miércoles, 27 de noviembre de 2013

04 La 1ª Conexión. Esta vez "REAL", sin sueño.




Pasan los días, pero no pasa nada. No percibo ni si quiera un ruido, una imagen, que me puedan indicar este tipo de actividad vamos a llamarla telepática. A veces miro a la gente e intento conocer si pueden ser legibles, escrutados. Vaya tontería. Otras veces imagino, bueno, quiero imaginar algo, pero no consigo nada, nada de nada.

La primera conexión, fuera del sueño, ocurrió un día, un día la mar de tonto, un día si más, en el que iba distraído por la calle, cuando observé una mano que se tendía hacia alguna parte indefinida, se elevaba, queriendo alcanzar algo que luego apareció: un helado de cucurucho.
La verdad es que, en ese momento, me cuesta mucho darme cuenta de que estoy “viendo” algo, porque delante de mí no hay nada de eso. Tampoco lo esperaba así que es una sorpresa que me deja desconcertado. Me cuesta reconocer la relación que pueda tener con la conexión del sueño, pero seguro que la tiene.


Son las seis de la tarde de un día sin más, entre semana, un martes, o ¿jueves?, no sé.
He pasado delante de una pastelería donde venden helados, eso sí, pero apenas hay gente, sea dentro o en la calle. En el interior nadie ofrece helado a nadie, y fuera, en frente del escaparate solo estamos un padre con dos críos, en medio del frío, y yo.
Me fijo con más atención y observo que también hay una señora mirando el escaparate de una tienda de ropa, están de rebajas, al 50% y una chica que, por lo visto, lleva prisa, mirando a lo lejos, dejando el sonido de sus tacones por la calle.
Me vuelvo hacia lo que visto al comienzo, hacia el padre con los dos críos, uno de cinco y el otro de unos dos años, más o menos.
Bastante tiene el padre con que no se le desmadren los enanos como para andar imaginando la imagen que he observado, así que tampoco parece que pueda ser él. Y los críos, tú me dirás, de qué coño voy a “sentir” a un enano.

Decido marcharme porque, ahí, parado en medio de la calle seguro que doy el cante, lo mismo se piensan que estoy pidiendo dinero, yo qué sé, otro “pirau” de esos, como John, el que sale haciendo el papel de ser inglés, y que vive en barrio de Iztieta, en mi barrio.
Justo cuando me dispongo a irme, el niño pequeño, bueno, no sé si niño o niña, para el caso da lo mismo, alarga el brazo con la mano abierta, hacia el escaparate de la pastelería y “veo” una mano ofreciendo un helado, de fresa, o al menos de ese color.
Me vuelvo hacia la pastelería y no veo tal ofrecimiento, ¿Qué coño he visto pues? Era claramente un brazo con un helado de cucurucho. Ya, pero no había mas que brazo, sin cuerpo que lo sustentara, sin persona por detrás. Mano y helado, que, definitivamente, no hay, pero que veo si cierro los ojos.

Una visión, y no ha pasado un mes, esto promete. Y me hace pensar.
   -¿Por qué no he sentido estas cosas hasta ahora?
   -¿Qué ha cambiado?
   -¿Habrá más de lo mismo de aquí en adelante?
   -¿Volveré a contactar con Tatiana?

Ésta última es desde luego la cuestión más importante. Es LA CUESTIÓN.
Estas y otras mil preguntas rondan por mi cabeza y a punto estoy de quedarme traspuesto en medio de la calle, menos mal que es peatonal y solo estamos cuatro gatos helados de frío.

Por mi parte sigo con mis reflexiones, intentando llegar a algunas conclusiones.
El enano seguro que tampoco lo podrá ver, pero es que así lo parece, alterna entre mirar al escaparate de la pastelería y pedir a su padre a que le compre un helado. Bueno, todo esto me lo imagino, claro, pero para ello no hace falta mucha imaginación, como dice mi colega Gaspar, lo que se ve con los ojos no necesita candil.

El corazón se me pone a 160 pulsaciones; estoy en una conexión con un crío que andará por los dos años, y se expresa a sonidos más que a base de palabras concretas, que yo conozca al menos. Bueno, eso era lo que yo creía, pero no es posible, a veces se me mezclan imágenes del mismo niño, como si se viera a sí mismo. Mi pregunta es ¿se ve en un espejo? No, no es posible, se ve desde una posición externa. O sea que lo observa alguien y ese alguien es el que está transmitiendo. Me traslado hacia un lado de la calle, cuidando de no desconectarme, y desde un lugar donde tengo una visión más amplia observo a los tres.

El padre anda algo despistado, mirando en plan general de un lado para otro, no se está percatando de la jugada, ni de lo que quiere el pequeño. Probablemente no entenderá lo que puede querer, que pueda ser un helado, si no los hay a la vista, si seguro que ahora, en invierno y con frío no estarán a la venta. Éste, el pequeño, sigue mirando al escaparate con la mano extendida hacia el mismo, exigiendo algo, un helado claro. Yo sigo viendo una mano con helado que en realidad no hay y lo que también veo es que cuando cambia la imagen del helado que yo veo a otra, lo hace por la del hermano menor, desde un lugar donde se encuentra el hermano mayor. No tienes mas que atar cabos Héctor, me digo.

Conclusión: es el mayor quien le está haciendo ver la imagen del helado al pequeño; una imagen incompleta, un brazo que surge de la nada con un helado en la mano.
Es la imaginación del mayor que influye en el menor y es que ese cabrón lo hace queriendo, conoce lo que hace. Estoy viendo una conexión ajena.

¡¡Horror!! Me doy cuenta de que si yo veo eso, también me podrán captar a mí.
Me aparto de inmediato esperando que no se me haya notado, llevo el susto escrito en la cara. Intento, atropelladamente, no preocuparme, poner la mente en blanco, y saber si yo sigo captando la conexión.
La preocupación no me deja seguir con la observación y no me quiero arriesgar a darme a conocer, a que me vean; así que me voy apartando, queriendo imaginar esta vez la mano con el helado, que piensen que es la imagen que está viendo el pequeño.

O sea, que me pueden leer, captar, escudriñar, sin que me dé cuenta. Esto deja de ser interesante, me intriga, la novedad y el descubrimiento son asombrosos pero me da miedo. No estoy preparado para esto, tengo que hacer algo y además ¡YA!

Van pasando los días y voy teniendo cada vez más cuestiones raras en las que pensar, cosas especiales, referentes a sueños, conexiones. O puede que todo sea mi imaginación pero solo sé que antes no me pasaba nada de esto. Algún que otro sueño raro sí que he tenido, pero no todo este berenjenal de sensaciones. Yo antes vivía más tranquilo, ahora me voy a la cama con la esperanza de que ocurran dos cosas opuestas:
     1.- Soñar con la conexión con Tatiana.
     2.- Dormir tranquilo sin cosas raras referentes a las conexiones.

La mayoría de los días son normales pero los que salen raros salen raros de ganas. Algunos no merecen comentario por sosos pero hay otras veces en los que no sé dónde voy a terminar, espero que no sea en el psiquiátrico.

No me he parado a pensar cómo he llegado hoy hasta aquí, no recuerdo cómo ha sido, que haya venido a cenar a Donostia. He venido con Magda, no le gusta que se le llame Magdalena, mi pareja, creo, estos días parece que lo es. No sé hasta cuándo, hace una semana que estamos de reencuentro, me llamó y entonces lo supe, hasta entonces creo que estábamos enfadados.

A lo que iba. De momento estamos saliendo, no creo que dure un mes, no sería normal, se saldría de sus costumbres; nos encontramos en uno de esos momentos que he definido como “Que Bien Estamos”, y por alguna razón, alguna celebración, o sin ella, resulta que estamos a mediados de semana, al comienzo de la noche, en la Parte Vieja, eligiendo un restaurante.
Sin analizar demasiado hemos entrado en uno; será que Magda lo tenía en mente, me estoy dejando llevar.

El comedor está lleno, hemos llegado tarde y al no haberlo reservado nos han puesto en una mesa algo apartada, en una esquina. Esto tiene sus ventajas e inconvenientes, pero en este caso es un lugar un tanto cutre, por lo que son más los inconvenientes, seguro que los camareros nos van a ignorar.
El restaurante es coqueto y la comida suele ser estupenda, lo que suele fallar es el servicio, tienen poco personal y cuando se llena se nota. Nos toca esperar para pedir la cena, podían acercarse y traernos algo para beber de modo que la espera fuera más llevadera.

La cena transcurre dentro de la normalidad; hablamos de lo que hemos hecho estos últimos días, donde el trabajo sale demasiado a menudo. Hemos dado cuenta de una ensalada caliente más que aceptable, y servida antes de lo que hemos pensado al entrar. Al final vamos a tener suerte y todo, hemos esperado lo peor y nos han sorprendido.

Cuando vamos a comenzar el segundo plato, en el que coincidimos otra vez, besugo a la parrilla, escuchamos las voces de alguien de dentro del comedor, no lo vemos pero suena a alguien haciendo el energúmeno, suena a tío y borracho o demasiado alterado, descontrola vaya. Por lo que notamos, está enfadado con alguien; todos en el comedor miramos hacia donde proceden las voces.

Se va acercando hacia nuestra esquina y en cuanto nos ve enfila directo hacia nosotros, sin confusión, en esta esquina no puede ser nadie más, nos va a chafar la noche.

Lo tenemos a cinco metros y veo claro que a por quien se dirige es a por mí, con la cara enrojecida hecho un basilisco; lo oigo gritar pero no consigo entender lo que dice. Yo me encuentro medio atrapado, en un banco corrido donde solo tengo salida por mi derecha, que es por donde viene, y con el obstáculo añadido de la pata de la mesa y además debo tener cuidado con el mantel, que, cuelga demasiado y lo estoy medio arrastrando con el cuerpo.

He esperado por si pasaba algo y me libraba pero ahora ya es tarde, me va a pillar como a un tonto, paralizado en el banco mirándolo a la cara con la boca abierta. Estoy pasmado.

Justo cuando me dispongo a dar un salto para salir, me lanza una mano hacia el cuello y me tengo que apartar cambiando bruscamente de dirección para esquivarlo; debido a esto, me atasco con la pata de la mesa y me enredo con el mantel, que hago llegar hasta el suelo, arrastrando a su paso parte de la cubertería de mi lado de la mesa.
Consigo salir de la trampa-asiento pero aterrizo de espaldas en el suelo, al que golpeo con la parte posterior de la cabeza, suelo que por suerte es de madera.

¿Madera? Me pregunto. ¡Cómo que madera! Si es de porcelana, rústica, y bien chula por cierto.
No sé qué es esto, lo que me sucede, dónde estoy. Miro hacia el costado y me veo reflejado en la puerta del espejo del armario del dormitorio de casa. ¿Casa? ¿Mi casa? Me vuelvo hacia mis piernas y observo que están enrolladas entre el edredón. ¡No me jodas! Me he caído de la cama al ir a dar el puto salto para librarme del tío broncas ese.

Esto de los sueños comienza a ser peligroso y desagradable, algo que no deseo a nadie, además, no me gustan las películas de miedo; intriga vale, pero no miedo. Además es que lo de soñar es algo que no se suele poder elegir. Últimamente me están tocando uno bueno cada treinta malos.

La primera vez, en el sueño “real”, no me di cuenta de todas estas cuestiones, los colaterales. Estaba tan impresionado por el tema que no se me ocurrió pensar en ello.

La segunda, en la conexión del helado, llevaba el suficiente tiempo de mirón, de voyeur, como para que el hermano mayor se hubiera percatado. Probablemente me salvó el que el mayor estuviera ocupado tomándole el pelo al pequeño, típico juego de hermanos, cuando el mayor está aburrido se dedica a hacer rabiar al menor. Y yo, como un tonto, observando, seguro que hasta con la boca abierta, sonriendo y poniendo cara de bobo.
Por suerte, nada percibí que indicara mi imagen, que me estuvieran mirando, que me delatara. Puede que no se hubieran dado cuenta. Tampoco estaba pensando profundamente, estaba dejando pasar por delante las imágenes, sin intentar entrar en ellas, estaba viendo pasar una procesión, pero con poco interés, sin llegar a entender claramente lo que sucedía.
Joder, pues es algo para tener en cuenta. Me pueden detectar sin yo saberlo.

Hasta ahora solo había pensado en la conexión como algo entre dos personas, emisor y receptor, radio o teléfono, pero esto es más, es una conferencia o más exactamente una videoconferencia.
Decididamente debo tomar medidas. Debo hacer algo para, cuando a mí me interese, no dejarme detectar, o al menos leer. Lo mejor sería poder ser invisible, para que no se esfuercen en penetrar en mis pensamientos.
Necesito controlar y disponer a voluntad de una mente en blanco.
Esto me lleva a recordar un libro que leí y releí, no hace mucho, referente a estas maniobras de la mente. “El monje que vendió su Ferrari”, de Robin S. Sharma. En el apartado de consejos del primero de los capítulos presenta ejercicios para vaciar la mente de basura, de pensamientos inútiles, y dejar así lugar a otros más necesarios, interesantes o positivos.

No he encontrado el libro en casa y me he bajado el pdf del la web. He seleccionado alguno de los ejercicios, comenzando por forzar una imagen, en algo que no sirva a quien me quiera escrutar. La idea de focalizar una rosa que propone el libro no me funciona, no me sale una rosa, y si veo una en una foto luego no la veo así, es diferente y me falla hasta el color. Deberé elegir alguna otra cosa más sencilla como imagen a la que recurrir, quizá solo un color, como una pared en blanco, rojo, gris...
Me doy cuenta de que al cerrar los ojos, el color que veo de fondo depende de la cantidad de iluminación que estaba recibiendo justo en el momento de cerrarlos, lo que veo va desde el rojo al negro. De momento decido seleccionar el color que aparezca al cerrar los ojos y concentrarme en él, sin pensar en ningún objeto, y si aparece algo lo borro.

Tras unos cuantos ejercicios parece que puede funcionar, deberé practicar más; más tarde probaré de nuevo si es que puedo hacer aparecer ante mí algún objeto, algo así como un disfraz, algún camuflaje, para detener, cerrar el paso a los demás por medio de imágenes tontas, no las que me puedan venir sin pensar y de este modo puedan ser más comprometidas.

Lo siguiente que intento es que el color permanezca cuando abro los ojos, aunque yo siga viendo, me concentro en seguir con el pensamiento en el color anterior. Si consigo esto, podré pasar delante de alguien sin que me pesque “in fraganti”. Mi conclusión es que lo que se capta de los demás no es lo que están viendo sino se refiere a lo que están pensando, imaginando, claro que la mayoría de las veces puede coincidir con lo que están viendo.

Cuando consiga pensar en un color o un objeto elemental, sencillo, el siguiente paso consistirá en imaginar una panorámica, un paisaje, fácil pero real, mientras voy andando, de modo que no coincida con lo que veo. Una escena de montaña, con árboles, una escena de mar, con olas y rocas, algo fácil y rápido a lo que cambiar, y si no resulta podré volver al objeto, o directamente al color.
Tengo mucho trabajo por delante ahora que sé que va a haber, que puede haber, más conexiones, para las que me deberé preparar. Puede que sean intrascendentes, pero no me fío; esto es demasiado serio y nuevo como para dejarlo estar.
También deberé establecer algún momento del día para ello, hacer de esto una rutina, de modo que no se me olvide. Por la mañana no tengo mucho tiempo pero quizá en los desplazamientos en tren o autobús lo pueda hacer. Lo apunto en mi bloc de notas mental: el color al cerrar los ojos, mantenerlo cuando los abro, elegir un par de paisajes a los que llegar rápidamente, no despistarme cuando voy paseando… (Se me olvidará).

Tras varios días practicando me doy cuenta de que esto va a ser largo; la cabeza tiene vida propia y en cualquier momento, cuando más concentrado estoy, me abandona y se pone a pensar por su cuenta, dejándome desprotegido y sin obedecer a mis órdenes. A veces no llega a ser un segundo para cuando me doy cuenta que me he despistado, desconcentrado, pero otras me doy cuenta al rato. El control debe ser total porque de lo contrario me voy a pasear por las nubes cada dos por tres, y puede que cuando vuelva sea tarde y me hayan localizado.
He practicado, para no perder la concentración, y a modo de mantra he probado con contar, también el cantar, aunque en interno. Lo debo seguir practicando.

Otra cosa en la que pienso es que puede suceder que no vaya a tener más contactos, entre otras cosas porque todo esto es obra de mi imaginación, y no debo perder el tiempo en una tontería como esta, para nada. No debo obsesionarme con ello. Ni obsesionarme ni olvidarme. En este momento soy el señor “duda”.
Cuando me pongo a hacer los ejercicios, la mayoría de las veces, paso a buscar posibles conexiones, si hay alguien en antena, y termino abandonando el ejercicio, dándome cuenta al cabo de un buen rato. No me extraña, de chaval, mi concentración en las clases era de este tipo, buen comienzo pero incierto final, normalmente con una llamada de atención y muchas veces terminaba castigado.

Uno de los ejercicios que más llevo practicando es uno que hago en el gimnasio, el del manillar, y me explico. El lugar y el momento me ayudan. El lugar, porque voy regularmente, última hora de la tarde, cuando tengo el cuerpo algo cansado y no se despista así como así, y rodeado de gente que trajina con objetos y habla. El entrenar en esta situación va a ser muy real, las circunstancias externas me llevan a despistarme, pero el ejercicio que estoy haciendo me ayuda a volver a la práctica del ejercicio mental.
Cuando me siento sobre la bicicleta estática, con la música seleccionada en el MP3, música con marcha para animarme y darle caña, cierro los ojos y me concentro en la imagen del manillar de la bicicleta. Es un tanto especial porque para hacer de manillar de triatleta, dispone de una barra con un semicírculo en la parte delantera, justo ante mis ojos. Un tubo de 30 milímetros y forrado de foam negro.
Es la imagen que veo cuando pedaleando en la bici estática y la cabeza hacia abajo abro los ojos así que, cuando se me borra o difumina, vuelvo a abrirlos medio segundo recuperando la imagen, y se vuelve a repetir el ciclo: cerrar los ojo y quedarme con el semicírculo negro sobre fondo rojo, luego va bajando la tonalidad de rojo pasando a oscuro, y al final todo es una niebla negro rojiza y es cuando me voy a salir a pensar en otra cosa.
La música ayuda a la concentración, por un lado aísla el sonido exterior y por otro te hace mover, bascular, aunque sea de modo imperceptible, a modo de mantra. El estar dedicado a estar en esta situación con respecto a la música me ayuda a reforzar la concentración en la imagen. Pero debo decir que es muy, pero que muy aburrido, y ese es el motivo fundamental por el que no le dedique más atención y fundamento.

Ya que estoy con lo del gimnasio, hace unos días observé algo a lo que en aquel momento no le di suficiente importancia, pero que creo que la puede tener por estar relacionado con la conectividad entre personas.
Estaba sentado pedaleando, debiendo hacer mis ejercicios pero sin hacerlos, y me puse a pasear la mirada por la sala de rodaje (bicicletas, cintas, andadores, ergómetros). En ese momento entraron dos tíos, similares en físico, en maneras de moverse y en modo de desenvolverse. No les vi las caras hasta que se sentaron en sendas bicis estáticas y aparecieron en mi campo de visión reflejados en la pared-espejo.
Lo que me había imaginado, hermanos, pero hermanos fotocopia.
Llevaban el mismo tipo de ropa y de colores similares. Similares porque el polo y el pantalón de uno eran nuevos, y los del otro tendrían más de un centenar de lavados. Mismos colores pero de otra tonalidad. Mismo corte de pelo pero con un mes de diferencia. Apurado del afeitado diferente, pero lo básico exactamente igual. Que eran gemelos, vaya.

Allá estaban, cada uno en su bicicleta, mirando su entorno, coincidiendo en los gestos al moverse, en espacial los giros de la cabeza, cuando veo que, en una décima de segundo, los dos sueltan una mano, el de la derecha su derecha y el de la izquierda la izquierda. La llevan hacia el culo y buscando el slip desde la parte exterior del pantalón, pellizcando el mismo, agarran el slip y lo separan, lo bajan un poco, para que les deje de molestar. Sueltan las manos, que vuelven al manillar, y siguen con lo que estaban. Simetría perfecta.
No se habían mirado, fuera al comienzo de la maniobra o durante ella, cada uno a su rollo pero aquello parecía un ballet, enteramente una maniobra ensayada.

Como he dicho, entonces me chocó, y me dije, ¡Qué coincidencia! Y ahora es cuando pienso que es difícil tal coincidencia, que eso debe ser una orden en uno de los cerebros que el otro la interpreta como suya. Una descarga eléctrica que el otro siente y obedece. Luego está que en todo momento lo hagan de modo idéntico porque lo que vi fue una maniobra simétrica, y para esto no tengo explicación.

Este tipo de conexión, que según los científicos no puede ser, que el cerebro no tiene la suficiente potencia para enviar la orden a tanta distancia, que solo funciona en su interior, pues este tipo de conexión parece más elemental de lo que a mí me ha sucedido. Es más basto. Un chispazo con una orden concreta “Resitúa el borde del slip que te molesta en el culo”.
Te pones a pensar y piensas, ¿Porqué uno va al lado derecho y otro al izquierdo? Esta cuestión sí que es buena; de aquí te planteas si:
     Uno es zurdo y el otro diestro.
     La orden no determina el lugar exacto, o no es lo suficientemente clara.
     Ha sido todo una coincidencia. (De las que en las pelis de polis dicen que no existe).

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