sábado, 30 de noviembre de 2013

05 Nos vamos a Babia




Es un viaje planeado por Simón. Unos días de fiesta al comienzo de diciembre, este año el calendario nos ha preparado un super puente, más bien un acueducto, toda la semana de fiesta, del 5 al 11 de diciembre. Dedicaremos unos días a pasear por el monte, subir picos o no, lo que salga, en función del lugar y el tiempo que nos preparen los hados de la fortuna, pero lejos de la civilización. Montañas que muchas de ellas pasan de los 2.000 metros, al noroeste de la provincia de León, el macizo de Peña Ubiña (2.417m), en la Cordillera Cantábrica. Inciertas previsiones meteorológicas; hará lo que quiera, como siempre.
Nosotros vamos con todo el pack; equipo de montaña o nieve, ropa, lectura… Simón ha reservado 2 habitaciones por internet en una casa rural, bar, bolera…para 3 noches.

Salimos el martes a media mañana, con la intención de hacer el viaje de día, con tiempo de sobra. Sin prisas ni GPS, tiramos del método tradicional, el mapa y el sol a modo de orientación.
Llegamos por la tarde con tiempo de sobra para establecernos. Creo que seremos pocos; el tiempo no ha ayudado a decidirse a los indecisos; tendremos más tranquilidad de la esperada. La climatología nos ha acompañado y el sol se deja ver. Ver sí, sentir no, hace frío, estamos a 1.135m de altitud y parece que enfriará aún más, esta noche desaparecerán las únicas nubes que van quedando; durante el viaje hemos tenido de todo: agua, viento, nubes, sol.

Pasamos un poco el tiempo haciendo nada, y luego tomamos unos potes en el otro bar del pueblo, donde los habituales juegan a cartas y al dominó; también se juega al juego típico de los pueblos pequeños, a observar a los nuevos. Yo soy nuevo en la plaza. Simón lleva varios años viniendo alguna que otra vez al año, me hace de cicerone.
A eso de las nueve nos acercamos a cenar, somos diez personas repartidas en tres mesas, ocho adultos y dos niños, de seis y ocho años calculando a ojo.

No me gusta el lugar donde me he sentado en la mesa que nos han adjudicado, tengo a casi todos los demás ubicados detrás de mí, estoy de espaldas al comedor, y aunque tengo ante la vista el paso hacia la cocina, no estoy tranquilo. No puedo estarlo cuando no controlo lo que pasa en mi entorno. Apuntado para mañana, somos dos a una mesa de cuatro; en lugar de enfrente de Simón me podré a su costado, no quiero andar girando la cabeza cada vez que escucho un ruido, un sonido, una voz o siento que alguien se mueve.


Con las preocupaciones de la preparación del viaje he tenido olvidado todo lo referente a las conexiones, algo aquí me lo ha debido recordar, una sombra, un ruido en mis pensamientos, en mi percepción. Ha sido algo muy fugaz, nada claro para sacar una conclusión pero me ha parecido notar una interferencia. Ya estoy alerta, poco ha durado la tranquilidad. Debo acordarme de no pensar demasiado fuerte, demasiado en alto, concentrado, y procurar tener pensamientos ligeros, livianos, fugaces, y cuando hable, debo intentar visualizar algo que no esté relacionado con ello, una imagen programada que no coincide con el entorno. A saber lo que consigo. Voy de pruebas.

Durante la cena he recibido varios destellos, como el mechero que solo rasca la piedra, una pequeña chispa, apenas perceptible y que no da lugar a la llama porque no tiene gas. Algún que otro pequeño flash, sin ver nada en claro, únicamente un brillo blanquecino.
Con la escusa de ir al servicio, he aprovechado para pasar por el comedor, a modo de reconocimiento, pero sin resultado. Debe haber sido una falsa alarma. Intentaré dormir sin preocuparme, aunque esto que decido yo luego no lo va obedecer mi subconsciente, hará lo que le parezca, es un impresentable.

He pasado la noche un tanto inquieto, más que estar preocupado ha sido intrigado. O atontado.
No sé si lo que he sentido ha sido impresión mía, me lo he imaginado, o ha sido algún tipo de conexión. De todos modos, eran unas imágenes extrañas, más en plan sueño, pero no de los míos. Me he levantado un tanto despistado, estoy más a ésta cuestión que a lo que hemos venido estos días. De hecho, ayer, no me enteré muy bien de los planes que me explicó Simón para hoy.

La hora de salida será a las 08:00. Hemos quedado con Mariano, que nos va a servir de guía; son las 07:30 y estoy a medio vestir, la mochila sin terminar y sin desayunar. Estoy cardíaco cuando a lo que he venido ha sido a relajarme pero no me gusta llegar tarde ni hacer esperar a nadie.
Piso el acelerador y en diez minutos estoy en el comedor; huele bien, a pan tostado y café, esto despierta a cualquiera, lástima no tener media hora más para poder disfrutar de un desayuno en condiciones. Mesas libres, buffet, zumos, frutas, bollería, embutidos, café humeante… El paraíso de los desayunos y yo que lo tengo que terminar en cinco minutos. Esto no es plan.

Estoy ante los zumos. Hay dos de color naranja, ¿de qué fruta será cada uno?. Pero lo que veo y me llama la atención, por el modo de verlo, un tanto raro, es una taza de café con leche, grande, humeante, con la cucharilla dentro pidiendo que la remuevan.
No me lo esperaba y me desoriento. ¿Qué coño es esto? ¿De qué me aparece esta imagen? ¡Una interferencia! ¿De dónde viene? ¿De quién?
Me vuelvo. Solo hay cuatro personas en el comedor. Uno de ellos Simón, el amigo con el que he venido, que me saluda con la mano izquierda con la cara que refleja el “o te das prisa o no llegamos”. Descartado. Una camarera que está completando alimentos en la mesa del buffet y una pareja de personas mayores que está más a la conversación que al desayuno. Ninguno tiene la pinta de ser la fuente de la visión. Cojo el zumo, me meto un plátano en el bolsillo, para el camino y me voy a la mesa, al lado de Simón. En esta ocasión cambio de silla, para controlar la situación, ya pasé bastantes apuros ayer por la noche. Es que se me había olvidado lo que decidí ayer, ya he comenzado a descontrolar.

Tengo la sensación de que la conexión debe ser más fácil de sentir y establecer cuando hay un contacto visual, más directo; parece evidente. Lo que uno no se imagina lo puede leer del lenguaje corporal, a modo de confirmación. Con estas elucubraciones se me pasan los minutos, y aún sin tomar el café, que hoy seguro voy a necesitar para salir de esta niebla en la que se enredan mis pensamientos.
Mientras paseo la mirada por el comedor me llega otra imagen, la misma taza de café con leche, esta vez sin la cucharilla. Me giro e inspecciono. La pareja está hablando y tienen la mesa ya despejada, no creo que venga de alguno de ellos. ¿La camarera?
   -¡Héctor! Salimos ya.
   -¡Mariano espera con el coche en marcha!
   -¿Qué te sucede hoy?

Estas frases aparecen en mi cabeza, las oigo desde mi costado, claro, como que es Simón algo mosqueado con migo.
Por fin salgo de mi encantamiento, ¡qué jaleo! Tengo mil cosas en la cabeza y voy de un lado para otro, haciendo nada. Debo sufrir el “Síndrome de la mosca contra el cristal”, o sea, 100% de actividad con 0% de resultados.
Acude en mi ayuda la costumbre de salir al monte, una rutina que me evita tener que pensar en lo que debo hacer, sale solo. En dos minutos estoy fuera, en la calle, a 5º C bajo cero, hace algo de viento, tengo todo el material controlado. Repaso mental de 15sg. Entro en el coche. En marcha.

Mientras vamos hacia el punto de comienzo de la travesía la tengo cabeza ocupada en otras cuestiones que nada tienen que ver con lo que nos depara la mañana como el decidir si la camarera podía estar pensando en la taza de café mientras arreglaba el comedor; cosa que no me parece, estaba a muchas cosas que requerían atención como cambiar el mantel de una mesa, atender a la cafetera, al termo de la leche, reponer los zumos.
Voy sentado en el asiento posterior del coche y cierro los ojos para concentrarme; tampoco hay mucho que ver en la calle, no ha terminado de amanecer, está bastante oscuro y el sol está al otro lado de las montañas, vaya ocurrencia salir a estas horas. Pero no tengo ninguna respuesta, no me concentro y tampoco siento nada de que no esté a mi alrededor.

Simón y Mariano hablan sobre el plan de la mañana. Dónde dejar el coche, por cuál de los posibles caminos subir, el pico elegido, la pendiente, dónde nos dará el sol, si hará viento arriba, que si tiene 1.827 m solamente pero que es muy bonito, que Mariano ha traído la bota de vino, la bota en la que metes vino de cosecha y sale reserva, y una tortilla, por dónde vamos a bajar.
Ya veo que todo el bacalao está vendido así que no voy a preocuparme, hoy solo andar, me llevan.

La verdad es que el día es precioso. Cielo despejado con alguna nube alta y lejana; la típica bola pequeña de algodón. El sol quiere calentar pero no puede, solo se le nota cuando para el viento, que lo hace muy pocas veces. Subimos a Peña Nidia. Habremos hecho unos 500m de desnivel, aunque habrá sido algo más el desnivel acumulado pero no mucho más; estos datos ya nos los dará luego Mariano, los habrá registrado en el GPS. El camino ha sido variado con pistas, senderos, campo a través y una pequeña trepada en la parte final, para acortar. Fácil.
Los charcos y las zonas húmedas del camino están helados, lo que facilita el andar; mientras no te resbales subes más fácil, con buen apoyo, lo malo será que a la vuelta en lugar de hielo nos encontraremos con barro, y eso será otra historia, un poco más sucia y resbaladiza.

En tres horas hemos llegado a la cumbre de hoy, con alguna parada para hacer fotos, a ritmo tranquilo; Simón y Mariano no han parado de hablar, sobre todo Mariano, parece como si necesitara desahogarse y ahí le tiene a Simón, un buen sparring, yo no le valgo, hoy al menos, estoy con la mente ausente.
Un buen rato en la cumbre donde damos cuenta de la tortilla, todo un lujo, y descendemos, por la vertiente Este, pasando por valles más apartados, bonitos, solitarios y largos, que nos hace tardar algo más en el descenso. Llegamos al coche a eso de las cuatro. Volvemos a comer algo que ha sobrado de lo que llevábamos encima y marcha.

Tomamos un café en un pequeño y coqueto bar en el camino y antes de las cinco estamos de vuelta en la pensión. Me han dejado tiempo libre hasta las siete, hora de ir de potes como ayer.
Dos horas libres; lo de libres es un decir porque por delante tengo tarea: ducha, afeitado, salvar las fotos, preparar la mochila y la ropa para mañana, poner a cargar la cámara, el móvil que no he apagado y al intentar conseguir cobertura se ha quedado sin batería y para el final un poco de lectura, he traído dos libros, por si hacía malo.
Lo hago a toda pastilla y para las seis ya estoy libre, ahora sí, nada pendiente, puedo dedicarme a leer, o a tratar de establecer una conexión, esto sería perfecto.

Me tumbo sobre la cama y comienzo una relajación; voy abandonando el cuerpo, que vaya dejando el peso sobre el colchón, pesado, caliente, voy realizando un recorrido por zonas corporales, individuales primero y agrupadas después, hasta dejar de sentirlo o dejar de recibir de él la máxima información posible. De este modo, cuando no sienta nada interior, de mi cuerpo, podré dedicarme a recibir lo que pueda venir desde el exterior, y espero que sea así pero teniendo cuidado de no quedarme dormido, como tantas veces.

En la primera media hora, es un suponer, no he sentido ninguna interferencia; tampoco es que haya habido gran movimiento en la casa, no se oía casi nada, parecía desierta, pero ya parece que hay movimiento, quizá en la cocina, o en el bar. Ruidos metálicos y alguna voz que otra, lejos, inconcreta.
De repente veo claramente una revista ante mí, revista, periódico o similar, abierto a doble hoja ante mis ojos, que tengo cerrados intentando concentrarme en una escena en negro, me he dado cuenta enseguida y he reaccionado a tiempo. Veo fotos, letras; siento sonrisas, alegría, que no proviene de mí, se debe tratar de una conexión, fijo. Pienso que será la camarera de ésta mañana. No alcanzo a distinguir cuál puede ser la persona con la que conecto; tampoco sé si esto de poder identificar a las personas se podrá conocer; ya tengo una interrogante más.
No sé qué hacer, si seguir intentando estar a oscuras, escondido, o abrirme para dejarme a ver. Y si me decido a estar, por así decirlo, ¿disponible? ¿Cómo me presento? ¿Con qué imagen? ¿Con qué pensamiento? Creo que nunca había estado tan inseguro. ¡Vaya mierda!


No hay comentarios:

Publicar un comentario