Es un viaje planeado por Simón. Unos días de fiesta al
comienzo de diciembre, este año el calendario nos ha preparado un super puente,
más bien un acueducto, toda la semana de fiesta, del 5 al 11 de diciembre. Dedicaremos
unos días a pasear por el monte, subir picos o no, lo que salga, en función del
lugar y el tiempo que nos preparen los hados de la fortuna, pero lejos de la
civilización. Montañas que muchas de ellas pasan de los 2.000 metros, al
noroeste de la provincia de León, el macizo de Peña Ubiña (2.417m), en la
Cordillera Cantábrica. Inciertas previsiones meteorológicas; hará lo que quiera,
como siempre.
Nosotros vamos con todo el pack; equipo de montaña o
nieve, ropa, lectura… Simón ha reservado 2 habitaciones por internet en una
casa rural, bar, bolera…para 3 noches.
Salimos el martes a media mañana, con la intención de
hacer el viaje de día, con tiempo de sobra. Sin prisas ni GPS, tiramos del
método tradicional, el mapa y el sol a modo de orientación.
Llegamos por la tarde con tiempo de sobra para
establecernos. Creo que seremos pocos; el tiempo no ha ayudado a decidirse a
los indecisos; tendremos más tranquilidad de la esperada. La climatología nos ha
acompañado y el sol se deja ver. Ver sí, sentir no, hace frío, estamos a 1.135m
de altitud y parece que enfriará aún más, esta noche desaparecerán las únicas
nubes que van quedando; durante el viaje hemos tenido de todo: agua, viento,
nubes, sol.
Pasamos un poco el tiempo haciendo nada, y luego
tomamos unos potes en el otro bar del pueblo, donde los habituales juegan a
cartas y al dominó; también se juega al juego típico de los pueblos pequeños, a
observar a los nuevos. Yo soy nuevo en la plaza. Simón lleva varios años
viniendo alguna que otra vez al año, me hace de cicerone.
A eso de las nueve nos acercamos a cenar, somos diez
personas repartidas en tres mesas, ocho adultos y dos niños, de seis y ocho
años calculando a ojo.
No me gusta el lugar donde me he sentado en la mesa
que nos han adjudicado, tengo a casi todos los demás ubicados detrás de mí, estoy
de espaldas al comedor, y aunque tengo ante la vista el paso hacia la cocina,
no estoy tranquilo. No puedo estarlo cuando no controlo lo que pasa en mi
entorno. Apuntado para mañana, somos dos a una mesa de cuatro; en lugar de
enfrente de Simón me podré a su costado, no quiero andar girando la cabeza cada
vez que escucho un ruido, un sonido, una voz o siento que alguien se mueve.
Con las preocupaciones de la preparación del viaje he tenido
olvidado todo lo referente a las conexiones,
algo aquí me lo ha debido recordar, una sombra, un ruido en mis pensamientos,
en mi percepción. Ha sido algo muy fugaz, nada claro para sacar una conclusión
pero me ha parecido notar una interferencia. Ya estoy alerta, poco ha durado la
tranquilidad. Debo acordarme de no pensar demasiado fuerte, demasiado en alto,
concentrado, y procurar tener pensamientos ligeros, livianos, fugaces, y cuando
hable, debo intentar visualizar algo que no esté relacionado con ello, una
imagen programada que no coincide con el entorno. A saber lo que consigo. Voy
de pruebas.
Durante la cena he recibido varios destellos, como el
mechero que solo rasca la piedra, una pequeña chispa, apenas perceptible y que
no da lugar a la llama porque no tiene gas. Algún que otro pequeño flash, sin
ver nada en claro, únicamente un brillo blanquecino.
Con la escusa de ir al servicio, he aprovechado para
pasar por el comedor, a modo de reconocimiento, pero sin resultado. Debe haber
sido una falsa alarma. Intentaré dormir sin preocuparme, aunque esto que decido
yo luego no lo va obedecer mi subconsciente, hará lo que le parezca, es un
impresentable.
He pasado la noche un tanto inquieto, más que estar preocupado
ha sido intrigado. O atontado.
No sé si lo que he sentido ha sido impresión mía, me
lo he imaginado, o ha sido algún tipo de conexión.
De todos modos, eran unas imágenes extrañas, más en plan sueño, pero no de los
míos. Me he levantado un tanto despistado, estoy más a ésta cuestión que a lo
que hemos venido estos días. De hecho, ayer, no me enteré muy bien de los
planes que me explicó Simón para hoy.
La hora de salida será a las 08:00. Hemos quedado con Mariano,
que nos va a servir de guía; son las 07:30 y estoy a medio vestir, la mochila
sin terminar y sin desayunar. Estoy cardíaco cuando a lo que he venido ha sido
a relajarme pero no me gusta llegar tarde ni hacer esperar a nadie.
Piso el acelerador y en diez minutos estoy en el
comedor; huele bien, a pan tostado y café, esto despierta a cualquiera, lástima
no tener media hora más para poder disfrutar de un desayuno en condiciones.
Mesas libres, buffet, zumos, frutas, bollería, embutidos, café humeante… El
paraíso de los desayunos y yo que lo tengo que terminar en cinco minutos. Esto
no es plan.
Estoy ante los zumos. Hay dos de color naranja, ¿de
qué fruta será cada uno?. Pero lo que veo y me llama la atención, por el modo
de verlo, un tanto raro, es una taza de café con leche, grande, humeante, con
la cucharilla dentro pidiendo que la remuevan.
No me lo esperaba y me desoriento. ¿Qué coño es esto? ¿De
qué me aparece esta imagen? ¡Una interferencia! ¿De dónde viene? ¿De quién?
Me vuelvo. Solo hay cuatro personas en el comedor. Uno
de ellos Simón, el amigo con el que he venido, que me saluda con la mano
izquierda con la cara que refleja el “o te das prisa o no llegamos”.
Descartado. Una camarera que está completando alimentos en la mesa del buffet y
una pareja de personas mayores que está más a la conversación que al desayuno.
Ninguno tiene la pinta de ser la fuente de la visión. Cojo el zumo, me meto un
plátano en el bolsillo, para el camino y me voy a la mesa, al lado de Simón. En
esta ocasión cambio de silla, para controlar la situación, ya pasé bastantes apuros
ayer por la noche. Es que se me había olvidado lo que decidí ayer, ya he
comenzado a descontrolar.
Tengo la sensación de que la conexión debe ser más
fácil de sentir y establecer cuando hay un contacto visual, más directo; parece
evidente. Lo que uno no se imagina lo puede leer del lenguaje corporal, a modo
de confirmación. Con estas elucubraciones se me pasan los minutos, y aún sin
tomar el café, que hoy seguro voy a necesitar para salir de esta niebla en la
que se enredan mis pensamientos.
Mientras paseo la mirada por el comedor me llega otra
imagen, la misma taza de café con leche, esta vez sin la cucharilla. Me giro e
inspecciono. La pareja está hablando y tienen la mesa ya despejada, no creo que
venga de alguno de ellos. ¿La camarera?
-¡Héctor!
Salimos ya.
-¡Mariano
espera con el coche en marcha!
-¿Qué te
sucede hoy?
Estas frases aparecen en mi cabeza, las oigo desde mi
costado, claro, como que es Simón algo mosqueado con migo.
Por fin salgo de mi encantamiento, ¡qué jaleo! Tengo
mil cosas en la cabeza y voy de un lado para otro, haciendo nada. Debo sufrir
el “Síndrome de la mosca contra el cristal”, o sea, 100% de actividad con 0% de
resultados.
Acude en mi ayuda la costumbre de salir al monte, una
rutina que me evita tener que pensar en lo que debo hacer, sale solo. En dos
minutos estoy fuera, en la calle, a 5º C bajo cero, hace algo de viento, tengo
todo el material controlado. Repaso mental de 15sg. Entro en el coche. En
marcha.
Mientras vamos hacia el punto de comienzo de la
travesía la tengo cabeza ocupada en otras cuestiones que nada tienen que ver
con lo que nos depara la mañana como el decidir si la camarera podía estar
pensando en la taza de café mientras arreglaba el comedor; cosa que no me
parece, estaba a muchas cosas que requerían atención como cambiar el mantel de
una mesa, atender a la cafetera, al termo de la leche, reponer los zumos.
Voy sentado en el asiento posterior del coche y cierro
los ojos para concentrarme; tampoco hay mucho que ver en la calle, no ha
terminado de amanecer, está bastante oscuro y el sol está al otro lado de las
montañas, vaya ocurrencia salir a estas horas. Pero no tengo ninguna respuesta,
no me concentro y tampoco siento nada de que no esté a mi alrededor.
Simón y Mariano hablan sobre el plan de la mañana.
Dónde dejar el coche, por cuál de los posibles caminos subir, el pico elegido,
la pendiente, dónde nos dará el sol, si hará viento arriba, que si tiene 1.827 m
solamente pero que es muy bonito, que Mariano ha traído la bota de vino, la
bota en la que metes vino de cosecha y sale reserva, y una tortilla, por dónde
vamos a bajar.
Ya veo que todo el bacalao está vendido así que no voy
a preocuparme, hoy solo andar, me llevan.
La verdad es que el día es precioso. Cielo despejado
con alguna nube alta y lejana; la típica bola pequeña de algodón. El sol quiere
calentar pero no puede, solo se le nota cuando para el viento, que lo hace muy
pocas veces. Subimos a Peña Nidia. Habremos hecho unos 500m de desnivel, aunque
habrá sido algo más el desnivel acumulado pero no mucho más; estos datos ya nos
los dará luego Mariano, los habrá registrado en el GPS. El camino ha sido
variado con pistas, senderos, campo a través y una pequeña trepada en la parte
final, para acortar. Fácil.
Los charcos y las zonas húmedas del camino están
helados, lo que facilita el andar; mientras no te resbales subes más fácil, con
buen apoyo, lo malo será que a la vuelta en lugar de hielo nos encontraremos
con barro, y eso será otra historia, un poco más sucia y resbaladiza.
En tres horas hemos llegado a la cumbre de hoy, con
alguna parada para hacer fotos, a ritmo tranquilo; Simón y Mariano no han
parado de hablar, sobre todo Mariano, parece como si necesitara desahogarse y
ahí le tiene a Simón, un buen sparring, yo no le valgo, hoy al menos, estoy con
la mente ausente.
Un buen rato en la cumbre donde damos cuenta de la
tortilla, todo un lujo, y descendemos, por la vertiente Este, pasando por
valles más apartados, bonitos, solitarios y largos, que nos hace tardar algo
más en el descenso. Llegamos al coche a eso de las cuatro. Volvemos a comer
algo que ha sobrado de lo que llevábamos encima y marcha.
Tomamos un café en un pequeño y coqueto bar en el
camino y antes de las cinco estamos de vuelta en la pensión. Me han dejado
tiempo libre hasta las siete, hora de ir de potes como ayer.
Dos horas libres; lo de libres es un decir porque por
delante tengo tarea: ducha, afeitado, salvar las fotos, preparar la mochila y
la ropa para mañana, poner a cargar la cámara, el móvil que no he apagado y al
intentar conseguir cobertura se ha quedado sin batería y para el final un poco
de lectura, he traído dos libros, por si hacía malo.
Lo hago a toda pastilla y para las seis ya estoy
libre, ahora sí, nada pendiente, puedo dedicarme a leer, o a tratar de
establecer una conexión, esto sería perfecto.
Me tumbo sobre la cama y comienzo una relajación; voy
abandonando el cuerpo, que vaya dejando el peso sobre el colchón, pesado,
caliente, voy realizando un recorrido por zonas corporales, individuales
primero y agrupadas después, hasta dejar de sentirlo o dejar de recibir de él
la máxima información posible. De este modo, cuando no sienta nada interior, de
mi cuerpo, podré dedicarme a recibir lo que pueda venir desde el exterior, y
espero que sea así pero teniendo cuidado de no quedarme dormido, como tantas
veces.
En la primera media hora, es un suponer, no he sentido
ninguna interferencia; tampoco es que haya habido gran movimiento en la casa,
no se oía casi nada, parecía desierta, pero ya parece que hay movimiento, quizá
en la cocina, o en el bar. Ruidos metálicos y alguna voz que otra, lejos,
inconcreta.
De repente veo claramente una revista ante mí,
revista, periódico o similar, abierto a doble hoja ante mis ojos, que tengo
cerrados intentando concentrarme en una escena en negro, me he dado cuenta
enseguida y he reaccionado a tiempo. Veo fotos, letras; siento sonrisas,
alegría, que no proviene de mí, se debe tratar de una conexión, fijo. Pienso
que será la camarera de ésta mañana. No alcanzo a distinguir cuál puede ser la
persona con la que conecto; tampoco sé si esto de poder identificar a las
personas se podrá conocer; ya tengo una interrogante más.
No sé qué hacer, si seguir intentando estar a oscuras,
escondido, o abrirme para dejarme a ver. Y si me decido a estar, por así
decirlo, ¿disponible? ¿Cómo me presento? ¿Con qué imagen? ¿Con qué pensamiento?
Creo que nunca había estado tan inseguro. ¡Vaya mierda!
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