Viernes 12-11-2011, el día después.
Me despierto unos minutos antes de que vaya a sonar el despertador, que
está puesto para las 06:50; sobresaltado, en medio de un sueño; sueño agradable
a la vez que desconcertante, pero sobre todo, un sueño muy real.
Me ha sobresaltado el hecho de despertar, me ha devuelto a una realidad
que no quería, estaba más a gusto allá, no sé dónde pero allá, tremendamente intrigado
pero con ganas de continuar, enganchado a la intriga y a las sensaciones.
El sueño ha sido hoy, hace muy poco, porque ayer dejé la tele y me fui
a la cama a eso de las doce y cuarto, o sea hoy, así que no está dentro del
misterio del triple once (11/11/11), día especial; hoy iba a ser otro día sin
más trascendencia pero tengo la premonición de que éste sueño va a cambiar
muchas cosas en mi vida.
Me encontraba en alguna casa, tirando a grande, amplia, cara, bien
ubicada, por ejemplo algún barrio famoso y caro, de alguien conocido, o
conocido de conocidos, y con gente relacionada con el trabajo o alguna cuestión
seria o formal, nada de cuadrilla o familia.
Se trataba de algún tipo de reunión, recepción, celebración, con lunch
y servicio de catering con camareros uniformados, música suave de fondo, luces
difusas, todo muy elegante; parecía de película, la gente de pié, charlando en
pequeños corros, camareros pasando con bandejas con bebidas y canapés. Varios
ambientes, uno interno en una sala enorme y otro al exterior, un ático con
terraza anexo.
Todo parecía el decorado interior de una película americana de gente
guapa, yupis. No se qué podía pintar yo allí pero claro, así son los sueños, en
ellos estás de oyente.
Voy pasando de una persona a otra, sin pararme casi con nadie, como las
abejas, de flor en flor; no me fijo en nadie en particular, los veo desde fuera,
como desde el otro lado de un muro trasparente.
En un momento determinado me fijo en una persona, una tía que está apoyada
contra la pared, un estar de pié tranquilo, mirando hacia donde me encuentro.
No sé si está sola o con alguien pues no veo a nadie más, no puedo ver a nadie
más, no consigo guiar, controlar la mirada, no sé quién la dirige, ¿será mi
otro yo?, si es que lo hay.
Pienso en varias cosas a la vez, tengo una marea de pensamientos a modo
de puzle.
Ella nada tiene de especial que deba llamarme la atención o la haga
destacar; es semi-joven, no es pequeña, no es pesada (gorda), ni flaca, pelo
castaño casi corto, ojos de color ojo, mirada fija pero que no se clava, ni
guapa ni fea. Yo la miro, ella me mira, y va pasando el tiempo, no sé si un
segundo o mil.
Mientras me voy enterando de lo que me sucede, me fijo en que ella
también hace lo mismo. Me observa y, no sé porqué, siento que me está
analizando. No veo lo que ella ve, veo su cara, porque la estoy mirando, claro
pero no sé lo que ve, aunque parece evidente que eso que ve sea yo. Tengo claro
que me está analizando detenidamente y con interés, y es que ella sabe lo que
estoy pensando; no es una hipótesis, estoy convencido de que es así,
irrazonablemente.
Hay un pero, no tengo una confirmación de que lo que estoy pensando sea
cierto, o hasta dónde lo sea. ¿No será que todo esto se debe a mi imaginación?
Me estoy poniendo neurótico, pero algo me dice que es verdad. Necesito
hacer algo que confirme la teoría (o la neuro teoría).
Mientras le doy un par de vueltas a la cabeza en el cómo, sigo con la
mirada fija en ella, no sea que se desvanezca el misterio, quiero que dure.
A veces cierro los ojos, unos milisegundos, para ver ¿ver? si
desaparece, pero nada cambia; mientras cierro los ojos sigo viendo lo mismo, con
lo que pruebo a cerrarlos durante varios segundos.
Aunque tenga los ojos cerrados veo que se mueve, y se corresponde con
la postura de cuando los vuelvo a abrir. Capto sus movimientos, ¿Qué pasará con
sus pensamientos?
Pruebo a cambiar lo que estoy pensando yo, pienso en hacer alguna
variación pero ligera, no sea que todo esto se vaya al traste. Espero que
aunque siga escrutándola no le moleste, y puede que eso sea lo que ella está
pensando ahora. En mi cabeza se mezcla lo que pienso yo y lo que imagino que
pueda estar pensando ella. Se me ocurre, que tenemos una comunicación de
pensamientos, ¡qué tontería!
Hay que moverse Héctor, me animo, y decido irme acercando, porque
estamos lejos, a unos seis metros tal vez, con esta luz difusa y el escenario
poco definido no estoy seguro, además, mejor que no pueda pasar la gente entre
nosotros, no sea que nos separen o corten la comunicación.
Me dispongo a acercarme hacia ella y para cuando me voy a comenzar a
mover resulta que es ella quien viene hacia mí. La tengo cerca; he pasado de
verla de lejos a tenerla casi al alcance de la mano, pasando de verla de cuerpo
entero a un plano americano, para pasar, posteriormente, a casi un primer
plano; muy cerca pero en un entrono brumoso, como si nos envolviera una niebla
grisácea, es un ambiente a lo David Hamilton, fotógrafo inglés de la década de
los 70.
Sigue escuchándose la música indefinida de fondo, las conversaciones
monótonas y nada hay que parezca que vaya romper el trance.
Estamos cerca el uno del otro, como adosados a una pared que nos
proporciona cierta intimidad. Su rostro no refleja su estado de ánimo, no lo
consigo interpretar, no me da pistas.
Me gustaría encontrar una sonrisa, algo que me tranquilice, que me
indique que vamos bien, y en ese mismo momento una sonrisa va apareciendo en su
cara, comienza por los labios pero sigue ampliándose y noto que llega hasta sus
ojos. Es algo agradable, claro que sí, tenemos una afinidad, algo positivo, y
creo que yo también lo estoy transmitiendo porque me veo a mí mismo en lugar de
verla a ella. ¿Cómo me puedo ver a mí mismo?
Deseo seguir forzando la situación, debo hacer algo más tangible y trascendente,
pero por lo visto hoy no tengo un día en que me sobre la imaginación. Debo
pensar en algo que ella pueda captar para luego captar lo que ella piensa, pero
quiero que me quede la duda de que todo esto ha sido un cuento, un bonito
cuento, o un bonito sueño.
Decido moverme, ir a otro lado, dentro de la casa claro. En lugar de
mirar hacia donde quiero ir, cierro los ojos y lo imagino, esperando que ella
lo vea y acceda, es lo que parecía estar pasando por nuestras mentes hace un
rato. Le alargo la mano y espero que me lleve. Ella lo hace y allá que vamos de
la mano, despacio, hacia un espacio apartado, entre el ventanal y el fondo del
salón. Pero es que es verdad, no es que me lo parezca, es que estamos realmente
allá, y seguimos de la mano. No la quiero soltar, y resulta que por lo visto ella
tampoco.
¿Cómo puedo saber eso? ¡De qué voy a saber lo que está pensando ella!
De pronto, me encuentro solo, no sé lo que ha pasado, cuándo se ha ido,
cuánto tiempo ha podido transcurrir, pero estoy tranquilo, voy pasando revista
al lugar y la gente. Ella debe estar por ahí, en alguna parte y aunque no la
vea la puedo sentir. Voy a buscarla, por si acaso, no vayamos a forzar a la
suerte. Al poco de ponerme a andar la encuentro, está hablando con alguien. No
es posible que pueda escuchar la conversación, pero conozco, “oigo” lo que
habla, habla acerca de una tercera persona que yo conozco, un conocido de ambos,
alguien que compartimos, Aitor Puente, uno que trabaja a veces para mi empresa.
Desde donde estoy lanzo una pregunta, insonora, que no pronuncio, pero que la
pongo en el aire, en antena; la envío.
-¿De qué conoces a Aitor? -Se
vuelve, me mira y me llega la frase, que no pronuncia.
-Es familia de mi cuñado.-Responde.
¡Toma ya! No esperabas esta respuesta tío. Lo quiero confirmar y me
acerco hacia ellos. Formulo la pregunta hablando, rompiendo el protocolo que
parecía habíamos establecido. Misma pregunta y misma contestación. Quien habla
con ella, una tal María, nos dice: -No sé cómo os podéis entender, una en ruso
y el otro en euskara. ¿Es un juego?
Me doy cuenta de que no me he fijado en el idioma en que ha hablado
ella, he entendido y ya está. Es algo importante, pero no me quiero distraer en
este preciso momento, no debo ocupar mis pensamientos en otras cuestiones, esto
debe continuar. Cruzo los dedos.
María se va y nos deja solos, solos en medio de la reunión con todos
los de alrededor a los que obviamos. Nos quedamos uno frente al otro, nos
miramos y dejamos que pase el tiempo.
Ella conoce mi nombre, no sé cómo, ¿lo habrá preguntado? Le pregunto el
suyo. “Tatiana”, responde, sin haber abierto la boca, sin pronunciarlo. ¿Será
así? ¿Cómo puedo imaginarme un nombre? Me lo habré inventado.
Quiero tomarle las manos pero no me atrevo, no se vaya a asustar, no
quiero que desaparezca esta situación de misterio. No han pasado dos segundos y
ambos tendemos las manos, nos cogemos de ellas y nos acercamos, algo más de lo
normal para dos desconocidos. Los demás van desapareciendo de nuestro campo de
visión, estamos en una burbuja, una pompa de jabón enorme y aislante.
Nos miramos; nos seguimos mirando para ser exacto, y nos seguimos
acercando, esto se está poniendo interesante. ¡Que no se rompa! Me pongo a
temblar. La quiero abrazar, pero me quedo paralizado a medio camino. Sus brazos
se apoyan en mí, como si nos fuéramos a poner a bailar. Juntamos nuestras
caras, mi lado derecho con el suyo. No le debiera poder ver la cara pero la
estoy viendo. Está tranquila, serena, afable, a gusto y en su interior sonríe.
Yo estoy hecho un flan, me van a fallar las rodillas, ¡fijo!
Poco a poco voy rodeando con mis manos su cintura, es que no me
conozco, yo no pensaba hacerlo, no me atrevía pero ha habido un algo que me ha
llevado a hacerlo, ¡joder!, esto suena a esquizofrenia.
Mis manos siguen por su espalda y comienzan a hurgar por debajo de su
polo, mientras oigo claramente un ¡Si!; supongo que ha sido ella. Voy rozando
su piel con las yemas de los dedos en sentido ascendente por su espalda. Ahora
no es un Si, lo que recibo ahora es un ¡Pufff!. Apoyo sutilmente las uñas y desciendo
los brazos rascando suavemente mientras tiemblo, y ella se estremece, su cuerpo
se derrite, se bambolea, está a punto de caerse, y me preocupo tanto que separo
la cabeza y miro, y no es cierto, está físicamente erguida e inmóvil, como un
maniquí. Lo que he sentido no ha sido su cuerpo físico, ha sido su yo
espiritual. El hardware inmóvil mientras el software interno es un maremoto. Yo
debo de estar a más de 50º C, la cara roja como un tomate y desprendiendo vapor
por todas las rendijas.
Vuelvo a la posición anterior, apoyo mi mejilla contra la suya y vuelvo
a ascender los brazos, aplicando un ligero masaje, una cierta presión con las
yemas en las zonas más musculadas de la espalda, a los lados de la columna.
Tengo bastantes horas de recibir masajes como para saber lo que hago, y esto
suele funcionar.
Debo tener cuidado en no separarme hacia las costillas, no sea que vaya
a hacerle cosquillas. Intento llegar hacia los hombros.
Siento su voz; sus expresiones son de alegría, un ¡Uauu! Seguido de
otro ¡Puff!, y entonces sale mi bruto yo, y ya embalado no se me ocurre otra
cosa que pensar en un beso, no tengo remedio, tengo implantado un programa
típico de tío, sin opciones suavizantes ni delicadeza. Directo al tema.
Lo he debido de joder porque ella comienza a apartar el rostro, se
separa y me mira de frente. Yo estoy acojonado por lo que me vaya a decir su
mirada, pero de eso nada, se va acercando de frente. De frente y algo de
costado, para librar la nariz. ¡No me lo puedo creer! ¡Nos vamos a besar! Acercamos
los labios y nos tocamos con ellos, un contacto torpe, sin puntería, que
queremos corregir, y resulta que nos raspamos. Somos dos auténticos novatos
nerviosos pero no quiero corregir nada, no sea que se esfume el momento. No me
puedo caer porque estoy flotando. Estoy en una nube, ni casa, ni fiesta ni
música ni gaitas. Fiesta es lo que tengo por todo el cuerpo.
Debiera humedecerme los labios porque los tengo resecos; pienso en abrir
algo la boca, para tener algo más de tacto, y es que la tengo apretada, por los
nervios. Un beso debe ser algo más tierno, no una piedra con la parte exterior
de lija, una piedra pómez, debiera ser un beso de verdad, y es en ese momento
cuando me despierto.
¡MIERDA!, Era un sueño. Un sueño perfecto, real, chulísimo, pero un
puto sueño, y me acabo de despertar. Estoy en la cama y casi es la hora de
levantarme para ir a currar, vaya mierda de realidad. Yo quiero que siga. ¡Esto
no vale!
Me quedo un rato quieto en la cama, por si vuelve, lo intento
rememorar, lo repaso, para que no se me olvide. Ha sido por mucho el mejor
sueño de toda mi vida, y mira que los he tenido buenos, y originales, aunque
también ha habido algunos txungos, la
mayoría.
Va pasando el tiempo, los días, y le voy dando vueltas a las cosas que
he visto y sentido, no puede ser únicamente un sueño, tan real. Además, no se
me va borrando, olvidando nada, lo tengo super reciente, como si hubiera sido
esa misma noche, y así sucede todas las mañanas.
No me puedo
quitar la sensación de encima, la sensación de que ella, quien sea y donde sea,
ha soñado a la vez lo mismo que yo.
Ha sido un sueño
“conexión”, una conexión al 100%.
No es una
conclusión o un deseo; estoy convencido, aunque no hay nada que lo pueda confirmar,
nada que indique que ha sido así, de que alguien, ¿Tatiana?, el alguna parte
del ¿mundo?, ha estado con migo. Hemos estado juntos, y a nivel real, bueno un
virtual muy real porque no ha sido de cuerpo presente. En algún lugar de un
espacio raro, desconocido, pero cercano y amigable.
Los días que han
seguido al del sueño no he tenido tiempos muertos o zonas en blanco. Todo el
tiempo ha sido desgraciadamente la cruda realidad. Si he dormido ha sido sin
soñar, o al menos no lo he recordado al despertarme. Eso sí, he realizado
varios intentos de rememorar el sueño o analizar lo sucedido, queriendo indagar
sobre el cómo así y el por qué. Además, mi pretensión era darle una
continuidad; me ha dejado con la miel en los labios.
Esto no puede
quedarse así, debe haber algo más, y no importa el dónde, sino el cuándo, y la
cuestión clave, el cómo. Cómo pueden suceder estas cosas, que no sea en el
cine, claro.
Decididamente Tatiana
es una persona real, pero no puedo tomarme en serio su búsqueda, no sea que
vaya a volverme loco. ¿Cómo coño la voy a buscar? ¿Un anuncio en los
periódicos? ¿Voy gritando por la calle? Lo tienes jodido Héctor.
Me lo voy a
tomar con calma, no voy a ir fisgando por la calle, como Groucho Marx con el
puro en ristre, escrutando los rostros de las mujeres que pasan a mi lado por
la calle, en las tiendas, el tranvía…
Creo que en
lugar de una búsqueda física, una cara, una silueta, un rostro, deberá ser una
búsqueda mental, una escucha, un descubrir un pensamiento de otros, como lo que
sucedió en la “conexión”, la del
sueño-realidad. De este modo no llamaré la atención por la calle, girándome
cada vez que me cruzo con alguien del sexo femenino buscando el rostro de Tatiana,
si es que en realizad coincide con el del sueño, esa es otra, y que a decir
verdad no lo podría confirmar.
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