Lo voy a intentar, no voy a avanzar si no me decido de
una vez. Voy a concentrarme en algo, algo fácil; me pongo a pensar que estoy
preparando la ropa y el material para mañana, mochila, comida y esas cosas.
Algo claro, evidente pero que no me comprometa, algo elemental para el lugar y
la actividad para la que hemos venido.
Transcurre el tiempo y sigo así, tratando de preparar
las cosas de mañana pero tumbado en la cama, sin sentir mi cuerpo y los ojos
cerrados. Voy llenando la cantimplora con agua e Isostar, dejo la ropa sobre la
silla, y mientras estoy en ello, tan en ello que hasta me lo creo, va mi
cabeza, puñetera, y se pone a pensar en la camarera de la mañana. ¡Fuera joder!
Ya está, vuelvo a lo que me había propuesto, sigo colocando la ropa sobre la
silla. ¡Y dale con el café con leche! No consigo concentrarme más de diez
segundos sin que se me vaya el santo al cielo. Esto es muy complicado, dudo de
que vaya a avanzar por este camino, mi propia cabeza me traiciona, sin avisar;
cambiando a cualquier otra cosa que no espero.
El tiempo transcurre y no pasa nada; hasta se me
olvida la concentración y me pongo a pensar en los planes de mañana, hasta que
suena la alarma del reloj. Menos mal que la he puesto. Es la hora de cenar, así
que me levanto, me arreglo un poco las arrugas de la ropa y el pelo aplastado
en la nuca y salgo de la habitación, camino del bar y tras él paso hacia el
comedor.
Simón está en la barra del bar hablando con Mariano.
-¿A dónde vas
Héctor? Hemos quedado en ir de potes, son las siete, la cena es a las nueve.
-Ya, iba a
mirar si había alguien más hoy por aquí-. Miento como un bellaco.
Repetimos la ronda de ayer solo que hoy tenemos con
nosotros a uno de la zona y esto hace que tengamos más comunicación con los
locales. Ayer sobre todo miraban, hoy preguntan.
Para eso de las nueve volvemos al hostal y nos
acompaña Mariano para planificar la excursión de mañana; creo que los demás
comensales también acaban de llegar; nos disponemos a comer lo que toque,
veremos qué tenemos a elegir. He decidido a abrir mi mente a lo que salga,
total, ¿qué puede suceder? Paso de rollos y a lo de comer que tengo hambre de
verdad.
Tenemos dos temas que vamos combinando, según se
tercie, la elección del menú y el plan de mañana. Yo estoy un poco ausente,
participo en la selección de la cena pero lo de mañana se lo dejo a ellos.
Pasa el tiempo y sigue sin suceder nada que me
interese. Contesto como puedo a las pocas preguntas que me hacen y al final me
concentro en la pata de cordero que tengo delante, está de muerte, perfecta, en
su punto. Bueno, puede también que sea el hambre.
No me he dado cuenta ni de los movimientos de personal
en el comedor, he dejado de controlar mi entorno, lo que hacen las ganas de
comer y uno de tus platos preferidos ante ti con el letrero de ¡Cómeme!
De repente se me enciende una luz de alarma, ¿será que
a media pata de cordero el hambre me ha dado cierta tregua?. Tengo la vista
puesta en lo que queda de mi pata de cordero pero lo que veo es a tres personas
comiendo y charlando Es una vista tomada desde el fondo del comedor, desde otro
lugar diferente al que me encuentro. Parecemos nosotros. Levanto la cabeza como
por un resorte en el mismo momento en que la imagen cambia, y pasa a convertirse
en un plato de ensalada y un tenedor que la va pinchando, se le escapa la
aceituna, por cierto. Lo veo como si fuera yo quien lo hace, pero claro, de eso
nada, a mí me queda un hueso limpio de cordero y unos pocos restos.
Vuelvo a vernos a nosotros como imagen. Alzo la
cabeza, miro directa y descaradamente hacia donde creo que se encuentra quien
nos está observando y mientras lo hago, la visión me cambia, de nuevo, hacia el
plato de ensalada. Lo que veo en el comedor es una escena familiar, familia
extraña por los personajes, que no me cuadran. Una pareja de cuarentones, una
joven y dos niños de unos diez. Matrimonio con críos y ¿niñera? Será eso porque
no se parece a ninguno de los mayores. La, vamos a llamarla niñera, será de esa
edad indefinida de unos treinta, mas menos diez años, con el pelo entre rojo y
naranja, está dedicada y con concentración a su plato de “ENSALADA”. No levanta
la vista del plato, como si supiera que alguien le mira.
O sea, que de la camarera nada, anda por ahí de un
lado al otro del comedor sirviendo y recogiendo las mesas. Vaya lío. Una
conclusión que debo registrar en la base de datos de estas nuevas cuestiones,
puede no ser lo que parece, y otra, no se acierta a la primera, ni de coña.
Estoy decidido a mostrarme; no debo pasar más tiempo
escondido, no tiene sentido retrasar algo que me corroe por dentro, además,
esta chica no parece una persona peligrosa.
Debo darme prisa, no sea que vaya a perder esta
oportunidad, a saber cuándo voy a tener otra, eso en el caso de que la vaya a
tener, y con quién, quizá sea esto lo que me anima.
Me quedo mirándola, esperando que levante la vista, y
es esto mismo lo que intento pensar en voz alta, para que me pueda oír, espero que se haya dado cuenta y se
decida. Y es que SI, porque deja reposar el cuchillo y tenedor, bebe un sorbo
de agua y va elevando el rostro, muy lentamente dirigiendo la mirada hacia
nosotros, enfocando al final, como en un profundo zoom, hacia mí.
Contesto de la misma forma, enfocando mi visión en su
rostro, estoy conteniendo la respiración. La veo a ella y a la vez me veo a mí.
Sonrío, y ella también. Me tiemblan los pies y las manos.
Miro a mi plato, ofreciendo la imagen y esperando que
llegue a ella. Enseguida noto una respuesta, sigo viendo mi plato pero un tanto
diferente y borroso; la imagen trae consigo una frase, algo que oigo o
interpreto: -comes carne, ¿eres carnívoro?-. No sabía que
esto de comer carne fuera tan grave, tardo un poco en reaccionar, hasta que lo
que veo es un plato de ensalada y contesto: -¿y tú herbívora?-. Sin esperar la respuesta me paso a intentar una
conversación, como si estuviéramos uno frente al otro, veamos si funciona y
cómo.
-¿No comes carne? -le pregunto, solo por curiosidad.
-No, mientras
haya otras alternativas. –responde, y
sonríe.
Bueno, pues ya tenemos una conexión y no parece nada
peligrosa, ha sido bien fácil, controlada. Esto promete aunque me asaltan mil
preguntas, y todas a la vez. Me esfuerzo en volver a seguir con la conexión, no
sea que vuele.
Le propongo que establezcamos una comunicación más
cercana, directa, sin objetos o personas de por medio, para poder concentrarnos
en saber qué es esto que nos ocurre, investigarlo. Ella asiente y quedamos para
dentro de un rato, tras el postre, en la barra del bar.
Estoy listo para confirmar que todo lo que me está
pasando es cierto, que el sueño no era tal y que el resto no son imaginaciones
mías, que no estoy pirau, vaya, aunque nadie me lo vaya a creer.
Dejo el plato sin terminar, yo que los rebaño con pan
hasta que no se sepa qué es lo que he comido. Pido un yogurt, que me sirven
pronto y me lo como en dos asaltos, usando la cuchara, que es más rápido que con
cucharilla. Paso del café, no sea que vayan a tardar, y porque es de noche y a
estas horas la cafeína me puede desvelar, más si cabe, y el descafeinado pues
como que no.
En menos de diez minutos, que me han parecido horas,
les dejo en la mesa diciendo que me voy de pesca y me dirijo a uno de los tres
bancos altos libres que hay en la barra del bar, en otro hay un paisano tomando
una caña, hablando con Gonzalo, el propietario, tabernero, camarero y lo que se
tercie. Me siento en uno y acerco otro, para que se note que lo estoy
reservando.
No pasa un minuto cuando veo que ella se levanta de su
mesa, viene hacia mí y se sienta en el banco que le estoy reservando. La tía
está más que aceptable me cuenta mi otro yo, el salvaje.
Rememoro el sueño para intentar ver si la que vi en el
sueño era ella. Se parece en todo y en nada. Lo que se dice exactamente igual
pero totalmente diferente.
Dudo en cómo plantear, la conversación, cómo entrarle,
sobre qué tema; sin darme cuenta, pienso “Hola”. Y lo mismo es lo que recibo
“Hola”. Por lo visto los dos estamos en similares condiciones de inseguridad,
con ganas de hablar y el estomago lleno de burbujas o mariposas
De momento dedicamos el tiempo a inspeccionarnos, se
trata de una supervisión mutua. Un análisis visual en profundidad; luego, pasamos
a una revisión interior, sobre lo que estamos pensando, y los dos tenemos una
gran interrogante en pantalla.
Al final me decido por la típica conversación estándar
de ligue, de ascensor, sala de espera de dentista…. Y salto con lo de: cómo te
llamas, dónde vives, de dónde eres, cómo es que estás aquí, a qué te dedicas,
como si estuviera en el colegio o por los quince años. Lo clásico de un
interrogatorio básico, aún es pronto para comenzar a aplicar el tercer grado.
Lo he hecho a bocajarro, todo atropellado y lo
corrijo, volviendo a presentarle las preguntas una a una, es que tengo los
nervios en la punta de los pelos.
Cada pregunta que presento me la responde y termina la
respuesta con la misma pregunta, a la que me toca contestar, ella tampoco le está
poniendo mucha imaginación, o puede que esté tan nerviosa como yo, que dudo
porque estoy hecho un flan.
Pasamos a otro estado de comunicación, tras lo básico,
nos hemos presentado, nos miramos y sonreímos; yo paso a pensar en cómo retomar
la conversación y espero que lo reciba porque estoy queriendo enfocar lo
referente a la conexión.
Me doy cuenta de lo nervioso que estoy y me asaltan
las ganas de fumar; no soy el típico fumador compulsivo, fumo poco, solo que no
lo he dejado; fumo casi todas la semanas entre tres caladas y 2 cigarrillos; no
es mérito, es que normalmente no me apetece, unas caladas a un rubio y es
suficiente, si fumo uno entero me mareo irremediablemente.
Tatiana coloca su mano derecha sobre la mía y mientras
me la presiona sonríe y me dice que espere un momento; yo interpreto un “vengo
ahora mismo”.
Mientras sale del bar en dirección al pasillo de las
habitaciones, me da por pensar en dónde estará el pueblo donde ha nacido; Uglovoye
o algo así me ha dicho, a saber qué habré interpretado y cómo se escribirá. Me
llega la contestación aunque ella no haya vuelto aún.
-Es al
este, junto al mar.
Yo pienso en qué mar podrá haber al este de Rusia, porque
tiene que ser rusa, si todo son montes, los Urales, a lo más algún lago, grande,
pero lago, si no recuerdo mal, en geografía creo que controlo. Como opción me
queda que se refiera al Mar Negro, por donde debe caer Ucrania, pero esto yo lo
definiría como al sur. Y vuelvo a recibir más información.
-Al
este del todo, en el Pacífico, en Asia.
¡Madre mía! Pues sí que aquello está lejos. Mientras
repaso mi geografía y recuerdo que por allá debe estar Vladivostok la veo
acercarse con un paquete de Marlboro en la mano, me lo enseña y pregunta -¿Este
vale?- Asiento. Como no podemos fumar dentro, como hace unos años, nos toca
salir a la calle, como proscritos, a la zona de pecadores. La sigo, ella saluda
a los de su mesa, mostrando el paquete y yo saludo a mis colegas, que miran con
los ojos como platos, pero la miran a ella, ¿a quién si no?
En el exterior hace frío, un frío seco, pero frío, un frío
que te cagas. Al pasar por el vano de la puerta dudo en volver a por algo de
ropa pero oigo a Tatiana que me apunta:
-Total,
el tiempo de un cigarrillo, enseguida entramos.
Me acerco a ella, que ya ha encendido el cigarrillo y
decidido me arrimo a su cuerpo, por detrás de ella, abrazándola por la cintura,
para entrar en calor. Mi otro yo, el salvaje, me está dominando.
Estamos orientados hacia la luna y el cielo está
bastante estrellado. Ella también se pega hacia mí y desplaza hacia atrás la
cabeza, de modo que nos quedamos con las mejillas pagadas, mi derecha con su
izquierda. Su mano en un solo desplazamiento da de fumar a dos bocas, economía
de movimientos.
En estas condiciones es fácil olvidarse del frío, la
cabeza vaga a su antojo y me viene a la memoria un borroso recuerdo de
juventud, de cuando pedías una calada indirecta; no se aspira directamente del
cigarro, es la otra persona quien te lo introduce, lo expulsa hacia tu boca, un
boca a boca pero de humo. Normalmente se hacía entre personas de distinto sexo,
para eso los tíos siempre hemos sido muy tíos. En mi caso, cuando estábamos en
cuadrilla, y si me atrevía, se lo pedía a quien más me gustaba; en realizad era
un beso disfrazado.
Lo estoy rememorando y me surge la sonrisa en la cara;
Tatiana se vuelve y expira el humo de sus pulmones a los míos, a través de
nuestras bocas, una generosa bocanada de humo, bastante más suave que el
aspirado directamente del cigarrillo, y ni que decir tiene que por medio del
contacto de los labios. Es una pasada. Creo que los latidos del corazón me
provocan desplazamientos del pecho medibles en centímetros.
Es más que evidente que la transmisión de pensamientos
funciona. No consta en ninguna parte que suceda pero funciona. Es algo extraño
e importante. Las connotaciones que este hecho pueda tener se me antojan
enormes.
El cigarrillo se termina en un boleo, el frío va
ganando terreno, está consiguiendo penetrar en mi cuerpo así que renunciamos,
nos volvemos al bar.
Cuando entramos, los acompañantes de Tatiana se están
retirando; ella me mira y, con tristeza, me hace saber que debe retirarse con
ellos; debe hacerse cargo de los críos y los padres esperan que vaya con ellos,
ya, ahora. No tiene la posibilidad de quedarse con migo hoy, un rato ahora, o
luego; lo arreglará para mañana, mañana por la tarde verá de conseguir un
hueco, antes de la cena.
–Hasta mañana guapo- me dice, y la veo
marchar. Contemplo su silueta
Me quedo en la barra del bar, con el alma en pena, con
la mirada perdida enfocando hacia las botellas de licor de las estanterías
superiores, da lo mismo que sean botellas o adornos, estoy triste, tanta
emoción para ahora este vacío.
No entiendo cómo funciona el cerebro humano; tengo la
respuesta a las cuestiones más importantes que tenía pendientes y resulta que
ahora que me debía tranquilizar un poco estoy aún más acelerado.
Joder Héctor, me digo a mí mismo, lo que dudabas ahora
es seguro.
Conectas
con otros.
Sí, la tía
es la misma.
Te gusta y le gustas.
Has quedado
para mañana.
Pues ni por esas, no creo que hoy pueda dormir.
Simón y Mariano han dejado la mesa y se acercan al
bar; las copas de después de cenar las tomarán en la barra, que da más juego
que la mesa en cuanto a tratar con gente. Simón me da una palmada en el hombro
como diciendo -¡Qué haces campeón! ¡Vaya piba que te has ligado!- ; qué bastas suenan
sus palabras para lo romántico y tierno que me siento en este momento.
Ya que estoy con ellos, aprovecho para dejar de pensar
en Tatiana aunque sea un poco; no debiera desmoronarme, a mi edad esto queda
algo ridículo, ni debo obsesionarme más. Todo esto me lo digo por si cuela pero
no creo que mi otro yo me vaya a hacer caso, siempre he sido un desobediente,
en este caso un autodesobediente.
Son más de las diez de la noche; tengo el despertador
a las 07:00, y tal y como tengo la cabeza necesitaré bastantes horas de cama
para dormir algo así que les anuncio mi retirada; retirada que tengo que
regatear, así que pido un chupito de whisky, pago la ronda y me voy a la
habitación.
Sé en qué habitación está Tatiana, he visto el número
cuando me he quedado en el bar y ella ha ido a por el tabaco y mirado la
puerta. Yo estoy en el piso de arriba, en la 14, quizá pueda establecer una
conexión.
Termino de preparar la mochila, ropa y accesorios para
tenerlo todo listo y así despertarme lo más tarde posible; levantarme y salir
sin pensar.
A eso de las once estoy tumbado en la cama y comienzo
una búsqueda, cual radar de superficie, como los barcos, haciendo barridos de
360º, lanzando llamadas de SOS, -“Hola, estoy aquí”- Nada, no hay respuesta. No
sé la hora, pueden ser las doce cuando me quedo dormido.
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