Pasan los días,
pero no pasa nada. No percibo ni si quiera un ruido, una imagen, que me puedan
indicar este tipo de actividad vamos a llamarla telepática. A veces miro a la
gente e intento conocer si pueden ser legibles, escrutados. Vaya tontería.
Otras veces imagino, bueno, quiero imaginar algo, pero no consigo nada, nada de
nada.
La primera
conexión, fuera del sueño, ocurrió un día, un día la mar de tonto, un día si más,
en el que iba distraído por la calle, cuando observé una mano que se tendía
hacia alguna parte indefinida, se elevaba, queriendo alcanzar algo que luego
apareció: un helado de cucurucho.
La verdad es que,
en ese momento, me cuesta mucho darme cuenta de que estoy “viendo” algo, porque
delante de mí no hay nada de eso. Tampoco lo esperaba así que es una sorpresa
que me deja desconcertado. Me cuesta reconocer la relación que pueda tener con
la conexión del sueño, pero seguro que la tiene.
Son las seis de
la tarde de un día sin más, entre semana, un martes, o ¿jueves?, no sé.
He pasado
delante de una pastelería donde venden helados, eso sí, pero apenas hay gente,
sea dentro o en la calle. En el interior nadie ofrece helado a nadie, y fuera,
en frente del escaparate solo estamos un padre con dos críos, en medio del frío,
y yo.
Me fijo con más
atención y observo que también hay una señora mirando el escaparate de una
tienda de ropa, están de rebajas, al 50% y una chica que, por lo visto, lleva
prisa, mirando a lo lejos, dejando el sonido de sus tacones por la calle.
Me vuelvo hacia
lo que visto al comienzo, hacia el padre con los dos críos, uno de cinco y el
otro de unos dos años, más o menos.
Bastante tiene el
padre con que no se le desmadren los enanos como para andar imaginando la
imagen que he observado, así que tampoco parece que pueda ser él. Y los críos,
tú me dirás, de qué coño voy a “sentir” a un enano.
Decido marcharme
porque, ahí, parado en medio de la calle seguro que doy el cante, lo mismo se
piensan que estoy pidiendo dinero, yo qué sé, otro “pirau” de esos, como John,
el que sale haciendo el papel de ser inglés, y que vive en barrio de Iztieta,
en mi barrio.
Justo cuando me dispongo
a irme, el niño pequeño, bueno, no sé si niño o niña, para el caso da lo mismo,
alarga el brazo con la mano abierta, hacia el escaparate de la pastelería y
“veo” una mano ofreciendo un helado, de fresa, o al menos de ese color.
Me vuelvo hacia
la pastelería y no veo tal ofrecimiento, ¿Qué coño he visto pues? Era claramente
un brazo con un helado de cucurucho. Ya, pero no había mas que brazo, sin
cuerpo que lo sustentara, sin persona por detrás. Mano y helado, que,
definitivamente, no hay, pero que veo si cierro los ojos.
Una visión, y no
ha pasado un mes, esto promete. Y me hace pensar.
-¿Por qué no he sentido estas
cosas hasta ahora?
-¿Qué ha cambiado?
-¿Habrá más de lo mismo de
aquí en adelante?
-¿Volveré a contactar con Tatiana?
Ésta última es desde luego la cuestión más importante. Es LA CUESTIÓN.
Estas y otras
mil preguntas rondan por mi cabeza y a punto estoy de quedarme traspuesto en
medio de la calle, menos mal que es peatonal y solo estamos cuatro gatos
helados de frío.
Por mi parte
sigo con mis reflexiones, intentando llegar a algunas conclusiones.
El enano seguro
que tampoco lo podrá ver, pero es que así lo parece, alterna entre mirar al
escaparate de la pastelería y pedir a su padre a que le compre un helado.
Bueno, todo esto me lo imagino, claro, pero para ello no hace falta mucha
imaginación, como dice mi colega Gaspar, lo que se ve con los ojos no necesita
candil.
El corazón se me
pone a 160 pulsaciones; estoy en una conexión con un crío que andará por los
dos años, y se expresa a sonidos más que a base de palabras concretas, que yo
conozca al menos. Bueno, eso era lo que yo creía, pero no es posible, a veces
se me mezclan imágenes del mismo niño, como si se viera a sí mismo. Mi pregunta
es ¿se ve en un espejo? No, no es posible, se ve desde una posición externa. O
sea que lo observa alguien y ese alguien es el que está transmitiendo. Me
traslado hacia un lado de la calle, cuidando de no desconectarme, y desde un
lugar donde tengo una visión más amplia observo a los tres.
El padre anda
algo despistado, mirando en plan general de un lado para otro, no se está
percatando de la jugada, ni de lo que quiere el pequeño. Probablemente no
entenderá lo que puede querer, que pueda ser un helado, si no los hay a la
vista, si seguro que ahora, en invierno y con frío no estarán a la venta. Éste,
el pequeño, sigue mirando al escaparate con la mano extendida hacia el mismo,
exigiendo algo, un helado claro. Yo sigo viendo una mano con helado que en
realidad no hay y lo que también veo es que cuando cambia la imagen del helado
que yo veo a otra, lo hace por la del hermano menor, desde un lugar donde se
encuentra el hermano mayor. No tienes mas que atar cabos Héctor, me digo.
Conclusión: es
el mayor quien le está haciendo ver la imagen del helado al pequeño; una imagen
incompleta, un brazo que surge de la nada con un helado en la mano.
Es la
imaginación del mayor que influye en el menor y es que ese cabrón lo hace
queriendo, conoce lo que hace. Estoy viendo una conexión ajena.
¡¡Horror!! Me
doy cuenta de que si yo veo eso, también me podrán captar a mí.
Me aparto de
inmediato esperando que no se me haya notado, llevo el susto escrito en la
cara. Intento, atropelladamente, no preocuparme, poner la mente en blanco, y saber
si yo sigo captando la conexión.
La preocupación
no me deja seguir con la observación y no me quiero arriesgar a darme a
conocer, a que me vean; así que me voy apartando, queriendo imaginar esta vez
la mano con el helado, que piensen que es la imagen que está viendo el pequeño.
O sea, que me
pueden leer, captar, escudriñar, sin que me dé cuenta. Esto deja de ser
interesante, me intriga, la novedad y el descubrimiento son asombrosos pero me
da miedo. No estoy preparado para esto, tengo que hacer algo y además ¡YA!
Van pasando los
días y voy teniendo cada vez más cuestiones raras en las que pensar, cosas especiales,
referentes a sueños, conexiones. O puede que todo sea mi imaginación pero solo
sé que antes no me pasaba nada de esto. Algún que otro sueño raro sí que he
tenido, pero no todo este berenjenal de sensaciones. Yo antes vivía más
tranquilo, ahora me voy a la cama con la esperanza de que ocurran dos cosas
opuestas:
1.- Soñar
con la conexión con Tatiana.
2.- Dormir
tranquilo sin cosas raras referentes a las conexiones.
La mayoría de los días son normales pero los que salen
raros salen raros de ganas. Algunos no merecen comentario por sosos pero hay
otras veces en los que no sé dónde voy a terminar, espero que no sea en el
psiquiátrico.
No me he parado a pensar cómo he llegado hoy hasta
aquí, no recuerdo cómo ha sido, que haya venido a cenar a Donostia. He venido
con Magda, no le gusta que se le llame Magdalena, mi pareja, creo, estos días parece
que lo es. No sé hasta cuándo, hace una semana que estamos de reencuentro, me
llamó y entonces lo supe, hasta entonces creo que estábamos enfadados.
A lo que iba. De momento estamos saliendo, no creo que
dure un mes, no sería normal, se saldría de sus costumbres; nos encontramos en
uno de esos momentos que he definido como “Que Bien Estamos”, y por alguna
razón, alguna celebración, o sin ella, resulta que estamos a mediados de
semana, al comienzo de la noche, en la Parte Vieja, eligiendo un restaurante.
Sin analizar demasiado hemos entrado en uno; será que
Magda lo tenía en mente, me estoy dejando llevar.
El comedor está lleno, hemos llegado tarde y al no
haberlo reservado nos han puesto en una mesa algo apartada, en una esquina.
Esto tiene sus ventajas e inconvenientes, pero en este caso es un lugar un
tanto cutre, por lo que son más los inconvenientes, seguro que los camareros
nos van a ignorar.
El restaurante es coqueto y la comida suele ser
estupenda, lo que suele fallar es el servicio, tienen poco personal y cuando se
llena se nota. Nos toca esperar para pedir la cena, podían acercarse y traernos
algo para beber de modo que la espera fuera más llevadera.
La cena transcurre dentro de la normalidad; hablamos
de lo que hemos hecho estos últimos días, donde el trabajo sale demasiado a
menudo. Hemos dado cuenta de una ensalada caliente más que aceptable, y servida
antes de lo que hemos pensado al entrar. Al final vamos a tener suerte y todo,
hemos esperado lo peor y nos han sorprendido.
Cuando vamos a comenzar el segundo plato, en el que
coincidimos otra vez, besugo a la parrilla, escuchamos las voces de alguien de
dentro del comedor, no lo vemos pero suena a alguien haciendo el energúmeno, suena
a tío y borracho o demasiado alterado, descontrola vaya. Por lo que notamos,
está enfadado con alguien; todos en el comedor miramos hacia donde proceden las
voces.
Se va acercando hacia nuestra esquina y en cuanto nos
ve enfila directo hacia nosotros, sin confusión, en esta esquina no puede ser
nadie más, nos va a chafar la noche.
Lo tenemos a cinco metros y veo claro que a por quien
se dirige es a por mí, con la cara enrojecida hecho un basilisco; lo oigo
gritar pero no consigo entender lo que dice. Yo me encuentro medio atrapado, en
un banco corrido donde solo tengo salida por mi derecha, que es por donde
viene, y con el obstáculo añadido de la pata de la mesa y además debo tener
cuidado con el mantel, que, cuelga demasiado y lo estoy medio arrastrando con
el cuerpo.
He esperado por si pasaba algo y me libraba pero ahora
ya es tarde, me va a pillar como a un tonto, paralizado en el banco mirándolo a
la cara con la boca abierta. Estoy pasmado.
Justo cuando me dispongo a dar un salto para salir, me
lanza una mano hacia el cuello y me tengo que apartar cambiando bruscamente de
dirección para esquivarlo; debido a esto, me atasco con la pata de la mesa y me
enredo con el mantel, que hago llegar hasta el suelo, arrastrando a su paso
parte de la cubertería de mi lado de la mesa.
Consigo salir de la trampa-asiento pero aterrizo de
espaldas en el suelo, al que golpeo con la parte posterior de la cabeza, suelo
que por suerte es de madera.
¿Madera? Me pregunto. ¡Cómo que madera! Si es de
porcelana, rústica, y bien chula por cierto.
No sé qué es esto, lo que me sucede, dónde estoy. Miro
hacia el costado y me veo reflejado en la puerta del espejo del armario del
dormitorio de casa. ¿Casa? ¿Mi casa? Me vuelvo hacia mis piernas y observo que
están enrolladas entre el edredón. ¡No me jodas! Me he caído de la cama al ir a
dar el puto salto para librarme del tío broncas ese.
Esto de los sueños comienza a ser peligroso y
desagradable, algo que no deseo a nadie, además, no me gustan las películas de
miedo; intriga vale, pero no miedo. Además es que lo de soñar es algo que no se
suele poder elegir. Últimamente me están tocando uno bueno cada treinta malos.
La primera vez, en el sueño “real”, no me di cuenta de
todas estas cuestiones, los colaterales. Estaba tan impresionado por el tema
que no se me ocurrió pensar en ello.
La segunda, en la conexión del helado, llevaba el
suficiente tiempo de mirón, de voyeur, como para que el hermano mayor se
hubiera percatado. Probablemente me salvó el que el mayor estuviera ocupado
tomándole el pelo al pequeño, típico juego de hermanos, cuando el mayor está
aburrido se dedica a hacer rabiar al menor. Y yo, como un tonto, observando,
seguro que hasta con la boca abierta, sonriendo y poniendo cara de bobo.
Por suerte, nada percibí que indicara mi imagen, que
me estuvieran mirando, que me delatara. Puede que no se hubieran dado cuenta.
Tampoco estaba pensando profundamente, estaba dejando pasar por delante las
imágenes, sin intentar entrar en ellas, estaba viendo pasar una procesión, pero
con poco interés, sin llegar a entender claramente lo que sucedía.
Joder, pues es algo para tener en cuenta. Me pueden
detectar sin yo saberlo.
Hasta ahora solo había pensado
en la conexión como algo entre dos personas, emisor y receptor, radio o
teléfono, pero esto es más, es una conferencia o más exactamente una
videoconferencia.
Decididamente debo tomar
medidas. Debo hacer algo para, cuando a mí me interese, no dejarme detectar, o
al menos leer. Lo mejor sería poder ser invisible, para que no se esfuercen en
penetrar en mis pensamientos.
Necesito controlar y disponer
a voluntad de una mente en blanco.
Esto me lleva a recordar un
libro que leí y releí, no hace mucho, referente a estas maniobras de la mente.
“El monje que vendió su Ferrari”, de Robin S. Sharma. En el apartado de
consejos del primero de los capítulos presenta ejercicios para vaciar la mente
de basura, de pensamientos inútiles, y dejar así lugar a otros más necesarios,
interesantes o positivos.
No he encontrado el libro en
casa y me he bajado el pdf del la web. He seleccionado alguno de los
ejercicios, comenzando por forzar una imagen, en algo que no sirva a quien me
quiera escrutar. La idea de focalizar una rosa que propone el libro no me
funciona, no me sale una rosa, y si veo una en una foto luego no la veo así, es
diferente y me falla hasta el color. Deberé elegir alguna otra cosa más
sencilla como imagen a la que recurrir, quizá solo un color, como una pared en
blanco, rojo, gris...
Me doy cuenta de que al cerrar
los ojos, el color que veo de fondo depende de la cantidad de iluminación que
estaba recibiendo justo en el momento de cerrarlos, lo que veo va desde el rojo
al negro. De momento decido seleccionar el color que aparezca al cerrar los ojos
y concentrarme en él, sin pensar en ningún objeto, y si aparece algo lo borro.
Tras unos cuantos ejercicios
parece que puede funcionar, deberé practicar más; más tarde probaré de nuevo si
es que puedo hacer aparecer ante mí algún objeto, algo así como un disfraz,
algún camuflaje, para detener, cerrar el paso a los demás por medio de imágenes
tontas, no las que me puedan venir sin pensar y de este modo puedan ser más
comprometidas.
Lo siguiente que intento es
que el color permanezca cuando abro los ojos, aunque yo siga viendo, me
concentro en seguir con el pensamiento en el color anterior. Si consigo esto,
podré pasar delante de alguien sin que me pesque “in fraganti”. Mi conclusión es que lo que se capta de los demás no
es lo que están viendo sino se refiere a lo que están pensando, imaginando, claro
que la mayoría de las veces puede coincidir con lo que están viendo.
Cuando consiga pensar en un
color o un objeto elemental, sencillo, el siguiente paso consistirá en imaginar
una panorámica, un paisaje, fácil pero real, mientras voy andando, de modo que
no coincida con lo que veo. Una escena de montaña, con árboles, una escena de
mar, con olas y rocas, algo fácil y rápido a lo que cambiar, y si no resulta
podré volver al objeto, o directamente al color.
Tengo mucho trabajo por
delante ahora que sé que va a haber, que puede haber, más conexiones, para las que me deberé preparar. Puede que sean
intrascendentes, pero no me fío; esto es demasiado serio y nuevo como para
dejarlo estar.
También deberé establecer
algún momento del día para ello, hacer de esto una rutina, de modo que no se me
olvide. Por la mañana no tengo mucho tiempo pero quizá en los desplazamientos
en tren o autobús lo pueda hacer. Lo apunto en mi bloc de notas mental: el
color al cerrar los ojos, mantenerlo cuando los abro, elegir un par de paisajes
a los que llegar rápidamente, no despistarme cuando voy paseando… (Se me
olvidará).
Tras varios días practicando me doy cuenta de que esto
va a ser largo; la cabeza tiene vida propia y en cualquier momento, cuando más
concentrado estoy, me abandona y se pone a pensar por su cuenta, dejándome
desprotegido y sin obedecer a mis órdenes. A veces no llega a ser un segundo para
cuando me doy cuenta que me he despistado, desconcentrado, pero otras me doy cuenta
al rato. El control debe ser total porque de lo contrario me voy a pasear por
las nubes cada dos por tres, y puede que cuando vuelva sea tarde y me hayan
localizado.
He practicado, para no perder la concentración, y a
modo de mantra he probado con contar, también el cantar, aunque en interno. Lo
debo seguir practicando.
Otra cosa en la que pienso es que puede suceder que no
vaya a tener más contactos, entre otras cosas porque todo esto es obra de mi
imaginación, y no debo perder el tiempo en una tontería como esta, para nada. No
debo obsesionarme con ello. Ni obsesionarme ni olvidarme. En este momento soy
el señor “duda”.
Cuando me pongo a hacer los ejercicios, la mayoría de
las veces, paso a buscar posibles conexiones, si hay alguien en antena, y termino
abandonando el ejercicio, dándome cuenta al cabo de un buen rato. No me
extraña, de chaval, mi concentración en las clases era de este tipo, buen
comienzo pero incierto final, normalmente con una llamada de atención y muchas
veces terminaba castigado.
Uno de los ejercicios que más llevo practicando es uno
que hago en el gimnasio, el del manillar, y me explico. El lugar y el momento
me ayudan. El lugar, porque voy regularmente, última hora de la tarde, cuando
tengo el cuerpo algo cansado y no se despista así como así, y rodeado de gente
que trajina con objetos y habla. El entrenar en esta situación va a ser muy
real, las circunstancias externas me llevan a despistarme, pero el ejercicio
que estoy haciendo me ayuda a volver a la práctica del ejercicio mental.
Cuando me siento sobre la bicicleta estática, con la
música seleccionada en el MP3, música con marcha para animarme y darle caña,
cierro los ojos y me concentro en la imagen del manillar de la bicicleta. Es un
tanto especial porque para hacer de manillar de triatleta, dispone de una barra
con un semicírculo en la parte delantera, justo ante mis ojos. Un tubo de 30
milímetros y forrado de foam negro.
Es la imagen que veo cuando pedaleando en la bici
estática y la cabeza hacia abajo abro los ojos así que, cuando se me borra o
difumina, vuelvo a abrirlos medio segundo recuperando la imagen, y se vuelve a
repetir el ciclo: cerrar los ojo y quedarme con el semicírculo negro sobre
fondo rojo, luego va bajando la tonalidad de rojo pasando a oscuro, y al final
todo es una niebla negro rojiza y es cuando me voy a salir a pensar en otra
cosa.
La música ayuda a la concentración, por un lado aísla
el sonido exterior y por otro te hace mover, bascular, aunque sea de modo
imperceptible, a modo de mantra. El estar dedicado a estar en esta situación
con respecto a la música me ayuda a reforzar la concentración en la imagen.
Pero debo decir que es muy, pero que muy aburrido, y ese es el motivo
fundamental por el que no le dedique más atención y fundamento.
Ya que estoy con lo del gimnasio, hace unos días
observé algo a lo que en aquel momento no le di suficiente importancia, pero
que creo que la puede tener por estar relacionado con la conectividad entre
personas.
Estaba sentado pedaleando, debiendo hacer mis
ejercicios pero sin hacerlos, y me puse a pasear la mirada por la sala de
rodaje (bicicletas, cintas, andadores, ergómetros). En ese momento entraron dos
tíos, similares en físico, en maneras de moverse y en modo de desenvolverse. No
les vi las caras hasta que se sentaron en sendas bicis estáticas y aparecieron
en mi campo de visión reflejados en la pared-espejo.
Lo que me había imaginado, hermanos, pero hermanos
fotocopia.
Llevaban el mismo tipo de ropa y de colores similares.
Similares porque el polo y el pantalón de uno eran nuevos, y los del otro
tendrían más de un centenar de lavados. Mismos colores pero de otra tonalidad.
Mismo corte de pelo pero con un mes de diferencia. Apurado del afeitado
diferente, pero lo básico exactamente igual. Que eran gemelos, vaya.
Allá estaban, cada uno en su bicicleta, mirando su
entorno, coincidiendo en los gestos al moverse, en espacial los giros de la
cabeza, cuando veo que, en una décima de segundo, los dos sueltan una mano, el
de la derecha su derecha y el de la izquierda la izquierda. La llevan hacia el
culo y buscando el slip desde la parte exterior del pantalón, pellizcando el
mismo, agarran el slip y lo separan, lo bajan un poco, para que les deje de
molestar. Sueltan las manos, que vuelven al manillar, y siguen con lo que estaban.
Simetría perfecta.
No se habían mirado, fuera al comienzo de la maniobra
o durante ella, cada uno a su rollo pero aquello parecía un ballet, enteramente
una maniobra ensayada.
Como he dicho, entonces me chocó, y me dije, ¡Qué
coincidencia! Y ahora es cuando pienso que es difícil tal coincidencia, que eso
debe ser una orden en uno de los cerebros que el otro la interpreta como suya.
Una descarga eléctrica que el otro siente y obedece. Luego está que en todo
momento lo hagan de modo idéntico porque lo que vi fue una maniobra simétrica,
y para esto no tengo explicación.
Este tipo de conexión, que según los científicos no
puede ser, que el cerebro no tiene la suficiente potencia para enviar la orden
a tanta distancia, que solo funciona en su interior, pues este tipo de conexión
parece más elemental de lo que a mí me ha sucedido. Es más basto. Un chispazo
con una orden concreta “Resitúa el borde del slip que te molesta en el culo”.
Te pones a pensar y piensas, ¿Porqué uno va al lado
derecho y otro al izquierdo? Esta cuestión sí que es buena; de aquí te planteas
si:
Uno es
zurdo y el otro diestro.
La orden no
determina el lugar exacto, o no es lo suficientemente clara.
Ha sido
todo una coincidencia. (De las que en las pelis de polis dicen que no existe).
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