícil va a ser encontrarle un hueco, nunca me viene bien, tengo organizados y ocupados todos los días de la semana con actividades variopintas. Deberá ser en momentos flotantes, ningún día concreto.
De momento pienso en jueves y sábados, por la tarde, lo demás no me cuadra. Pudiera ser también los domingos pero no me atrae; tampoco parece el mejor día para ir de pesca.

El primer jueves del año voy a Donostia y me dedico hora y media a pasear por la zona, de las 18:30 a las 20:00; llego en tren y me voy en topo, y aprovecho la ocasión para realizar alguna compra, tomar un café, fumar un cigarrillo y observar a la gente.
De paso que voy de pesca aprovecho también para sondear el nivel de conexiones que pueda encontrar; la vez anterior me extrañó no encontrar ninguna y esta vez sigo por el mismo camino.
Mientras paseo, cuando me dispongo a volver se me ocurre que hay varias personas que se han fijado en mí, es como una sensación, sin ningún motivo especial, sin base. La verdad es que no sé qué impresión he debido de dar, buscando nada y sin un rumbo determinado; a mí me habría llamado la atención.

Jueves de la segunda semana, 12 de enero, sigo con el plan de pesca y repito lo de la semana pasada; plan sí, pesca no. Hoy creo que, me ha parecido o me lo he imaginado, alguno de los que me observaron hacía el amago de saludar, ¡qué tontería! estoy viendo lo que no hay.
También me pasa por la mente que corro el riesgo de entrar a tomar parte de los “personajes”, del grupo de “Raros” del lugar.

El jueves de la tercera semana me ha sucedido una especie de incidente, algo un tanto fuera de lugar. Me ha parado un tío preguntando por lo que hago, aduciendo que se ha fijado en mí y que estaba intrigado en lo que hago. Tiene todas las pintas de ser un madero pero me ha parecido demasiado refinado, culto, o no sé qué tendría, pero tenía “algo” que me ha dejado descolocado. Parecía enteramente que su intención era la de pararse a hablar, con el único fin de hablar, sin preguntas, cuatro frases sin contenido y sin más. Tal como me ha parado ha terminado y se ha ido, como si hubiera cumplido su cometido.
Me quedo con el mosqueo y sigo con la pesca. Veo que va a ser difícil sacar algo en claro pero ya que estamos aquí sigo con lo mío.
Poco a poco me voy desanimando, sé que se debo esperar más tiempo, pero ando un poco escaso de paciencia, no es mi fuerte.

Cuando hoy por la mañana me dirigía a Tolosa a una entrevista de trabajo me he dado cuenta de que he enfocado mal la búsqueda en Donostia, no estoy utilizando toda la información que Tatiana me pasó, me he quedado en lo superficial, el análisis ha sido demasiado simple.
Profundizando en ella, como acabo de hacer ahora, creo que me ha dado la ubicación exacta, donde debo situarme, el lugar exacto desde donde se obtienen las visiones que me pasó.
Mi cabeza ha estado procesando y volviendo a repasar como quien visualiza un video una y otra vez, incluso a cámara lenta, lo que fue y cómo se desarrolló la transmisión, las imágenes de Tatiana en Babia. El modo en que me llagaron fue bien claro, sin ningún control por mi parte, nada de señales intermitentes o apariciones indecisas, las imágenes estuvieron debidamente reflejadas y bien definidas. Es como si la aparición de ella frente al espejo, la de por la mañana, que yo creí casualidad, hubiera sido un ¡Acción!, y como por medio de un interruptor comenzara y también terminara. Nada de casualidad, totalmente deliberado y planificado, y eso supone tener un control bien trabajado, por parte de ella, claro. Además está esperando con el canal abierto a que yo aparezca, sin mostrarse hasta que decide el ¡Ya!

Todo aquello pasó muy rápido, las sensaciones me agobiaron y no las pude asimilar. Me perdí en lo inesperado del momento y no me pude centrar, ahora está aflorando, lo estoy digiriendo y me va apareciendo una vez evaluado. Sin darme cuenta, el cerebro ha ido trabajando a su aire y ahora está llegando a conclusiones y me las presenta, como las de esta mañana. Lo que me espera en Donostia es algo parecido a una cita, no tengo que dedicarme a buscar a lo loco, sin dirección.

Como las veces anteriores, bajo del tren en Loyola y sigo andando hasta Amara, un paseo de media hora durante el cual voy planeando la búsqueda de hoy. Esta vez sigo algo más adelante, hacia el centro, por la margen izquierda del Urumea, entrando en la Avenida de Madrid por el extremo opuesto a las veces anteriores, por la parte de la Plaza Pio XII, la de la fuente, donde hay un parque de árboles enormes.

Cuando voy a llegar a la Avenida, a punto de terminar la calle que limita el parque me fijo en una persona que está sentada en un banco, tiene toda la pinta de ser el tío que me entró la otra vez perdiendo el tiempo dándome conversación no sé para qué; hoy ha cambiado de tipo de disfraz, va de colgado, desaliñado, como si fuera a pedir limosna. Me fijo que está inquieto y que periódicamente dirige la mirada hacia la Avenida, hacia donde me dirijo; tres segundos y vuelve a la posición de despiste, mira hacia el suelo y espera.
Después de tantas películas y series de TV de intriga, espías, policías, me doy cuenta que le falta algo para que su personaje sea real, no cuela. Alguien a quien le gusten ese tipo de películas se daría cuenta de que está de vigilancia, ¿Habrá en marcha un operativo? De ser así seguro que habrá más vigilantes y supongo que mejor camuflados.
También podría tratarse de algún tipo de vigilancia de la Policía Nacional; el edificio del Gobierno Civil está justo enfrente de este parque, al otro lado de la Avenida y el acceso a la variante, una de las conexiones de Donostia con la variante, la carretera de circunvalación. Me extraña pero puede.

Me paro y me quedo mirando un escaparate mientras ordeno las ideas. Desde el cristal puedo ver al poli pero borrosamente, sabré si se levanta y se va pero no más detalles, de momento me vale.
Si el otro día me entró, lo de hoy no es por lo del cuartel de al lado, es una operación en marcha, y ahora; mira por dónde me voy a meter en camisa de once varas.

Lo pienso un poco y cambio de táctica; en lugar de realizar un sondeo buscando conexiones, voy a intentar pasar desapercibido, me voy a concentrar en la bici del gimnasio, a ver si cuela.
Lo intento pero con poco resultado, antes de un minuto ya estoy desconcentrado y pasando a pensar en otras cosas; decido hacer algo más sencillo, miraré al suelo, me centraré en un campo de visión más reducido, que no dé una pista clara de quién soy y, sobre todo, de dónde me encuentro.
Me pongo en marcha, observo de reojo al vigilante y, en un momento en que termina una de sus inspecciones, me adelanto a prisa, doy la curva y ya estoy dándole la espalda, para que no me reconozca. Luego me acuerdo que llevo a la espalda la mochila, la de siempre, y me puede reconocer, pero ya está hecho así que sigo y que suceda lo que tenga que suceder.
Inclino la cabeza hacia el suelo y me concentro en lo que veo, baldosas del suelo y poco más; intento caminar sin ir demasiado encorvado.

Me llega información inexacta de las personas con las que me cruzo o los objetos, en este caso obstáculos que me encuentro en el camino. Árboles, alguna papelera, señales de tráfico, farolas.

Antes de llegar a terminar la manzana creo estar donde se observa la visión de Tatiana, debo dejar el camuflaje y mirar, no hay otra opción. Comienzo despacio, observo previamente a los que me rodean y todos me parecen posibles espías o policías, lo que sean. Vuelvo a estar un poco neurótico. Me parece reconocer a alguno de los de otros días. Quiero tranquilizarme pensando que si es el mismo lugar y la misma hora es normal encontrarme con la misma gente, pero me sirve de poca ayuda, no me tranquiliza.

Me decido y miro hacia la fuente que me queda a la derecha. Corrijo unos pasos la posición, retrocedo y me pego a la pared, voy rozando la casa. La fuente coincide y mirando hacia la izquierda también lo hace la visión que tengo hacia el Estadio, con todos los árboles y demás, es aquí.
Estoy de espaldas a una tienda de complementos, para mujeres, un espacio bastante libre, con un estilo minimalista y veo bastante bien el interior. Me aparto del medio de la acera hacia el edificio, quedando casi apoyado con la espalda al cristal del escaparate, volviendo a recrearme en la escena de la fuente y la Avenida.
Espero; no sé a qué pero todas las alarmas las tengo encendidas. Sigo sin recibir señales de conexión pero el ambiente está cargado de suspense. De momento voy a seguir esperando.
   -¡Héctor! ¿Eres Héctor no? -Oigo una voz que proviene de mi izquierda, la puerta del comercio.

Antes de nada hago un examen rápido del entorno cercano:
Parece que todo está despejado, solo pasa una anciana. OK.
La voz proviene de la hermana de Tatiana, es ella, la de la visión. OK.
En el interior hay una persona. Tío, joven, mano derecha a la espalda, por la cadera. Txungo, huele a poli, o segurata.

   -Si, Si, soy Héctor. Y tú, si no me equivoco la hermana de Tatiana.

Lo digo mientras me oriento hacia ella; no avanzo y dejo que las manos queden a la vista; estoy convencido de que el de dentro tiene una pipa y está al loro; trato de tranquilizarlo, el mensaje corporal es el de “no llevo armas, soy amigo”.

Ella, la hermana, está nerviosa, duda en qué, o en cómo hacer lo que sea, mira de reojillo al interior de la tienda y haciendo el amago de entrar pregunta:
   -¿Te parece que pasemos dentro?- dice con una voz cantarina, como de falsete.
   -Sí, por mí de acuerdo, estaremos mejor que aquí en la acera.

La sigo a media distancia, con movimientos lentos y observando a cómo evoluciona el “dependiente”. No sé a qué se dedicará pero aquí y ahora es lo que se dice un pulpo en un garaje. Me voy acercando hacia él y con la intención de sonsacarle alguna información que me valga para analizar la situación y le suelto a modo de saludo:
   Atxaldeon! ¿Zemouz? (Buenas tardes. ¿Qué tal?)

Pregunto, pero sin casi interrogación, lo más parecido a una afirmación. Se trata de un saludo en euskara con una pronunciación algo exagerada, para ponerlo en algún aprieto.
Me mira algo desarmado y me dice:
   -Lo siento, no hablo ruso.

¡Hay mi madre, dónde me habré metido!
Han puesto de dependiente a un guardaespaldas, recio donde los haya. Vaya usted a saber de dónde han sacado este elemento. No es de la zona norte de España, no lo era por el físico pero eso no suele ser decisivo, y es que tampoco ha vivido aquí, ni tiene habilidades para el trato con personas. Un tronco integral, test psicotécnico de madero con sobresaliente.

   -¿Te importa que deje aquí la mochila?- Pregunto señalando un hueco al lado de una silla, más para indicar lo que voy a hacer, no se me ponga nervioso, saque la pipa y arme la de San Quintín.
La dejo a su lado, abro la cazadora dejándole ver, descaradamente, que no tengo y que no estoy escondiendo nada, me vuelvo hacia la hermana, le tiendo la mano y diciendo –Héctor Montrondo- le planto dos besos en sus sonrosadas mejillas.
Ella sonríe y dice. –Hola, me llamo Irina, Irina Yurchenko.

Nos quedamos un rato mirándonos, analizándonos el uno al otro.
Tampoco sabemos cómo romper el hielo así que, mientras tanto, aprovecho para estar a la escucha de alguna posible intrusión. Parece, puede, atisbo algo, algo borroso, que poco a poco se va aclarando. La imagen enfoca la tienda donde estamos, desde fuera, desde la acera; se nos ve en el interior, desfigurados pero las siluetas son claras, somos nosotros. ¡Joder!, ¡Ahí fuera hay alguien mirando!

Me desplazo un poco para libras obstáculos y miro descaradamente hacia fuera y lo que veo es la viejilla de antes, la que he descartado; está parada frente al escaparate mirándonos fijamente.
Está trasmitiendo la señal como si fuera una videocámara, en abierto, a quien reciba. ¡Esto es la leche! No salgo de mi asombro. Esta puta vieja me la ha metido bien metida. No, si ya dice la frase, que no te fíes ni de tu sombra. Apuntado.

A tomar por el culo todas las tecnologías de espionaje; esto es una pasada. Evidentemente no se sabe quién pueda ser el receptor, o receptores, claro. Además, pueden estar en la cafetería, tomándose un cortado descafeinado de máquina con leche semidesnatada y dos sacarinas.

Tú tranquilo Héctor, me digo; vamos a pasar de esto que me supera, me paso a lo de Irina que es lo que cuenta, ya volverá la realidad cuando sea, o cuando nos dejen.

   -Perdón Irina. Me estoy distrayendo con la parafernalia que habéis montado para recibirme. Tranquila, no tienes por qué preocuparte de mí. Solo vengo porque me gustaría contactar con Tatiana, tu hermana. Dile a ese maromo de ahí dentro que tranquilo, que no tire de la pipa porque no hace falta. Tan solo quiero charlar un rato contigo.
   -Si, a mí también me han puesto bastante nerviosa, no entiendo nada de lo que está sucediendo. Pensaba que podía estar en peligro dadas las medidas que han tomado. No conozco a nadie y Tanya tampoco me lo ha explicado, solo me dijo que podrías venir.
   -¿No te ha contado nuestro encuentro en Babia?
   -Bueno, algo -se sonroja– me ha dicho que está interesada en contactar contigo. Y, a todo esto, aunque el nombre sea Tatiana, normalmente la llamamos Tanya, es así en Rusia.
   -Bueno, ésta y otras cosas más las tengo por aprender. Gracias por la aclaración, yo la llamaba Tatiana y no me lo corrigió. Para mí que me dijo Tatiana, lo que sucede es que yo no estaba seguro de haberlo captado adecuadamente, vale, en adelante Tanya.
   -Me ha pedido que te haga algunas preguntas, supongo que tú también tendrás las tuyas. –Me dice.
   -Sí, pero ¿Qué tal si lo hablamos delate de un café, en algún lugar más ameno? ¿En el café de al lado por ejemplo? Si es que puedes, y quieres claro.
   -No hay problema, se lo digo a la dueña de la tienda que estará precisamente en la cafetería, para no “incordiar” cuando vinieras; no sé lo que hará el “nuevo”.

Me dirijo al “extra” y le digo, esta vez en castellano castizo.
   -Oye, vamos a la cafetería de al lado a charlar un rato, en un ambiente un poco más relajado, con un café por delante. Tranquilo, que soy de fiar, además, tus colegas creo que ya me tienen controlado. Dejo aquí la mochila, para que veas que no me voy, si no te fías te dejo el “peluco” en prenda. La dueña viene ahora, la avisa Irina. ¿Vale?

El tío habla por un micro que tiene mordido a la camisa y por lo visto recibe instrucciones por el pinganillo.
   -Vale, pero que no sea más de diez minutos.
   -O.K. Un café y volvemos. Agur. -No te jode que diez minutos.

Le sigo a Irina que está esperando en el vano de la puerta, saludo a la vieja del comando de vigilancia con la mano, para que lo trasmita vía satélite y sigo calle arriba hasta el café.
Paso de seguir buscando conexiones o temiendo que me vayan a copiar, que pase lo que tenga que pasar que, por hoy, tengo bastante.

He debido de ir despacio porque, cuando entro en el café, Irina está terminando de hablar con una señora (de mi edad, pero que me parece mayor, no se lo voy a decir, claro); ésta me saluda y sale hacia la tienda; por fin voy a tener un momento de paz.
Nos sentamos en la mesa que ha dejado libre la jefa y nos disponemos a charlar; por fin, llevo esperando esto más de un mes.

Primero ella me cuenta su vida y la de Tanya. Un resumen, en plan telegrama. Creo que lo ha preparado porque es detallado, concreto y rápido.

Sus padres son oriundos de Ucrania y justo antes nacer ella lo destinaron a Vladivostok, en la provincia Primorkiy Kray, en el 73. El padre tenía un puesto en el ejército de tierra.
Cuando Tanya tenía 24 años, en 2004, desapareció en el mar junto con el resto de la tripulación de un barco de salvamento (hay que joderse), cuando camino de Kamchatka pasaban por las islas Kuriles, en el mar de Ojotsk. Las noticias lo explicaron como  el percance de un pesquero japonés, pero hay que poner filtros a la información rusa, bueno, y a la no rusa también, pero esto lo vamos a dejar por hoy. Su madre vive en Uglovoye, a una hora de Vladivostok, la capital. Allá tiene a sus amigos y resto de familia.
Irina conoció hace diez años, en Vladivostok, a Beñat, un viajero, de Hernani, que junto con otros tres amigos iban a recorrer la Ruta de la seda. Vladivostok- Estambul, por sus medios. Tenían planes y recorridos concretos pero sin reservas previas de pensiones o trasportes; sin fechas. Disponían de un máximo de cuatro meses antes de volver al trabajo.

El día de llegada sufrieron un percance en el trasporte que les dejaba en el hotel; el único seriamente perjudicado fue Beñat. Sufrió un golpe en la cabeza, ligero traumatismo, pero fue más espectacular la herida abierta en la oreja; no demasiado seria peri sí aparatosa.
La compañía del vuelo se hizo cargo de las circunstancias y colaboraron en facilitar la solución.
Le hicieron quedarse 3 días entre observación y curas, tras los cuales podría contactar con sus amigos, haciendo todo el recorrido en tren, sin paradas como ellos. Le facilitaron el billete del tren y la estancia en una barata pensión, la comida por su cuenta. En atención al turista fue la explicación, y le pareció satisfactoria.

Los cuatro juntos cenaron, a modo de despedida, en el restaurante donde trabajaba Irina.
Se conocieron, miraron, quedaron para el día siguiente, pasearon, metieron horas mientras Irina libraba y se despidieron totalmente enamorados. Un flechazo de libro.

Posteriormente se chatearon muy a menudo, casi todos los días, hasta enero de 2.005, cuando Beñat pasó un mes den Vladivostok. Luego, en 2.006 volvió y se casaron, el mes de julio, para venir a vivir a Euskadi, en septiembre.

En lo referente a Tanya, nacida el 1.980, estudió un poco de todo. Temas administrativos, cursos de informática a nivel  usuario, idiomas, turismo y algunos cursillos más; todo esto hasta los 20 años, antes de ponerse a trabajar.

A los 21, se puso a trabajar, dedicándose a desempeños dispares. Como se suele decir, conocedor de todo y experto en nada. Esto me suena conocido.
A los 26, se quedó huérfana de hermana y comenzó a conocer noticias del mundo exterior, más concretas y reales que lo que leía o vía en el cine y la televisión, y con 29 años, en 2.009, vino a vivir a Donostia, empujada por Irina y Beñat, y motivada por conocer a su sobrina, Olatz, la hija de Irina y Beñat.

Tras seis meses de perfeccionamiento del castellano, que previamente había comenzado a estudiar allá, pasó a realizar trabajos diversos. De cualquier cosa.
En este momento está de niñera. Dos infantes en educación especial, superdotados, para unos seis meses, en Santander. Se trata da la pareja de yupis  que conocí en Babia.
Tiene previsto volver a Donostia por marzo.
De momento no tiene pensado venir de visita, como ha hecho alguna vez. Cuando más ocupada está es los fines de semana.

Con esto que me explica, y los modos de contactar con Tanya tengo más que de sobra. La vida de una familia contada en cinco minutos. Lo mío ha sido bastante más escueto.

No quiero tocar el tema de las conexiones, motivo por el que la he conocido, ni hablar sobre el espectáculo que han montado los amigos “conectantes” con motivo de este encuentro. Ya veremos cómo hacemos la salida del restaurante y lo que pueda seguir.

No he hecho ningún intento por indagar si Irina tiene alguna habilidad pero creo que no, no he percibido nada al respecto.
Salimos de la cafetería y entro en la tienda a recoger la mochila y despedirme de la dueña. La mochila está donde la dejé, solo que alguien ha hurgado en ella, está casi en el mismo lugar y casi como la había dejado, pero algún elefante ha dejado sus huellas sobre la mantequilla.
Ya no está el vigilante. Saludo a la dueña y le planto un par de besos a Irina diciendo:
   -Hasta pronto, “cuñada”.

Me mira con los ojos abiertos como platos, yo me río y me voy, con la imagen de una Irina sonrojada y sonriente en la retina. Guardo la imagen en la memoria.

Tengo varias imágenes así en la memoria, cual cámara de fotos. Es algo nuevo, no sabía que se podía hacer algo así. Ya veremos cómo funciona y lo que duran en la memoria.

Salgo a la calle; parece que ha desaparecido todo el personal de guardia. Ni señora “Gran Hermano”, ni madero en el banco del parque ni señales de conexión alguna.
Esto es un misterio que no se cómo voy a investigar.
Ha sido todo un señor un montaje, un despliegue de personal y medios en base a la “Facultad” de algunas personas, la conexión telepática.

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