sábado, 30 de noviembre de 2013

06 Me dicido. Valiente o irresponsable.




Lo voy a intentar, no voy a avanzar si no me decido de una vez. Voy a concentrarme en algo, algo fácil; me pongo a pensar que estoy preparando la ropa y el material para mañana, mochila, comida y esas cosas. Algo claro, evidente pero que no me comprometa, algo elemental para el lugar y la actividad para la que hemos venido.

Transcurre el tiempo y sigo así, tratando de preparar las cosas de mañana pero tumbado en la cama, sin sentir mi cuerpo y los ojos cerrados. Voy llenando la cantimplora con agua e Isostar, dejo la ropa sobre la silla, y mientras estoy en ello, tan en ello que hasta me lo creo, va mi cabeza, puñetera, y se pone a pensar en la camarera de la mañana. ¡Fuera joder! Ya está, vuelvo a lo que me había propuesto, sigo colocando la ropa sobre la silla. ¡Y dale con el café con leche! No consigo concentrarme más de diez segundos sin que se me vaya el santo al cielo. Esto es muy complicado, dudo de que vaya a avanzar por este camino, mi propia cabeza me traiciona, sin avisar; cambiando a cualquier otra cosa que no espero.

El tiempo transcurre y no pasa nada; hasta se me olvida la concentración y me pongo a pensar en los planes de mañana, hasta que suena la alarma del reloj. Menos mal que la he puesto. Es la hora de cenar, así que me levanto, me arreglo un poco las arrugas de la ropa y el pelo aplastado en la nuca y salgo de la habitación, camino del bar y tras él paso hacia el comedor.
Simón está en la barra del bar hablando con Mariano.
  -¿A dónde vas Héctor? Hemos quedado en ir de potes, son las siete, la cena es a las nueve.
  -Ya, iba a mirar si había alguien más hoy por aquí-. Miento como un bellaco.

Repetimos la ronda de ayer solo que hoy tenemos con nosotros a uno de la zona y esto hace que tengamos más comunicación con los locales. Ayer sobre todo miraban, hoy preguntan.

Para eso de las nueve volvemos al hostal y nos acompaña Mariano para planificar la excursión de mañana; creo que los demás comensales también acaban de llegar; nos disponemos a comer lo que toque, veremos qué tenemos a elegir. He decidido a abrir mi mente a lo que salga, total, ¿qué puede suceder? Paso de rollos y a lo de comer que tengo hambre de verdad.
Tenemos dos temas que vamos combinando, según se tercie, la elección del menú y el plan de mañana. Yo estoy un poco ausente, participo en la selección de la cena pero lo de mañana se lo dejo a ellos.

Pasa el tiempo y sigue sin suceder nada que me interese. Contesto como puedo a las pocas preguntas que me hacen y al final me concentro en la pata de cordero que tengo delante, está de muerte, perfecta, en su punto. Bueno, puede también que sea el hambre.
No me he dado cuenta ni de los movimientos de personal en el comedor, he dejado de controlar mi entorno, lo que hacen las ganas de comer y uno de tus platos preferidos ante ti con el letrero de ¡Cómeme!
De repente se me enciende una luz de alarma, ¿será que a media pata de cordero el hambre me ha dado cierta tregua?. Tengo la vista puesta en lo que queda de mi pata de cordero pero lo que veo es a tres personas comiendo y charlando Es una vista tomada desde el fondo del comedor, desde otro lugar diferente al que me encuentro. Parecemos nosotros. Levanto la cabeza como por un resorte en el mismo momento en que la imagen cambia, y pasa a convertirse en un plato de ensalada y un tenedor que la va pinchando, se le escapa la aceituna, por cierto. Lo veo como si fuera yo quien lo hace, pero claro, de eso nada, a mí me queda un hueso limpio de cordero y unos pocos restos.

Vuelvo a vernos a nosotros como imagen. Alzo la cabeza, miro directa y descaradamente hacia donde creo que se encuentra quien nos está observando y mientras lo hago, la visión me cambia, de nuevo, hacia el plato de ensalada. Lo que veo en el comedor es una escena familiar, familia extraña por los personajes, que no me cuadran. Una pareja de cuarentones, una joven y dos niños de unos diez. Matrimonio con críos y ¿niñera? Será eso porque no se parece a ninguno de los mayores. La, vamos a llamarla niñera, será de esa edad indefinida de unos treinta, mas menos diez años, con el pelo entre rojo y naranja, está dedicada y con concentración a su plato de “ENSALADA”. No levanta la vista del plato, como si supiera que alguien le mira.

O sea, que de la camarera nada, anda por ahí de un lado al otro del comedor sirviendo y recogiendo las mesas. Vaya lío. Una conclusión que debo registrar en la base de datos de estas nuevas cuestiones, puede no ser lo que parece, y otra, no se acierta a la primera, ni de coña.
Estoy decidido a mostrarme; no debo pasar más tiempo escondido, no tiene sentido retrasar algo que me corroe por dentro, además, esta chica  no parece una persona peligrosa.
Debo darme prisa, no sea que vaya a perder esta oportunidad, a saber cuándo voy a tener otra, eso en el caso de que la vaya a tener, y con quién, quizá sea esto lo que me anima.

Me quedo mirándola, esperando que levante la vista, y es esto mismo lo que intento pensar en voz alta, para que me pueda oír, espero que se haya dado cuenta y se decida. Y es que SI, porque deja reposar el cuchillo y tenedor, bebe un sorbo de agua y va elevando el rostro, muy lentamente dirigiendo la mirada hacia nosotros, enfocando al final, como en un profundo zoom, hacia mí.
Contesto de la misma forma, enfocando mi visión en su rostro, estoy conteniendo la respiración. La veo a ella y a la vez me veo a mí. Sonrío, y ella también. Me tiemblan los pies y las manos.

Miro a mi plato, ofreciendo la imagen y esperando que llegue a ella. Enseguida noto una respuesta, sigo viendo mi plato pero un tanto diferente y borroso; la imagen trae consigo una frase, algo que oigo o interpreto: -comes carne, ¿eres carnívoro?-. No sabía que esto de comer carne fuera tan grave, tardo un poco en reaccionar, hasta que lo que veo es un plato de ensalada y contesto: -¿y tú herbívora?-. Sin esperar la respuesta me paso a intentar una conversación, como si estuviéramos uno frente al otro, veamos si funciona y cómo.
   -¿No comes carne?  -le pregunto, solo por curiosidad.
   -No, mientras haya otras alternativas.  –responde, y sonríe.

Bueno, pues ya tenemos una conexión y no parece nada peligrosa, ha sido bien fácil, controlada. Esto promete aunque me asaltan mil preguntas, y todas a la vez. Me esfuerzo en volver a seguir con la conexión, no sea que vuele.
Le propongo que establezcamos una comunicación más cercana, directa, sin objetos o personas de por medio, para poder concentrarnos en saber qué es esto que nos ocurre, investigarlo. Ella asiente y quedamos para dentro de un rato, tras el postre, en la barra del bar.

Estoy listo para confirmar que todo lo que me está pasando es cierto, que el sueño no era tal y que el resto no son imaginaciones mías, que no estoy pirau, vaya, aunque nadie me lo vaya a creer.
Dejo el plato sin terminar, yo que los rebaño con pan hasta que no se sepa qué es lo que he comido. Pido un yogurt, que me sirven pronto y me lo como en dos asaltos, usando la cuchara, que es más rápido que con cucharilla. Paso del café, no sea que vayan a tardar, y porque es de noche y a estas horas la cafeína me puede desvelar, más si cabe, y el descafeinado pues como que no.

En menos de diez minutos, que me han parecido horas, les dejo en la mesa diciendo que me voy de pesca y me dirijo a uno de los tres bancos altos libres que hay en la barra del bar, en otro hay un paisano tomando una caña, hablando con Gonzalo, el propietario, tabernero, camarero y lo que se tercie. Me siento en uno y acerco otro, para que se note que lo estoy reservando.
No pasa un minuto cuando veo que ella se levanta de su mesa, viene hacia mí y se sienta en el banco que le estoy reservando. La tía está más que aceptable me cuenta mi otro yo, el salvaje.
Rememoro el sueño para intentar ver si la que vi en el sueño era ella. Se parece en todo y en nada. Lo que se dice exactamente igual pero totalmente diferente.
Dudo en cómo plantear, la conversación, cómo entrarle, sobre qué tema; sin darme cuenta, pienso “Hola”. Y lo mismo es lo que recibo “Hola”. Por lo visto los dos estamos en similares condiciones de inseguridad, con ganas de hablar y el estomago lleno de burbujas o mariposas

De momento dedicamos el tiempo a inspeccionarnos, se trata de una supervisión mutua. Un análisis visual en profundidad; luego, pasamos a una revisión interior, sobre lo que estamos pensando, y los dos tenemos una gran interrogante en pantalla.
Al final me decido por la típica conversación estándar de ligue, de ascensor, sala de espera de dentista…. Y salto con lo de: cómo te llamas, dónde vives, de dónde eres, cómo es que estás aquí, a qué te dedicas, como si estuviera en el colegio o por los quince años. Lo clásico de un interrogatorio básico, aún es pronto para comenzar a aplicar el tercer grado.
Lo he hecho a bocajarro, todo atropellado y lo corrijo, volviendo a presentarle las preguntas una a una, es que tengo los nervios en la punta de los pelos.

Cada pregunta que presento me la responde y termina la respuesta con la misma pregunta, a la que me toca contestar, ella tampoco le está poniendo mucha imaginación, o puede que esté tan nerviosa como yo, que dudo porque estoy hecho un flan.

Pasamos a otro estado de comunicación, tras lo básico, nos hemos presentado, nos miramos y sonreímos; yo paso a pensar en cómo retomar la conversación y espero que lo reciba porque estoy queriendo enfocar lo referente a la conexión.
Me doy cuenta de lo nervioso que estoy y me asaltan las ganas de fumar; no soy el típico fumador compulsivo, fumo poco, solo que no lo he dejado; fumo casi todas la semanas entre tres caladas y 2 cigarrillos; no es mérito, es que normalmente no me apetece, unas caladas a un rubio y es suficiente, si fumo uno entero me mareo irremediablemente.
Tatiana coloca su mano derecha sobre la mía y mientras me la presiona sonríe y me dice que espere un momento; yo interpreto un “vengo ahora mismo”.

Mientras sale del bar en dirección al pasillo de las habitaciones, me da por pensar en dónde estará el pueblo donde ha nacido; Uglovoye o algo así me ha dicho, a saber qué habré interpretado y cómo se escribirá. Me llega la contestación aunque ella no haya vuelto aún.
   -Es al este, junto al mar.

Yo pienso en qué mar podrá haber al este de Rusia, porque tiene que ser rusa, si todo son montes, los Urales, a lo más algún lago, grande, pero lago, si no recuerdo mal, en geografía creo que controlo. Como opción me queda que se refiera al Mar Negro, por donde debe caer Ucrania, pero esto yo lo definiría como al sur. Y vuelvo a recibir más información.
   -Al este del todo, en el Pacífico, en Asia.

¡Madre mía! Pues sí que aquello está lejos. Mientras repaso mi geografía y recuerdo que por allá debe estar Vladivostok la veo acercarse con un paquete de Marlboro en la mano, me lo enseña y pregunta -¿Este vale?- Asiento. Como no podemos fumar dentro, como hace unos años, nos toca salir a la calle, como proscritos, a la zona de pecadores. La sigo, ella saluda a los de su mesa, mostrando el paquete y yo saludo a mis colegas, que miran con los ojos como platos, pero la miran a ella, ¿a quién si no?

En el exterior hace frío, un frío seco, pero frío, un frío que te cagas. Al pasar por el vano de la puerta dudo en volver a por algo de ropa pero oigo a Tatiana que me apunta:
   -Total, el tiempo de un cigarrillo, enseguida entramos.

Me acerco a ella, que ya ha encendido el cigarrillo y decidido me arrimo a su cuerpo, por detrás de ella, abrazándola por la cintura, para entrar en calor. Mi otro yo, el salvaje, me está dominando.
Estamos orientados hacia la luna y el cielo está bastante estrellado. Ella también se pega hacia mí y desplaza hacia atrás la cabeza, de modo que nos quedamos con las mejillas pagadas, mi derecha con su izquierda. Su mano en un solo desplazamiento da de fumar a dos bocas, economía de movimientos.

En estas condiciones es fácil olvidarse del frío, la cabeza vaga a su antojo y me viene a la memoria un borroso recuerdo de juventud, de cuando pedías una calada indirecta; no se aspira directamente del cigarro, es la otra persona quien te lo introduce, lo expulsa hacia tu boca, un boca a boca pero de humo. Normalmente se hacía entre personas de distinto sexo, para eso los tíos siempre hemos sido muy tíos. En mi caso, cuando estábamos en cuadrilla, y si me atrevía, se lo pedía a quien más me gustaba; en realizad era un beso disfrazado.

Lo estoy rememorando y me surge la sonrisa en la cara; Tatiana se vuelve y expira el humo de sus pulmones a los míos, a través de nuestras bocas, una generosa bocanada de humo, bastante más suave que el aspirado directamente del cigarrillo, y ni que decir tiene que por medio del contacto de los labios. Es una pasada. Creo que los latidos del corazón me provocan desplazamientos del pecho medibles en centímetros.

Es más que evidente que la transmisión de pensamientos funciona. No consta en ninguna parte que suceda pero funciona. Es algo extraño e importante. Las connotaciones que este hecho pueda tener se me antojan enormes.

El cigarrillo se termina en un boleo, el frío va ganando terreno, está consiguiendo penetrar en mi cuerpo así que renunciamos, nos volvemos al bar.
Cuando entramos, los acompañantes de Tatiana se están retirando; ella me mira y, con tristeza, me hace saber que debe retirarse con ellos; debe hacerse cargo de los críos y los padres esperan que vaya con ellos, ya, ahora. No tiene la posibilidad de quedarse con migo hoy, un rato ahora, o luego; lo arreglará para mañana, mañana por la tarde verá de conseguir un hueco, antes de la cena.
   –Hasta mañana guapo- me dice, y la veo marchar. Contemplo su silueta
Me quedo en la barra del bar, con el alma en pena, con la mirada perdida enfocando hacia las botellas de licor de las estanterías superiores, da lo mismo que sean botellas o adornos, estoy triste, tanta emoción para ahora este vacío.

No entiendo cómo funciona el cerebro humano; tengo la respuesta a las cuestiones más importantes que tenía pendientes y resulta que ahora que me debía tranquilizar un poco estoy aún más acelerado.
Joder Héctor, me digo a mí mismo, lo que dudabas ahora es seguro.
     Conectas con otros.
     Sí, la tía es la misma.
     Te gusta y le gustas.
     Has quedado para mañana.
Pues ni por esas, no creo que hoy pueda dormir.

Simón y Mariano han dejado la mesa y se acercan al bar; las copas de después de cenar las tomarán en la barra, que da más juego que la mesa en cuanto a tratar con gente. Simón me da una palmada en el hombro como diciendo -¡Qué haces campeón! ¡Vaya piba que te has ligado!- ; qué bastas suenan sus palabras para lo romántico y tierno que me siento en este momento.

Ya que estoy con ellos, aprovecho para dejar de pensar en Tatiana aunque sea un poco; no debiera desmoronarme, a mi edad esto queda algo ridículo, ni debo obsesionarme más. Todo esto me lo digo por si cuela pero no creo que mi otro yo me vaya a hacer caso, siempre he sido un desobediente, en este caso un autodesobediente.

Son más de las diez de la noche; tengo el despertador a las 07:00, y tal y como tengo la cabeza necesitaré bastantes horas de cama para dormir algo así que les anuncio mi retirada; retirada que tengo que regatear, así que pido un chupito de whisky, pago la ronda y me voy a la habitación.
Sé en qué habitación está Tatiana, he visto el número cuando me he quedado en el bar y ella ha ido a por el tabaco y mirado la puerta. Yo estoy en el piso de arriba, en la 14, quizá pueda establecer una conexión.

Termino de preparar la mochila, ropa y accesorios para tenerlo todo listo y así despertarme lo más tarde posible; levantarme y salir sin pensar.
A eso de las once estoy tumbado en la cama y comienzo una búsqueda, cual radar de superficie, como los barcos, haciendo barridos de 360º, lanzando llamadas de SOS, -“Hola, estoy aquí”- Nada, no hay respuesta. No sé la hora, pueden ser las doce cuando me quedo dormido.

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