sábado, 30 de noviembre de 2013

07 Un bonito día de montaña.





Ayer, entre Simón y Mariano debieron de hacer ajustes en cuanto a la hora de salida y me ha tocado esperar un poco en el comedor, estaba solo y justo cuando me iba a levantar para ir a la habitación de Simón para ver si se había quedado dormido aparece en el comedor. Me cuenta que Mariano viene a por nosotros a las 08:30 así que saldremos sin agobios. Hoy puedo hacer un desayuno en condiciones, con la tranquilidad que da media hora por delante.

Esta noche he dormido de un tirón, tenía sueño atrasado y por si acaso me tomé una pastilla. No tengo costumbre pero a veces puede resultar y esta ha sido una. Solo me faltaba seguir acumulando sueño en el día de hoy, no me lo podía permitir.

Solo estamos levantados los dos, y Gaspar claro, que ha preparado el desayuno, los demás deben estar en la cama esperando que se haga de día y suba la temperatura. No me extraña, son 3º bajo cero lo que indica el termómetro de mi reloj; lo he puesto en la ventana antes de bajar a desayunar; puede que siga bajando porque aún no había amanecido.

A las 08:30 estamos ante la puesta del hostal listos para salir, que no haremos hasta que llegue Mariano, quien llega en ese momento.
Mientras metemos las mochilas, bastones y gaitas en el coche, hago un intento de contacto, por si Tatiana está despierta, desde que nos separamos ayer no he tenido ninguna sombra de conexión si quiera, ni rastro. En eso que siento un flash, acompañado de una especie de calambre que me recorre el cuerpo, de los pies a la cabeza; no se cómo he visto una imagen, inestable, iba y venía, como la típica lámpara fluorescente que no se termina de encender, y de pronto se me presenta una imagen que me deja petrificado. Se trata de Tatiana ante el espejo del baño con el albornoz enlazado en la cadera, desnuda de la cintura para arriba y las manos enfocadas hacia la fuente.
   -Hola Tatiana, buenos días, bonita estampa.
   -¿Qué? ¿Cómo? ¿Qué haces mirándome?

Se cubre los pechos con las manos pero sonríe con malicia. Por la cara que ha puesto parece que la haya sorprendido, como si no se hubiera dado cuenta de cómo estaba al establecer la conexión, ¿no esperaría que nos viéramos? Reacciona enseguida y alzando los brazos los mueve a modo de despedida,  -Hasta Luego-, y me envía un beso con la mano derecha. Me quedo con la última imagen en la retina.

La conexión termina pero yo me quedo como estaba, sin pestañear; me he quedado como un lelo, contemplando aún la escena final. Es como si hubiera pasado la cámara de fotos al modo REC. Y en ello estoy hasta que oigo gritar a unos bárbaros.
   -¡Bueno, vienes o qué! ¿Te vas a quedar ahí?- dice Mariano.
   -¡Ya estás atontado otra vez!- ahora Simón.

Me están esperando dentro del coche.
Meto la mochila en el maletero, la arrojo mejor dicho, lo cierro y entro en el coche.
A la hora indicada salimos hacia San Emiliano, donde a las nueve hemos quedado con cuatro más, unos conocidos de Mariano, hoy seremos siete.

Unas cuantas respiraciones de control y me concentro en lo que he venido a hacer, no me van a permitir que me comporte como un quinceañero enamorado.
Concentración, decisión y al tema que hoy es de monte, y por lo visto el de hoy muy chulo, con desnivel y vistas.
Para las nueve menos algo estamos en San Emiliano, donde nos esperan dos coches.
Sin salir a saludar, Mariano les indica con la mano que nos sigan y en unos minutos llegamos a Torrebarrio, pasado el cual, cuando la carretera pasa a ser pista dejamos los coches. Se trata de un matrimonio de gallegos por un lado y dos amigos de León por otro.
Tras las presentaciones, nos dedicamos al repaso del apriete de las botas y los últimos retoques; son cerca de las nueve y media cuando comenzamos a andar.

El termómetro de la farmacia que acabamos de pasar indicaba -6º.
El sol está tras las crestas de las montañas que cierran el valle por el este y nosotros vamos a ascender por la ladera oeste de un pequeño cresterío que poco a poco irá ganando altura hacia el norte. Por ella discurrirá gran parte de la mañana así que los rayos del sol no nos calentarán hasta bien pasado el medio día. Estamos a ocho de diciembre así que nos toca lo normal para ésta época del año. Frío

Hemos dejado los coches en la cota 1.230m y la cima a la que vamos, Pico Colines, tiene 2.225m, el suficiente desnivel para entrar en calor, aunque no nos vaya a dar el sol.
El suelo está congelado con lo que no tenemos problemas de barro ni charcos, en la subida al menos, otra cosa será el mantener el equilibrio debido a los resbalones.
No sé de qué pasta estarán hechos nuestros compañeros de hoy, no paran de hablar en toda la subida. Los hay que tienen pulmones.

Para las doce estamos a la par del pico, en su vertical, bajo la pedrera que da al collado alto. Buscamos la subida más fácil, que no hay, y decidimos la directa. Ahora las conversaciones son menos, ya era hora, la voz menos potente y a veces alguien resuella. Menos mal, me estaban acomplejando.
A media pala nos da el sol, y se agradece. Nos quitamos otra capa de ropa, la primera ha caído al cuarto de hora de comenzar, con la primera de las cuestas; estamos a tiro de piedra del collado, que por cierto da paso a una arista no apta para quien padezca vértigo.

Veinte minutos de equilibrios en la arista y estamos en la cima. Las vistas que nos brinda son preciosas, con una panorámica espectacular. Sacamos las fotos de rigor. Hacemos la ceremonia de nombrar los picos que conocemos, que son bastantes, pero yo no conozco ninguno. Se nos queda el corazón bien contento y la moral bien alta; ya hemos recargado pilas para una buena temporada. Nunca he sabido describir adecuadamente la sensación de realizar una ascensión y de llegar a la cumbre; son distintas pero se complementan, es difícil describir este sentimiento.

La bajada la hacemos con cuidado, lenta por las rocas y a buen ritmo por los neveros que descienden directos aunque son de nieve de irregular profundidad y consistencia; la que está contra las rocas ser hunde muy fácil. Pasa de falsa a dura en menos de un metro, y no se aprecia a la vista. Peligrosillo.
En una hora estamos en el prado superior donde hay una cabaña o refugio; en ella entramos a hacer la comida del día. Lo típico que se suele hacer en estos casos; cada uno saca lo que lleva, lo expone en la mesa y lo compartimos, cada cual que pille lo que quiera.
Una hora de comida, charlas, chistes y aventuras y ya son las tres de la tarde cuando salimos  hacia abajo, sin prisa.
En dos horas estamos en los coches, esta vez con las botas bien pringadas de barro. He intentado ensuciarme lo menos posible pero no me libro de tener que usar la fuente para limpiar el calzado y los bajos del pantalón, no he traído polainas; para terminar, una restregada por la hierba y ha quedado pasable.
En el camino nos paramos en un bar a tomar unas cervezas, a modo de despedida y los tres mosqueteros nos volvemos hacia el hostal, serán las seis de la tarde.

Hace un rato, cuando nos acercábamos al pueblo, me ha comenzado a cantar el estómago pero no de hambre, también se me está acelerando el corazón, y no es por la altura o la fatiga, tengo los nervios alterados. La cita está al caer y no me consigo tranquilizar.

Tenemos ya el hostal a la vista y comienzo a recibir señales de llamada en las que denoto cierta impaciencia; no es un buscar ¿Dónde estás? Sino un ¡Aparece ya! Me mosqueo.
A la entrada del hostal hay un vehículo que se está despidiendo, está a punto de salir. El mensaje es claro:
   -Héctor, nos vamos, nos vamos ahora- y se vuelve a repetir insistentemente.

Mientras Mariano aparca no hago otra cosa que mirar por todas partes queriendo encontrar a Tatiana pero en balde; aún no puedo salir del coche, Mariano está aparcando y parece que lo hiciera a cámara lenta. Este tío no sabe lo que pasa, pienso, y me digo que tranquilo.

Por fin la veo, dentro del coche que comienza a marcharse, van los cinco dentro. La frase me sale casi a gritos.
   -¿Cómo nos podemos ver? ¿Cómo nos encontramos?

Espero una respuesta clara y válida pero recibo una serie de imágenes, palabras, sensaciones.
-    Madrid.     Avenida con árboles.     Una fuente, una    plaza.      Un edificio raro al fondo.    El rostro de una persona, mujer, pelo corto, familiaridad de rasgos, se me parece algo.
Las repite varias veces y poco a poco se van desvaneciendo. En la distancia.

Se va, y me quedo con el jeroglífico, hundido en la miseria. Todo mi gozo en un pozo dice la frase.
Mi corazón no está para estos trotes.
Me he ido a la habitación y apuntado en un papel lo que me ha dicho, no sea que se me vaya a olvidar. ¡Qué coño se me va a olvidar!

Debo tener un aspecto terrible porque Simón y Mariano me miran como a un fantasma, un alma en pena. La verdad que es que es así como me siento.

Todavía me quedaba un día por disfrutar en Babia pero no va a ser igual en estas condiciones de angustia y desolación pero haciendo de tripas corazón seguimos con el plan.

A la hora de la cena esta vez solo estamos nosotros. Me aprovecho del motivo y esta vez me tomo dos chupitos en lugar de uno, está justificado, las penas se ahogan en alcohol.

Al día siguiente amanece algo cubierto y se esperan precipitaciones para el medo día. Aprovechamos la mañana y damos un paseo, sin cimas pero por bonitos paisajes, hacia el oeste de Robles de Laciana, donde estábamos.

Salimos a la hora de comer, con algo de picoteo para el camino y volvemos a casa, esta vez pasando por el sur, cerca de León. La lluvia nos acompañará durante bastante parte del recorrido.
Para las siete de la tarde estoy en casa. Entro, dejo los trastos por el suelo y me siento en el sillón.
Triste vida, amargura, sufrimiento.
¿Cómo te voy a encontrar, Tatiana?


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